En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Jueves 28 Febrero 2019

Septima semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Marcos 12,28b-34

Pregunta muda

Los escribas, los fariseos y los dirigentes del pueblo hebreo se hacen preguntas sobre Jesús y para entender algo sobre Jesús hacen de todo para que no se pueda entender. Juegan de reja, arman trampas e interrogativos insidiosos, hacen preguntas tendenciosas. Los hombres hacen preguntas, los filósofos hacen preguntas, en la escuela se hacen preguntas, en las relaciones, en el trabajo, en la política, en la ciencia se hacen preguntas.
Pero ¿Por qué los fariseos no aceptan nunca ninguna de las respuestas de Jesús? ¿Por qué el verdugo no acepta nunca las respuestas del torturado? ¿Por qué los filósofos no han contestado todavía a una sola de todas sus preguntas después de miles y miles de años? ¿Por qué el profesor no está nunca completamente satisfecho con la respuesta del alumno?
¿Por qué la pregunta de una mente dirigida hacia otra mente no recibe nunca respuesta completamente exhaustiva? Y ¿Por qué, más aun, también a respuestas plenas la mente que ha hecho la pregunta no encuentra paz? ¿Que sea el anhelo de la novedad, del saber, de la búsqueda?
Nada de todo eso.
La mentira no está nunca en la respuesta, la mentira, el engaño, la tendenciosidad están siempre, siempre en la pregunta.
La respuesta no existe porque no existe la pregunta. La pregunta es siempre un falso, subtiende siempre algo engañoso, resbaladizo, incluso la más ingenua.
A una mujer que te muestra como está vestida atrévete a contestar a su pregunta: “¿Cómo estoy?” Has metido la pata. Intenta contestar a la pregunta: “Pero, ¿tú me quieres?”, estás jodido. Entras en un círculo de circuitos obscuros sin escapes. La pregunta no es signo de no saber, sino de no querer saber. Por eso responder a una interrogativa que no ha sido hecha, en un diálogo, es la forma más resbaladiza de comunicación y el sistema más rápido para desbaratar la comunicación.
La pregunta subtiende siempre que no sabes, un “no sabes” no informativo, intelectual, sino perceptivo.
Si sales por la calle y tu piel no siente la temperatura por un problema epidérmico, tú no sabes qué temperatura hay afuera. Si no sientes frío o calor, tú no sabes que temperatura hay, si no sabes, entendido en este sentido, tienes sólo dos elecciones: imitar o preguntar.
La pregunta dice que tú no sientes, no sabes, debes hacértelo decir, debes hacerte indicar. La pregunta de los filósofos sobre cuál sea el sentido de la vida ya es un falso desde el principio, ya es mentirosa e inútil sólo por el hecho de que haya sido puesta. Si tú no sientes cuál es el sentido de la vida, no lo percibes, no lo captas dentro de tu corazón, ¿cómo hará otro para decírtelo? Y, cuando te lo ha dicho, ¿qué harás? Le crees por su palabra, pero no tiene sentido, sería de estúpidos. ¿Y entonces? Entonces entras en entredicho, dirás tu opinión, y nacerán polémicas, comparaciones, opiniones, hipótesis, tesis, palabras, violencia, ideologías, divisiones en grupos, partidos, filosofías de vida.
El signo más grande que una mente no quiere respuestas verdaderas, y en particular sobre aquel frangente de la vida, es el hecho de que haga la pregunta exactamente sobre aquello. La pregunta no quiere respuesta, sabe que no hay y no hace falta, sólo quiere engordar el propio amor de sí. Las preguntas de cualquier tipología denotan sólo profunda necesidad de contemplación de sí mismos. Por este fino y perverso proceso luego se llega a hacer las preguntas a un mago, que nunca te ha visto, sobre tu vida sentimental. Preguntas a unas cartas o a pequeñas piedras coloreadas. Preguntas a los posos del café o al subir de una humareda. Cuando una mente hace preguntas significa que no siente, no quiere sentir, no quiere cambiar, y sobre todo no quiere respuestas. Paradoxal, pero es así.
Cuando una persona está bien, está serena, se siente amada, no se hace preguntas, vive, enfrenta, lucha, hace lo que tiene que hacer y disfruta de la vida. Pero en cuanto ocurre algo que no marcha bien empiezan las preguntas. “¿Por qué a mí, por qué a mí no, por qué ahora, qué sentido tiene eso?” Cuando uno se enamora vigorosamente y con mucha energía bella no se pregunta nunca por qué quiere vivir con aquella persona, lo hace y punto, pero no de manera irresponsable, lo hace con amor, con dedición, sin preguntas, sin respuestas, lo siente y punto. Si algo empieza a no marchar y a crear sufrimiento en aquella relación, entonces nacen las preguntas. Entonces se buscan respuestas que no bastan nunca, que no sólo no explican, sino que despacio hacen papilla la roca sobre la que antes se fundaban amor y gozo.
Las preguntas son siempre falsas también las más legítimas y correctas, también aquéllas hechas en total buena fe y para el bien. Las preguntas son siempre fuente primera de la anulación de cualquier diálogo
Incluso la pregunta misma hecha a Jesús en esta página del evangelio es fingida, hecha con buen corazón y una cierta humildad, pero es una mentira.
Después de miles y miles de años de religión hebrea un escriba, un profesional de la biblia, pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más importante, cuál es el corazón de la ley hebrea. Es como si un campesino preguntara a Jesús si el trigo se siembra en la tierra o en el mar. Como si alguien entre los  dirigentes hebreos o teólogos de aquel tiempo, tuviera alguna duda sobre el hecho de que el corazón de todas las leyes, el objetivo de la vida, de la revelación divina, de la historia de la salvación, sea algo diferente que el Amor a Dios y al prójimo.
Jesús es un verdadero maestro de elegancia en el no contestar nunca directamente a una pregunta que le es puesta. Jesús sabe perfectamente que cada pregunta no viene del deseo de respuesta, sino del deseo de no cambiar.
En cada respuesta de Jesús en todo el evangelio encontramos siempre con precisión esta confirmación, Jesús responde poniendo a su vez interrogativos aptos a desvelar la mezquindad y el engaño de las preguntas mismas que le son dirigidas.
En las preguntas en mala fe este vínculo inseparable pregunta-mentira es más claro y evidente, pero el mecanismo es el mismo también para todas las preguntas de cada día hechas también para el bien y en buena fe.
Antes de darte la vida Dios no te ha preguntado si lo querías. No te ha hecho preguntas si querías ser salvado, ha cumplido su misterio de salvación en Jesús y punto. No ha preguntado, no ha hecho investigaciones. En la naturaleza no hay preguntas, no hay respuestas, hay la vida, toda, plena, terrible y bellísima, por el día y por la noche, bajo el cielo estrellado en un desierto o bajo una tormenta en la cumbre de un glaciar. Las galaxias giran sin preguntas ni respuestas, dos semillitas se encuentran y nace un niño, el agua corre en los ríos, el viento gira el mundo. Los peces no se hacen preguntas sobre el oceano, ni los árboles sobre la selva.
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». He aquí para que sirve la inteligencia, no para hacer preguntas y a hacerse preguntas, sino para reconocer que Dios es Dios, que de Dios hay sólo Él: amar a Dios con todo sí mismos y amar al prójimo como a sí mismos es lo todo en la vida. El resto es fruición inútil de las capacidades cerebrales y vocales, es engaño y mentira.