En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 2 Diciembre 2018

Primer domingo de Adviento – Ciclo C

Palabra del día
Evangelio de Lucas 21,25-28.34-36

Fin y principio

Estas palabras no describen la fin del mundo, sino a lo contrario la fin de un mundo, aún mejor dicho la fin de una manera de vivir. Describen la fin de una manera de vivir que se ha vuelto poco a poco una manera para morir y para hacernos el mal. La fin de un mundo donde se aprende desde la niñez que la belleza de la vida, el bienestar total del hombre son sólo para pocos y todos los demás deben contentarse de estrecheces, miseria, indigencia. Un mundo donde el conocimiento del procedimiento de como todos los hombres puedan ser verdaderamente felices y satisfechos en la vida está constantemente obscurado por el engaño y por el miedo. La fin de un mundo donde los hombres dejan la potencia de sus deseos en las manos de los magos y de los astrólogos. La fin de un mundo donde se debe pagar todo lo que se vive porque todo debe transformarse en una fuente de provecho. Una manera de vivir donde millones de esclavos trabajan por un puñado de ricos, y un puñado de ricos gobiernan el mundo utilizando las leyes y la política. Un mundo donde por sed de dinero y de poder se destruye la tierra y toda forma de vida, estrujándole recursos y magnificiencias, devastando inexorablemente. La fin de un mundo donde se opina que la enfermedad caiga desde el cielo como una maldición, y que la buena suerte y la mala suerte piloten ineluctablemente la vida del hombre. La fin de un mundo donde los negocios son negocios, donde la infelicidad del corazón por falta de amor y la tristeza provocada por el abuso de miedo se curan disparando química en el cerebro.
A nivel cósmico el sol, la luna y las estrellas marcarán en cielo esta fin y este nuevo principio saliendo de manera impresionante de sus alcurnias celestes. Saldrán de sus confines los océanos y no habrá valle, monte o campo sin temblorón de terremoto.
A nivel interior esta fin y este principio darán voz de si mismos contemporáneamente sobre toda la tierra en el corazón de la gente, a través de una angustia tanto inexplicable como abismal, insoportable, minuciosa, colectiva. En el medio de esta angustia devastante, donde se intentará huir aún sin enemigos por espaldas, donde se enloquecerá sólo por la corazonada de lo que podrá pasar, donde los pulmones quedarán sin soplo por un respiro que no logra cumplir su círculo, verán al Hijo del hombre venir dentro de una nube con potencia y gloria grande. Verán el Hijo, el Señor de los universos, el Mesías Rey, Jesús, el Cordero de Dios, el Levantado sobre la cruz, el Resucitado. Aquella nube altísima que por nuestra arrogancia de orgullo obscuraba nuestra mirada y nuestro conocimiento, aquella misma nube llenará altísima el cielo de transparencia divina y verán el Hijo venir con potencia y gloria grande. Verán justamente el Hijo, el Amante suavísimo así por mucho tiempo calumniado, ridiculizado. Verán el Rey de los reyes, aquel Rey tan esmeradamente y arrogantemente echado fuera de las ciudades de la historia. Todos los ojos verán y los a los corazones les costará no salir del pecho, verán el Hijo, el Principio y el Fin de todas las cosas tan cotidianamente reemplazado por la madre y el padre, las intrigas familiares, las mitologías, las culturas,eil dinero, comparado con santurrones y magos, extrapolado del contexto histórico de cualquier manera y en todo rincón de la historia y de la ciencia. Para muchos será una visión angustiante, para otros una visión liberatoria. Angustiante para los que cerrados en su ilusión y en su delirio de omnipotencia han determinado la miseria, la ignorancia y la degollina de gran parte de la humanidad. Libertante para los amantes adoradores de Dios, los humildes de corazón que más allá de cualquier cultura y religiosidad siempre han servido a Dios y la verdadera justicia.
Enderezaos y levantad vuestras cabezas porque está cerca vuestra liberación. Dios nunca ha deseado y querido por un solo instante que uno solo de sus hijos agachara la espalda como un esclavo y la cabeza como un estúpido. Son los hombres que quieren que otros hombres tengan espaldas agachadas como esclavos y cabezas tontas. Dios quiere espaldas rectas, orgullosas, sanas, fuertes. Dios quiere cabezas campantes, inteligentes y libres. Dios desea ver a sus hijos danzar, no arrastrarse. Cuando cadauno de nosotros empiece a desear verdaderamente lo que Dios desea, entonces el mundo cambiará en un instante.
Desaparecerán los hombres prepotentes simplemente porqué ya nadie deseará tenerlos entre las patas. Desvanecerán los poderosos que esclavizaban y subyugaban las poblaciones simplemente porqué ya nadie deseará su presencia.
Cuando el hombre esté listo para desear los deseos de Dios,  ya sin miedo que le falte algo, entonces podrá levantar libremente su frente sin utilizar arrogancia. Entonces podrá manifestar la fuerza de intelecto a servicio de la verdad y de la verdadera belleza, más allá de los prejuicios, de la ignorancia, de la mentira.
Los corazones que hayan aprendido los deseos de Dios, forjados en la escucha de la Palabra del Hijo podrán levantar la cabeza, mostrar y anunciar libremente, ya sin recibir violencia y prisión, la verdad, la verdad de cómo es absolutamente inteligente y lógico, posible y practicable ser felices, llenos de bienestar, vivir en paz, amar a sí mismos, los demás, la naturaleza, la vida.  
No es el anuncio de la fin del mundo sino de la fin de un mundo caído en la ilusión de la vanidad y de la posesión. Un mundo donde hemos aceptado ser alejados del movimiento de la vida, de la maternidad y de la protección de la naturaleza. Un mundo donde hemos permitido que los filmes de nuestra mente y de nuestra ignorancia llevaran a la depressión nuestros corazones, haciendo gordos y rollizos los demonios de las tinieblas con nuestros miedos y obsesiones. Un mundo donde las preocupaciones se han vuelto el sentido de la vida e hipnotizarse con toda alienación el pan para sobrevivir.
La fin de un mundo enfadado y triste, gobernado únicamente por la vanidad, por el fastidio y  por la competición. La fin de un mundo que en tu corazón puede terminar, si tú lo quieres, también hoy, en este instante, sin esperar el trastorno del sol, de la luna y de los océanos. La fin de una manera de vivir que en nosotros mismos puede acabar ahora, ahora mismo, inmediatamente. La fin de un mundo que no es la fin de este mundo, sino sobre esta tierra el má liberyante y fascinante principio de una vida nueva, de una nueva manera de enfrentar la vida y las cosas.
Y no será la terrible presión de la fin del mundo que nos cambiará el corazón y el mundo de conflictos y miedos que nos hemos construido adentro, sino será una simple, coerente, poderosa elección de las nuestras, hecha por amor de la vida, por amor de nosostros mismos, en nombre y con la fuerza de Dios. Una elección que comienza por el conocer y empezar a desear los deseos de Dios.