En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Lunes 1 Abril 2019

Cuarta semana de Cuaresma

Palabra del día
Evangelio de Juan 4,43-54

Segundo signo

Es este el segundo “signo-milagro” cumplido por Jesús en el evangelio de Juan y ocurre otra vez a Caná, donde – dice el texto – había cambiado el agua en vino.
Un funcionario al servicio del rey – es decir de Herodes Antipas, que gobernó sobre la Galilea desde el 4 a.C. hasta el 39 d.C. – implora Jesús de bajar con él a Cafarnaúm, donde habita, para sanar a su hijo que está por morir. Jesús no pide nada, no explica cosas, no hace ni siquiera un paso hacia Cafarnaúm, simplemente afirma: Vuelve a tu casa, tu hijo vive. El funcionario cree, sin haber visto algún prodigio, él, a los ojos del Evangelista, es el ejemplo de le fe pura, que se basa exclusivamente sobre la Palabra de Jesús. Es significativo como la fe del funcionario en la Palabra de Jesús sea tal que él no vuelve a casa de inmediato, sino espera el día siguiente.
El hombre creyó. La traducción italiana no rinde perfectamente el significado y la fuerza de la construcción verbal griega. El texto griego, de hecho, usa aquí el tiempo aoristo – forma verbal particular con aspecto momentáneo o puntual – que indica lo repentino de la acción. Sería como decir “de golpe creyó”, “al instante creyó”. La respuesta de Jesús es inmediata, la fe pura es inmediata. El verbo aoristo muestra adhesión y adherencia totales y definitivas.
Y se puso en camino, literalmente se iba, verbo de tiempo imperfecto para describir un viaje de vuelta, ahora sin de todo el miedo, la presión y la urgencia anteriores. Pues el funcionario sabe que el hijo ha sanado, y no ha sido necesario que Jesús recorriera aquellos 30 kilómetros de bajada empinada que conectan Caná a Cafarnaúm – de hecho varias veces el hombre pide a Jesús de bajar con él. La Palabra, el Sonido, la Frecuencia Madre de toda salvación proferida por los labios de Jesús atraviesa el espacio y los tiempos, las galaxias y los corazones y no hay nada, propio nada en el cielo y en la tierra que no le obedezca inmediatamente.
«Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron, literalmente: Ayer a la hora séptima la fiebre lo dejó.
La hora séptima corresponde a las horas trece, iniciando el cómputo desde las seis de la mañana. Es la hora de Jesús-Yeshúa-Salvación, la hora de Dios, la hora de la plenitud del encuentro entre la fe pura del hombre y la potencia amante y omnipotente de Dios.