En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Miércoles 5 Junio 2019

Séptima semana de Pascua

Palabra del día
Evangelio de Juan 17,11b-19

¿Cuál deseo?

¿Cuál es el deseo de Jesús para todos los suyos, para todos nosotros? ¿Cuál es el deseo de Jesús por el cual reza al Padre, por el cual él consagra a sí mismo, se dedica, se dona en eterno? A los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros, literalmente: guárdales en tu nombre que me has dado a mí; para que sean uno [griego hèn] como [griego: kathòs] nosotros.
Jesús pide con fuerza e infinita dulzura al Padre que guarde los suyos del Maligno, pero no es éste el deseo de Jesús; éste es el medio indispensable, la modalidad maravillosa y pacificadora para que el objetivo, el deseo se cumpla. ¿Cuál es entonces el deseo de Jesús para los suyos, cuál es el deseo que Jesús pide al Padre que realice por encima de cualquier otra cosa? ¿Cuál es la finalidad de su encarnación terrena, cuál es el propósito de su misión, el motivo por el que ha aceptado el peso terrible de la cruz y de la muerte? ¿Cuál es el verdadero y único deseo que ha motivado la vida terrena, los milagros, las palabras, la muerte y la resurrección de Jesús? Para que sean uno, así como nosotros. Éste es el deseo, el objetivo, el motivo de todo lo que Jesús ha vivido, dicho y hecho, que los que creen en Jesús sean uno así como Jesús es uno con el Padre y el Paráclito.
No el heroísmo, la evangelización, la fe, la organización las instituciones, sino la unidad es el motivo de toda cosa. Todo en la vida o es absolutamente funcional a la unidad o no tiene ninguna finalidad y ningún significado.
Como en la naturaleza todo es tan diferente que no hay ni una hoja igual a otra, y sin embargo todo está unido al uno y el uno está unido al todo, así en el hombre la diversidad es dono supremo del Espíritu para hacer más fuerte, rica, eficaz y bella la unidad. La separación y la división, cuando existen, sean estas generadas por el corazón del hombre para las razones más nobles y justificables, son siempre energía abastecida al juego de Lucífero. La unidad es la energía de Dios, la división es la energía de Satanás. Nunca de ninguna forma de división podrán nacer frutos de unidad. Si este mundo conocerá la victoria de la unidad o de la división, dependerá exclusivamente de cuál de las dos fuerzas decidiremos alimentar más con nuestras elecciones y acciones de cada día. Pero ¿qué es la unidad si no amor, y ¿qué es el amor, por lo menos en esta tierra, si no el perdón? Unidad, amor y perdón toman parte de la misma realidad divina. Dejar de usar el perdón es decidir violar al amor; sin amor la unidad es violada y destruida. Una vez destruida la unidad, la diversidad es hostilizada como un maleficio, lo que es nuevo e inédito, perseguido y condenado a muerte como un enemigo mortal: la vida, así, está desintegrada en su riqueza y complejidad. Esta es la manera para que la vida, toda la vida, cada vida pierda su movimiento y su armonía. El verdadero objetivo de Satanás es inducir al hombre a cualquier forma de división y separación; no le interesa el motivo por el que ocurre la división, ni entre quién o qué, lo que para él es importante es generar separación y división en todo lo que el hombre vive y toca. En todo ese mortal juego de Satanás hay una cosa casi incomprensible para la mente humana, y es que nunca su objetivo se realiza plenamente y de forma superba como cuando las personas se dividen y se separan, de cualquier manera y a cualquier nivel, por las razones más altas y nobles, en nombre de la justicia y de la religión, en nombre del amor, por amor de verdad y libertad, para defender leyes y principios. Lograr en ese procedimiento, engañar al hombre de esa forma es el éxito que lo hace sentir parecido a Dios.
Quien obra división, separación, quien calumnia a un hermano suyo por sus ideas, quien condena a su hermano porque es distinto, quien juzga a un hermano suyo por cualquier razón en el mundo, aunque sea la más justa y santa, es un homicida, obra para el deseo de Satanás y vuelve a Satanás más poderoso. Cualquier persona que obre para la división, aunque fuera en nombre del amor más elevado y noble, en nombre de la verdad y de la ortodoxia, no verá nunca el rostro de Jesús, porque no será nunca uno con él.
Quien obra en la unidad y para la unidad, obra para el deseo de Jesús: no juzga, no condena, no separa, no divide ni vuelve más poderoso y eficaz sobre esa tierra el viento del Espíritu.
La unidad entre los hombres no es sólo un deseo de Jesús: Jesús no podría nunca tener un deseo que no sea al mismo tiempo nuestro mismo destino eterno. Por eso, en esta experiencia terrena, es preferible acostumbrarnos a la unidad y no a la separación: la unidad es la eternidad de Dios. La división y los operadores de división conducen a la muerte, siempre y por eso se auto-anularán, no durarán para siempre. La unidad por el contrario es para la eternidad, y toda la eternidad es para la unidad.