En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Jueves 25 Abril 2024

San Marcos, evangelista

Palabra del día
Evangelio de Marcos 16,15-20

Lanzados desde el cielo

Jesús tiene siempre un divino y profundísimo respeto y amor por la persona humana en su totalidad y por cada persona humana en su individualidad. Es maravilloso.
Pero es de la misma manera maravilloso que Jesús no tenga nunca, jamás ningún respeto humano por nadie.
El respeto humano deforma nuestra personalidad, nos aleja de nuestra verdadera índole, no nos permite realizar plenamente la voluntad de Dios. El respeto humano se basa en el hecho que el juicio de los demás se erige siempre soberano para conducir y manejar nuestras acciones y nuestros pensamientos, por encima de la verdad y del juicio mismo de Dios. El respeto humano es temer la opinión de la gente y preocuparse de las expectativas de la gente más que del juicio y de las expectativas de Dios.

Es una forma sutil de idolatría.
Amar y socorrer a los demás en sus necesidades y exigencias reales es una cosa, intentar corresponder con sus expectativas es fruto del engaño del mal. Jesús nos ama siempre y de forma respetuosísima y libertadora, pero al mismo tiempo nunca ha hecho un gesto, nunca ha dicho una palabra para complacer nuestras expectativas. Jesús no tiene nunca algún deseo de complacer a los hombres, ni miedo de desilusionarlos en sus expectativas humanas. A Jesús no le importa el qué dirán, no tiene en cuenta para nada las expectativas y las perspectivas mentales de los hombres, nunca ha expresado ni siquiera una sola vez en todo el Evangelio una sola opinión, ni ha apoyado nunca una opinión humana de una línea u otra. Cuando sobre cualquier argumento se le pedía una opinión, Jesús ha respondido siempre con la Biblia, con la luz de la Verdad, nunca con un punto de vista personal.
Desde su nacimiento, nunca se ha preocupado de facilitar su relación con los hombres a través de la realización de los deseos y de las expectativas de los demás.
Jesús Dios ha nacido pobre e indefenso como ninguna mente humana podía esperarse. Ha disgregado paso tras paso toda expectativa humana de poder y de prestigio. Ha desilusionado en alguna ocasión también las expectativas de su familia de origen, ha escandalizado y decepcionado a menudo a sus discípulos y amigos, ha decepcionado constantemente a los dirigentes religiosos y políticos del pueblo. También la muerte en la cruz ha sido una profunda decepción para sus discípulos, y la misma resurrección no fue según las expectativas de nadie.
Jesús nos ama y quiere para nosotros nuestro verdadero bien, pero no intenta complacernos, sino la voluntad del Padre. Es cumpliendo la voluntad del Padre que Jesús realiza realmente nuestro bien, aunque no sea según nuestras expectativas. A Jesús no le interesa ser el centro de nuestra atención a través de la realización de nuestros deseos, a Él no le interesan nuestras opiniones sobre él, nunca le interesa gustar a los hombres, sino sólo a Dios su Padre. En el complacer a Dios su Padre, Jesús sabe que cumple el verdadero y real bien para todos y para cada uno.
La ascensión al cielo de Jesús corona e ilumina de manera definitiva esta actitud extraordinaria de extrema libertad y verdad de Jesús. Habría ciertamente realizado el más grande deseo de sus discípulos quedándose en la tierra, en aquel momento era la expectativa humana más viva y presente. Por el contrario, no hay nada que hacer, tampoco esta vez. Jesús regresa al Padre y recibe de él el poder sobre todas las cosas.