En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 21 Noviembre 2020

Trigésima tercera semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Lucas 20,27-40

Vida sin fin

¿Con cuánto anhelo el hombre desea ser inmortal aquí en la tierra? Los hombres no desean la inmortalidad en esta tierra para vivir sin fin, sino para ser presentes el día en el cual se cumplirá sobre esta tierra aquello al que se han dedicado con afán y empeño por toda la vida, para rozar con los ojos la estela de gloria y éxito dejada por los propios proyectos y por las propias obras. Los hombres tienden a desear la inmortalidad terrenal más que aquella celestial. Esto es uno de los signos evidentes que el corazón del hombre está en revuelta en contra de Dios y de su acto creativo. Creer en Dios y buscar la inmortalidad terrena es provocativo, creer en Dios, y no ser ciertos de la vida sin fin en Dios, es contradictorio.
Pero, ¿cómo se puede ser ciertos que la vida es inmortal en la luz de Dios? ¿Por acto de fe? En realidad no. Por acto de evidencia. Si la evidencia de la extraordinaria sobrecogedora belleza de la vida presente que Dios nos ha donado no es suficiente a abrirnos la mente a la realidad que la vida es sin fin en la dimensión celestial, ningún texto, ninguna confesión religiosa, ningún dogma podrán abrirnos las puertas al conocimiento de la inmortalidad en la luz de Dios. A menudo a la inmortalidad de la vida se ata con mucha fuerza el sentido mismo y la importancia de la vida, como si la vida tuviese sentido y nobleza porque es inmortal. Esto es muy ingenuo e irrespetuoso con respecto a la obra creativa de Dios.
No es la inmortalidad que vuelve bella la vida, sino la belleza de la vida que vuelve la vida inmortal. No es la inmortalidad de la vida que vuelve la vida importante, sino es la importancia de la vida que, en el deseo de Dios, ha vuelto la vida inmortal. Por lo tanto quien quiere saber el porque de la vida, blasfema la evidencia, renega la belleza. Quien cree saber el porque vivimos es un impostor que desea obscurecer la fantasía de Dios. Quien busca el sentido de la vida es como un pájaro que, volando, busca una vía marcada en el cielo azul y, no encontrándola, decepcionado, deja de volar.
¿Cuándo dos personas se aman y están realmente bien juntas, por cuánto tiempo quisieran vivir y amarse así? Por siempre. He aquí, la inmortalidad es ínsita como evidencia en lo que es bello y dona alegría al hombre. No es vivir por siempre que hace felices, sino ser felices que vuelve consecuente vivir por siempre. Cuando somos muy felices y satisfechos, en el bienestar y en la salud, ¿cuál de los hombres sobre la tierra se hace preguntas sobre el sentido de la vida o de dónde venimos y hacia dónde vamos? Nadie. Nunca. Pero cuando somos tristes, solos, enfermos, en la miseria, subyugados, entonces las preguntas son infinitas y estremecedoras en su lógica racionalidad. No serán nunca las respuestas de la sabiduría humana que lograrán aplacar las preguntas sobre el sentido, la importancia, el valor de la vida, sino siempre y sólo la felicidad, la alegría, la armonía, la paz de la vida. Todo el mal que los hombres se hacen continuamente no quita maravilla a la potencia de la vida, sino que crea un océano de sospechas y de dudas, de preguntas y de decepciones.
Nosotros los hombres tenemos el poder de enlodar de mil maneras la fragrancia vital de la vida, pero la vida queda siempre y perfectamente el esplendor que es. La vida es sin fin y continuará para siempre a hacernos gozar de su belleza porque es maravillosa, porque es un espectáculo gratuito, supremo, que ya desde ahora quita el aliento. Y así será por siempre, simplemente por don de Dios. En este sentido no es la espiritualidad que dona espesor a la vida, sino que es el espesor mismo de la vida creada por Dios que vuelve espiritual todo lo que existe.
La vida que Dios ha creado para su criatura humana es una vida que, después del puente que los hombres llaman muerte, no podrá morir nunca, y en ella no habrá mas nada de las relaciones y de los mecanismos psíquicos y sociales que hoy conocemos, no habrán mujeres y maridos, hijos y parientes, y los hijos de la resurreción serán iguales a los ángeles porque son hjos de Dios. La vida será por siempre. Cantaremos por siempre, danzaremos y tocaremos por siempre. Trabajaremos en las ciudades de luz, sin cansancio y dolor, en total armonía, con responsabilidad y tareas, por siempre. Banquetearemos y jugaremos por siempre, alabaremos y bendeciremos la gloria de Dios por siempre, en él y por él, porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él.