En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 16 Febrero 2020

Sesta semana del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Palabra del día
Evangelio de Lucas 6,17.20-21

Felices los que se alegran

Jesús sana toda enfermedad, multiplica el pan para los que tienen hambre, resucita a los muertos, dona bienestar al alma, convierte el corazón, ilumina la mente. La creación misma narra la necesidad divina de que todo esté en la bellezagrandiosa y en la gracia. En la creación y en Jesús, la Santísima Trinidad nos hace conocer claramenteque siempre desea el bien supremo y la riqueza de la vida para nosotros. ¿Por qué entonces las Bienaventuranzas, por qué los pobres, los hambrientos, los perseguidos?
¿Son las Bienaventuranzas un himno a la resignación en vista del premio celestial?  ¿Las Bienaventuranzas lanzan toda riqueza y fortuna en el paraíso y en el reino de los cielos, y dejan a los hombres en esta tierra en las manos de la resignación y de la sumisión no violenta?
No, absolutamente no, aunque se pueden utilizar fácilmente de esta manera.  Entonces, ¿por qué son benditos los pobres y hambrientos?
Dios nos quiere ricos de todo bien, en la abundancia y en la alegría, pero nosotros podemos recoger sus dones a manos llenas sólo y en la medida de la fuerza y de la capacidad de nuestros deseos. Cuánto más amplios y fuertes son nuestros deseos, más abundante y más lista está la Vida a llenarnos de todo bien y bienestar.
Pero a los hijos de Dios, que para seguir los deseos de Dios chocan con el poder corrupto, la violencia, la arrogancia ignorante capaces de reducirlos a la pobreza, al hambre, a la persecución, Jesús anuncia la Vía Feliz de las Bienaventuranzas. Felices ustedes si en la pobreza, el hambre y la persecución no perderán el deseo y la fe, no utilizarán la violencia y el poder humano, sino que, confiándose en Dios, continuarán a desear los deseos de Dios en paz y alegría, entonces su beatitud, su bienestar los acompanarán atravesandolos cielos de los cielos hasta la vida sin fin.
Las Bienaventuranzas son el corazón del evangelio, son el evangelio mismo, son el Anuncio feliz. El Anuncio de que el hombre está predestinado a la alegría, a la felicidad, a la armonía, a la belleza, a la abundancia de los bienes, a la serenidad, y sólo cuando èl deja de desear los deseos de Dios, de tener fe y de agradecer, la vida se convierte en una esclavitud de miseria y de tribulación.
El Anuncio es que aquellos que emprenden la Vía Feliz y la testimonian, atraerán a la fuerza la persecución, la calumnia, el hambre, la reclusiòn, la miseria, pero incluso en esta miseria y en esta tribulación mecánica y forzada, si el deseo y la fe de los hijos de Dios permanecen capaces y firmes, la beatitúd y la alegrìa, la danza siempre estaràn presentes en su corazón, en su vida y en la vida del cielo.
Ni siquiera en el caso extremo en el que los hijos de Dios podrán verse despojados de sus vidas, para ellos esto será causa de tristeza y miedo, desolación y extinción del deseo.
Las Bienaventuranzas son la invitación a los hijos de Dios a seguir el procedimiento divino y evangélico para vivir en paz y bienestar y nunca desistir de este procedimiento de ninguna manera, ni siquiera cuando el mundo procura con violencia todo tipo de privación y de herida a los hijos de Dios. De la misma manera, las Bienaventuranzas son el anuncio fuertísimo e incuestionable de que tristeza y ausencia total de alegría serán para todos aquellos que, para aumentar sus bienes de manera egoìsta y desmesurada, habrán reducido a sus hermanos al hambre, a la reclusiòn, a la miseria y al silencio.