En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Jueves 19 Noviembre 2020

Trigésima tercera semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Lucas 19,41-44

Shiloh

Jesús llora. Llora lágrimas humanas que descienden de ojos divinos. Llora sobre Jerusalén y para Jerusalén. Llora sobre lo que Jerusalén es y representa. Jerusalén es la ciudad, la historia, el pueblo que Dios ha preparado en los milenios para la cita con el mensaje de paz, literalmente en griego aquello que lleva a la paz, el Hijo, el Dios encarnado que viene a morar en medio de los hombres. Jerusalén representa también la humanidad que ha ridiculizado y despreciado aquello que lleva a la paz. Jesús llora sobre Jerusalén ciudad de la historia bíblica y sobre Jerusalén símbolo de las ciudades desesperadas de esta generación. Jesús llora, llora porque el no haber reconocido el momento, el tiempo, la hora en la cual ha sido visitada por Dios, por el príncipe de la paz, para Jerusalén es una tragedia, aun si no lo sabe. Si Jerusalén ciudad y Jerusalén humanidad no han sabido comprender y conocer el día en el cual han sido visitadas por Dios, ¿qué más podrán comprender y conocer de la existencia y de la vida? ¿Cuál otra visita podrán apreciar y compartir, comprender y amar? Si el hombre no comprende la visita de Dios, ¿qué más podrá comprender? Jerusalén no ha entendido, conocido, amado la visita de aquello que lleva a la paz, Jesús, el único rostro de la paz, él mismo se autodefine así en esta página del evangelio. Si Jerusalén no acepta el único rostro de la paz existente, no habrá más rostros para comprender y amar. Y si Jerusalén aceptará en la historia otros rostros, estos no podrán que ser rostros de impostores engañosos y lobos rapaces.
El último nombre que Jesús usa, para definir a sí mismo antes de entrar en los días de su tortura y muerte y después, una vez resucitado, dejar esta tierra, es aquello que lleva a la paz. Será una coincidencia pero este último nombre, que Jesús da a si mismo y en el cual recoge todo su ser y su mandato, es perfectamente idéntico en el significado al primer nombre con el cual Jesús, el Mesías, es profetizado en los textos del primer testamento, en Génesis 49,10: Shiloh, que significa, justamente, el Príncipe, el Caudillo de la paz.
Jesús, aquello que lleva a la paz, llora sobre Jerusalén y profetiza su total destrucción, porque Jerusalén, no habiendo reconocido al Señor de la paz, no podrá que reconocer y seguir el señor de la guerra y de la destrucción. Jesús no amenaza Jerusalén humanidad sino le revela exactamente qué ocurrirá y porque.
Aquello que lleva a la paz, está regresando. Él esta regresando porque el corazón del hombre no aguanta más vivir sin su paz, ya no puede más. Pero aquel que vuelve, no vuelve en una cuna, ya no será posible cubrirlo de ridículo, de escupitajos e injurias, masacrarlo y torturarlo sobre una cruz hasta matarlo. Aquello que lleva a la paz vuelve ciertamente en paz y por la paz, pero ninguna mano humana podrá rozarlo, ningún ojo podrá observarlo con mirada soberbia y escrutadora, ninguna cadena podrá ser puesta en sus muñecas, ninguna boca podrá deshonrarlo, ninguna mente podrá denigrarlo y hacerse preguntas, ninguna rodilla podrá resistir sino de rodillas. Aquello que lleva a la paz está regresando y su viento se levantará gallardo e irrefrenable y partirá las piedras de todo lo que Jerusalén ha construido sin él y en contra de él. El viento gallardo del Paráclito Santo inflará las velas, las velas de la inmensa embarcación de la humanidad que cree y ama al Señor, para una navegación sin fin, magnífica y gloriosa.