Compás 24 DOM ORD B

Compás

El compás es un antiguísimo instrumento geométrico para diseñar constituido por dos astas de madera o de metal, generalmente de igual longitud, articuladas en la parte alta a través de un simple sistema a dos ruedas dentadas. En la base de las dos astas se pueden encontrar instrumentos diferentes según la función reservada al compás: estos de todas maneras están constituidos constantemente por un sistema fijante dotado de una aguja o de una ventosa - depende de las superficies de uso - y por un escribiente constituido por mina, plumín de china u otro.
Ahora apuntamos la aguja en un punto cualquiera de la hoja y abrimos un poco la astita escribiente - digamos de un ángulo de treinta grados - y haciendo perno sobre la aguja dibujamos una circunferencia. Siempre manteniendo firme la aguja del compás abrimos más la astita escribiente y obtenemos un círculo aún más grande y así por el estilo. Si en cambio el ángulo entre las dos astitas disminuye, disminuye en proporción también el círculo que se puede dibujar.
Como es cierto que una abertura de treinta grados de las dos astitas dibuja un círculo de una cierta dimensión, es siempre cierto también que a partir de la dimensión del círculo se puede deducir el ángulo de abertura de las dos astitas que lo han dibujado. Más el astita escribiente está distante y separada del perno, más grande es el círculo que se dibuja, más las astitas están adherentes y cercanas, más pequeño es el círculo que se obtiene. Una vez obtenido el círculo es posible calcular también su área multiplicando el coeficiente "pi griego" (correspondiente al número 3,14) por el radio al cuadrado.
Ahora imaginemos por analogía que la astita dotada de aguja sea el asta de la realidad, el astita que representa la realidad tal como es, lo que es, la realidad exactamente como se nos presenta, como nos ocurre y se apunta decididamente delante de nosotros en cada instante. Como la aguja del astita se apunta sobre la hoja en el punto escogido, así lo que es y que acaece se apunta en aquel preciso presente de la vida y nunca por casualidad, y allí se vuelve perno de todo posible movimiento de la vida, exactamente como ocurre con la astita puntiaguda que se apunta sobre la hoja, aquel punto se vuelve el perno de todo posible movimiento del compás. Ahora siempre por analogía imaginemos que la otra astita, aquella con el cabezal escribiente, represente nuestra manera de escribir y de pensar en la mente nuestras esperas y expectativas, según nuestras programaciones y nuestros prejuicios.
Siempre por analogía consideramos el área del círculo como la cantidad calculable de dolor, sufrimiento, tristeza, malestar.
La astita con la aguja es la realidad, la astita escribiente son las expectativas, el área del círculo es la cantidad de sufrimiento y de dolor.
Más grande es el ángulo y rígida la divergencia entre lo que es y las expectativas de nuestra mentalidad, más grande es el círculo que el compás de la vida dibuja y más amplia es el área del dolor y del sufrimiento. Cuando las exigencias de nuestra mente son especialmente rígidas, no contemplan, por supuesto, ninguna forma de aceptación de la realidad, pero si la realidad se debiera mostrar curiosamente adversa y difícil, la divergencia entre las expectativas y las exigencias de la mente y lo que existe en el presente se vuelve grande y se llena inevitablemente de rabia, venganza, dolor, enfermedad.
Es la distancia entre la rigidez de la mente y la fluidez no aceptada del presente que genera y produce dolor y enfermedad, miedo. Más amplia es la divergencia, más grande la disparidad, más profunda la discrepancia entre expectativas de la mente y lo que es, mayor es el dolor y el sufrimiento, más fácil será entrar en un estado de malestar, enfermedad y debilidad.
