En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Viernes 21 Febrero 2020

Sesta semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Marcos 8,34-9,1

Desconocer

El que quiera venir detrás de mí, que renuncie [griego: aparnèesthai] a sí mismo [griego: heautù], que cargue con su cruz [griego: stauròs] y me siga. Porque el que quiera salvar su vida [griego: psychè], la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.”
Si quieres estar detrás de Jesús, si deseas quedarte en su dirección, debes hacer una cosa, una cosa fundamental, quizás la única que hay que hacer verdaderamente. Debes aparnèesthai “desconoscer”, heautù, “a ti mismo”. Debes renegar, rehusar, declinar, rechazar no al ti mismo, tu persona, tu ser, el acto creativo de Dios, esto no tendría ningún sentido, sino la construcción de tu ego, la construcción mental de tu yo, la personalidad falsa y exclusivamente mental, construida en los adiestramientos y en los engaños de este mundo, aquella personalidad que nada tiene a que ver con tu verdadera esencia e identidad espiritual. Para seguir a Jesús, para estar detrás de él, no hay caso, se necesita desconocer, o más bien destruir, renegar, dishidratar, anular, apagar nuestro ego fruto de heridas, vanidades, desafíos y revueltas. Jesús mismo llama a esta construcción mortal, psychè, y nos recuerda que quien desea salvar su propia psychè, su propia estructura de pensamiento, perderá su propia vida. Sólo después es posible levantar, alzar, tomar, asumir, hacerse cargo del propio staurós, literalmente “palo”, simbólicamente, “cruz”. En el texto evangélico por cruz no se entienden nunca en la manera más absoluta las desgracias de la vida, las enfermedades, los imprevistos dolorosos, los accidentes de la vida que llevan sufrimiento, sino el peso del adiestramiento, el inevitable palo lleno de heridas y deformaciones bien clavado dentro de cada uno de nosotros por el adiestramiento, por el engaño y por la ignorancia y por la ignorancia generada por el peaje histórico del pertenecer a esta dimensión terrestre. Nuestras cruces, nuestros palos plantados son nuestras heridas interiores recibidas por otros hombres y mujeres a su vez heridos, nuestros límites debidos a nuestros antiguos desafíos y revueltas, son nuestros celos profundos, las envidias nunca resueltas, el orgullo que no quiere morir, la vanidad que no quiere callarse. Jesús nos pide que aceptemos en paz las cruces, los palos de nuestras desarmonías, debilidades y límites, plantados en nuestra alma y en nuestro corazón. Nos pide que los pongamos en sus manos y en su misericordia no para secundarlos, sino para quitarles potencia y veneno que de otra manera nos barrerían lejos de él y de la vida. Jesús nos enseña a enfrentar y vencer nuestras debilidades antes de todo aceptándolas, conociéndolas, llevándolas sobre nuestros hombros con humildad, a través del perdón pedido a Dios y ofrecido a los hermanos, y nunca con resignación y desprecio.