En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Jueves 28 Marzo 2024

Misa vespertina de la Cena del Señor

Palabra del día
Evangelio de Juan 13,1-15

A cena con la jofaina

No antes, no después, sino durante la cena Jesús se pone de pie, se quita las vestiduras, se ciñe de la toalla y cumple el sacramento del lavatorio de los pies. El lavatorio de los pies es la eucaristía según el evangelio de Juan. Según la narración de Juan, no el cáliz y el pan están al centro de la última cena, sino los pies de todos, la jofaina con el agua, la toalla. El lavatorio de los pies hace algo que ningún otro sacramento puede ofrecer, que ningún otro rito puede cumplir, que ninguna otra liturgia puede garantizar. El lavatorio, por amor, en el amor, con el amor pone todos al mismo nivel, en la misma dimensión y hace de manera que esa se vuelva parte de aquel nivel, de aquella dimensión. Sin el lavatorio de los pies no habrá nunca la unidad entre Dios y el hombre, del hombre con Dios, la participación de la misma dimensión en el amor.
El lavatorio de los pies está en Jesús relacionado al verbo ofèilo, el verbo del deber, de la necesidad. En el evangelio Jesús no usa nunca el verbo “deber”: sus procedimientos, sus inspiraciones están en el plan de la invitación, son mensajes de alegría, son indicaciones, jamás son deberes. Pero aquí se habla de deber, una obligación. El verbo ofèilo, “debo, tengo deuda, soy deudor, estoy en deuda hacia alguien, debo dar, estoy comprometido a dar”, etimológicamente se supone que origine del acadio chabalu, “asumir una obligación financiera”. No lavarse los pies te hace entrar en la deuda, en la deuda insanable de la desunión con Dios, del no poder formar parte de él y de cada divina dimensión suya.
La jofaina pone al hombre en el mismo nivel de Dios y el hombre puede empezar a formar parte felizmente, y sin frenos ni límites, de la dimensión de Dios. La jofaina pone en el mismo nivel a Dios con el hombre y Dios puede empezar a formar parte felizmente, sin frenos ni límites, de la dimensión humana.  
El lavatorio pone en el mismo nivel el Señor con el siervo, el siervo con el Señor, el uno se vuelve parte del otro, o mejor uno se vuelve parte en el otro. Así el Maestro con el discípulo, el discípulo con el Maestro. Jesús se quita las vestiduras de la real divinidad para tomar parte con el hombre de toda su propia señoría, omnipotencia, sabiduría, de su propia eternidad, en una jofaina de agua.
El lavatorio de los pies es el lavacro del amor y del perdón: no sólo hace entrar cada dimensión en la otra, sino también purifica y sana, salva y cura.
Sin aprender el arte del lavatorio de los pies, según el evangelio, no hay futuro para la iglesia tal como la conocemos, no hay futuro para los matrimonios ni para las familias, para las relaciones afectivas, para las convivencias entre los pueblos.
Sin lavatorio, nadie podrá jamás entrar a formar parte de la dimensión del otro, no conoceremos jamás el poder de la unidad, la fragancia del verdadero compartir, la purificación del perdón, la felicidad incontenible de formar parte de Dios y de su dimensión.