Pero, así como a partir de la abertura, a partir de la divergencia de las astitas realidad y expectativas deriva perfectamente el área del dolor y del sufrimiento, es también cierto que desde el área del círculo de dolor se puede obtener el estatus mental de divergencia habitual de una persona en el encarar la realidad y el presente. Las personas que tendencialmente permanecen por años en un estado de sufrimiento psíquico, de molestia y de malestar físico son personas con el compás siempre muy abierto. Si la divergencia entre lo que es y las expectativas mentales queda siempre muy grande y muy rígida, tanto que no se somete nunca a correcciones, ni se sujeta a revisiones, es inevitable en estas estructuras mentales la presencia de psiquismos inferiores, de desordenes psiquiátricos que se manifiestan en una gran variedad de modalidades, pero son principalmente caracterizados por pensamientos obsesivos asociados a compulsiones, acciones particulares o rituales que se efectúan, que buscan neutralizar la obsesión.
A un cierto punto de su camino Jesús pregunta quién adhiera verdaderamente a él como al único Dios y por un instante Pedro permanece adherente, adhiere a la realidad de Jesús, a su esplendor, incomprensible a la mente, pero presente y real, adhiere y afirma la divinidad de Jesús con una profesión de fe simplísima cuanto bella y plena: Tu eres el Cristo. Dos pasos más adelante, también a la luz de esta adherencia del compás de Pedro y de los discípulos, Jesús anuncia abiertamente su pasión y muerte y Pedro ya se larga.
Pedro, al anuncio de la pasión del Maestro se separa, se aleja, diverge. Pedro contesta con su mente, con la suya y con nuestra mentalidad, contesta oponiéndose, contesta con el compás estirado.
Jesús apunta una realidad, la realidad de la pasión y de la resurrección, Pedro diverge y dibuja un círculo con un área enorme. Tampoco para Jesús la pasión y la muerte son eventos que prefiere o busca, no son eventos lindos, sería preferible evitarlos, pero Jesús, que conoce la vía de la Vida y de la luz y sabe perfectamente que pasa a través de la aceptación de lo que es, hace conocer a sus discípulos que su Palabra revelada al mundo tendrá como consecuencia la reacción violenta de los ancianos del pueblo y de los teólogos del templo, será persecución feroz por parte del poder religioso y político. Hablando abiertamente de su pasión y muerte, Jesús apunta la astita de la aguja, un perno de conocimiento que explica que lo que le ocurrirá, el misterio de la salvación, es perno de todos los demás movimientos de la humanidad. Jesús por cierto no está buscando la muerte, pero si ocurrirá, la aceptará en paz como parte de su mandato.
Jesús adhiere a la voluntad del Padre, acepta. E incluso Jesús en el huerto de los Olivos, cuando por un instante pedirá al Padre si no fuera posible otro cáliz, dibuja un círculo y sufre, transpira sangre, se siente solo. Las leyes son las mismas para todos.
Pedro lleva a Jesús a un lado e incluso lo reprocha. Espléndido ejemplo de como la mente se opone a la realidad. El resultado es la separación. Paradójicamente Pedro lleva a un lado a Jesús, se acerca a él, busca un contacto más íntimo, pero en realidad es para separarse de Jesús, de su verdad, de su realidad. Pedro formalmente se manifiesta protector con respecto a Jesús, pero en realidad se está oponiendo a Jesús, se está separando de él. Este es el procedimiento de la mente que cuando no acepta la realidad inicia el proceso de condena, de oposición, de separación y destrucción, aun si formalmente a veces se presenta como un proceso de protección, atención y cuidado.
Jesús acepta la realidad, no entra en conflicto con ella, ni siquiera si ella prevé la pasión y la muerte. Jesús no se resigna, no se somete a este presente cruel, sino que acepta, se rinde, sabe que no puede cambiar el corazón del hombre si el hombre no lo quiere. Para la mentalidad común rendirse tiene connotaciones negativas, que implican el sentido del aniquilamiento, de la humillación, de la derrota, de la vejación. Rendirse para la mente tiene un valor de sumisión, de capitulación, rendirse es resignarse miserablemente y pasivamente a la realidad. Para la mente rendirse es entregarse vencidos y doblegados a un presente enemigo y adverso. Para el Espíritu la rendición a la potencia del ahora, del presente, a la invencible verdad de la realidad es el inicio de la iluminación interior, el inicio de toda posible victoria sobre el mal hacia la paz y el verdadero bienestar.
