En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Lunes 21 Septiembre 2020

San Mateo, apóstol y evangelista

Palabra del día
Evangelio de Mateo 9,9-13

Resonancia

Cada célula de nuestro cuerpo se mueve en continuación y vibra emitiendo una frecuencia, una frecuencia bien determinada, dinámica y medible. Para decirlo de manera elemental, toda célula suena y canta. Y así es para todo lo que nos rodea, en todo lo que existe. Cuando dos entidades energéticas, a través de las vibraciones, se transfieren energía e informaciones, y tienden a atraerse, se habla de resonancia. Un cierto tipo de frecuencias tiende obviamente a atraer el mismo tipo de frecuencias, para entrar en resonancia y crear una especie de comunión, de unidad. Usar nuestro diálogo interior para producir pensamientos rencorosos, que vibran con frecuencias inferiores, propenderá obviamente a atraer y a entrar en resonancia con frecuencias similares, del mismo perfil. Usar nuestro diálogo interior para producir pensamientos de amor, que vibran con frecuencias superiores, propenderá obviamente a atraer y a entrar en resonancia con frecuencias similares, del mismo perfil. El bienestar de la persona depende exclusivamente del tipo y de la calidad de las frecuencias que esta genera y con las cuales entra en resonancia. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Jesús nos invita a crear con nuestro pensamiento y a habitar con nuestro corazón las frecuencias del amor y de la misericordia y no las del deber y de los sacrificios rituales.
Pero, ¿por qué es tan difícil para el hombre aprender y usar una ley tan elemental y portadora de bienestar? ¿Por qué aprender a elegir y a usar siempre las frecuencias de la misericordia y del perdón es tan difícil para el hombre? La respuesta está en el abismo del poseer y en el vórtice del apego en el cual hemos caído. Lejos de Dios y alejados de nosotros mismos, nos sentimos tan miserables y vacíos, que tan pronto como una realidad de alguna manera nos gusta o nos satisface, debe ser nuestra, y cuando nos pertenece, o pensamos que nos pertenezca, no hay cosa en el mundo que, sólo al pensarlo, nos haga enojar más y luego enloquecer cuando ocurre: perderla. Posesión y apego nos empujan a identificarnos completamente con las cosas, con las personas, con los afectos, con el trabajo, con la fama, la imagen, la reputación. Además por esto, también en la comunicación cotidiana más común, usamos siempre, delante de todo y de cada cosa, el adjetivo posesivo mío. Mi tierra, mi vida, mi madre, mi marido, mi hermano, mi música, mi Dios, mi iglesia, mi nombre, mi futuro, como si todo esto de alguna manera nos perteneciera, fuera nuestra propiedad y para siempre.
El estilo espiritual de la misericordia, que Jesús nos invita a considerar como el más luminoso y con las frecuencias más vitales en absoluto, prevé exactamente lo contrario. Tener misericordia, perdonar, no es otra cosa que dejar ir, dejar ir con amor. Tener misericordia y perdonar un daño recibido no significa hacer como si nada, no significa justificar o excusar, sino dejar ir con amor lo que ya nos ha sido quitado. Entrar en la frecuencia de la misericordia no significa someterse ni resignarse, sino, con amor, con una enorme, maravillosa sonrisa de amor, dejar ir lo que ya nos ha sido quitado y sustraído. Esta actitud espiritual de la misericordia tiene una ventaja importantísima, aquella de hacer entrar nuestra vida y nuestra persona en resonancia con las frecuencias del corazón de Dios, es más, como dicen los textos bíblicos, con las entrañas de la misericordia de Dios. Y no hay lugar en el mundo más seguro y pacífico, tierno y protegido, alegre y luminoso que las entrañas de la misericordia de Dios.