En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 8 Diciembre 2018

La Immaculada Concepción de Santa María Virgen

Palabra del día
Evangelio de Lucas 1,26-38

No deja

El no deja. No nos deja. El Señor no se cansa, no se cansa de nosotros. A pesar de nuestra soberbia y arrogancia, a pesar de nuestra frialdad con respecto a él e indiferencia con respecto a su Palabra y a sus indicaciones, Él no se cansa, no desiste, no nos deja. Nos deja absolutamente libres, pero no nos deja. Aun sabiendo de la acogida que les habríamos reservado, ha interesado las potencias del cielo y movido los eventos de la tierra para organizar nada menos que un viaje entre nosotros, porque lo pudiéramos encontrar en persona, lo pudiéramos escuchar directamente sin intermediarios y ver sin nubes de por medio. Su extraordinario viaje, su visita sobre la tierra es anunciada a María por voz del ángel y, en María, se anuncia a toda la humanidad. En aquel vientre se cumple uno de los momentos más tiernos y maravillosos de toda la historia humana.
La humanidad puede alegrarse de alegría grande no sólo porque el ángel anuncia la visita terrena de Jesús Dios, no sólo porque este nacimiento es nacimiento para la salvación del hombre, es nacimiento que tiene la finalidad de precaver la extinción de la vida sobre la tierra, no sólo porque este nacimiento es para proponer una espléndida posible evolución, sino sobre todo porque es el signo que Él no deja, no nos deja, no nos dejará nunca. Y esto es motivo de alegría inconmensurable. Jesús no nos deja desde dentro aquella cuna de paja, no nos deja desde aquella cruz colgado, no nos deja amante, radioso, resucitado y vivo, no nos deja en cada segundo en el Espíritu Paráclito Defensor y Consolador. Jesús no nos deja nunca.
La encarnación de Jesús en nuestro ADN dice algo que nunca había sido dicho tan fuerte y claro. Ya saber que Dios es bueno con todos es una verdad que ilumina de consuelo infinito todo conocimiento, pero aquí Jesús nos revela algo más allá, nos revela que Dios no sólo es bueno, sino que nos ama, nos ama más allá de toda comprensión e imaginación. Él no desiste porque nos ama y nos amará por siempre. Él está siempre allá escrutando el horizonte, con las lágrimas en los ojos, en la espera que sus hijos vuelvan, siempre presto a correr hacia ellos para estrecharlos entre sus brazos. Está siempre allá con los ojos y el corazón sobre aquel camino, el camino que Jesús ha construido entre el cielo y la tierra para descender entre nosotros, el mismo camino que nosotros debemos caminar entre tierra y cielo para volver a subir hacia él.