Rendirse a la potencia del flujo de la vida es el inicio del abandono y de la paz interior, el fin de la oposición y de la separación. Jesús se rinde, acepta, pero está todo lo contrario a resignado, no detiene sus pasos hacia Jerusalén, no deja de hablar, de anunciar, si puede evita ciudades y pueblos peligrosos, pero no se esconde, no renuncia, no se doblega, no calla. La rendición de Jesús es una rendición activa, está llena de acciones positivas, de curaciones, de milagros, de palabras iluminantes, de días repletos de gente, de encuentros, de cenas y de fiestas, de caminatas en la montaña y de veladas alrededor del fuego en la ribera del mar. La rendición que enseña Jesús con su vida misma, experimentándola en su propia piel, es la rendición del dejarse ir, en lugar del oponerse, la rendición de la unión total con el momento del ahora, con el presente cualquiera éste sea, en lugar de la separación de éste. La rendición que enseña Jesús significa abandonar la resistencia interior a lo que es, es dejar de decir no a la realidad porque la quisiéramos de otra manera, mejor, más fácil o simplemente diferente. Decir no es oponerse, es bloquear toda nuestra energía emocional. Decir no continuamente al presente impide el fluir de nuestra energìa creativa, impide el fluir del amor también con quien decimos que amamos y protegemos, impide inteligencia y soluciones geniales y nuevas, genera sólo energía destructiva y separación.
Llamada la multitud Jesús revela a los hombres, a todos los hombres, la ley suprema para evitar el dolor y el sufrimiento, la enfermedad, y el malestar: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Para seguir a Jesús, para seguir y amar a Dios, para quien desea iluminarse y vivir con fruto es necesario renegar la mentalidad de divergencia habitual que nos hemos construido.
La aceptación de la realidad, de lo que es, libera al instante de la rabia, del miedo y del dolor, al instante. Aceptación no es resignación, no es hacernos gustar a la fuerza lo que no es agradable y es indeseable. La cruz de la cual habla Jesús es el presente que no siempre es deseable y agradable, justamente se puede presentar a nosotros como una cruz, es decir como algo que para nosotros no es amable, no es satisfactorio, no es atractivo. La cruz es una descripción simbólica y clara de lo que es, del ahora cuando no nos gusta. Jesús pide saber tomar, acoger, no resistir a la cruz del presente para aprender a seguirlo con grande ventaja existencial y alegría. Es indispensable rechazar, cancelar la resistencia provocada por la mente. La resistencia es la mentalidad, es la mente que genera resistencia. Porque el que quiera salvar su psyché, la perderá; y el que pierda su psyché por mí y por la Buena Noticia, la salvará [la vida]. He aquí cómo liberarse de inmediato de todo dolor y sufrimiento, debilidad y enfermedad. He aquí la ley dominante redactada por Marcos sobre las palabras de Jesús.
Si frente a la realidad queremos salvar nuestra rigidez mental, nuestras expectativas y resistimos a lo que es será a costa de la vida. La resistencia es la mente, está en el compás de la mente, de nuestra mentalidad, de nuestras convicciones generadas por nuestros prejuicios y seguridades. Cuando debemos elegir si salvar la resistencia de la mente o la realidad y, a través de nuestro juicio mental, de nuestro dialogo interior, elegimos salvar la psyché, en aquel instante iniciamos a perder la vida, signo de esto es la negatividad y la pesadez de nuestras reacciones emotivas, signo de esto es la magnitud del área del círculo de dolor y de malestar en el cual se vive.
Cuando tenemos que elegir si salvar la resistencia de la mente o la adherencia a la realidad y elegimos la adherencia a la realidad, si elegimos que las dos astitas estén cerca, cercanas en la aceptación de lo que es, entonces la vida entra en un estado de salvación y de real bienestar y alegría.