En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 13 Diciembre 2020

Tercer Domingo de Adviento – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Juan 1,6-8.19-28

Dar parte

Los mensajeros de los fariseos buscan información, piden detalles y explicaciones. La mente quiere detalles, aclaraciones, noticias. La mente debe desplegar un informe a sí misma, debe iluminarse en conexiones y garantías.
Nada habla mejor de la realidad, nada nos es más claro y clarificador, pero ya no somos capaces de observar y entender. Nuestra mente no ve nada y nada acepta sino aquello a lo que está habituada a ver y a entender.
He aquí, en estas líneas, un regalo inesperado, en este fragmento se nos revelan los pasos obligados de nuestro sistema mental que consideramos lógico y autónomo y que de lógico y autónomo no tiene absolutamente nada porque impide crecer y conocer.
La mentalidad, la mente, el mundo de las propias ideas y convicciones se construye en estas fases.
El marco interno, el diseño base, la fundación síquica es dada por la absorción de la programación familiar y social. La estructura externa que cubre es dada por el sistema informativo aportado por la cultura, por la escuela, por las amistades. El cemento es proporcionado por el modo mental de elegir informaciones válidas entre aquellas no válidas, yendo más allá de la realidad, a través del temor de traicionar las expectativas de los demás en las más diversas dimensiones existenciales, familiares, laborales, afectivas. En vez, lo que estratifica en la mente los planos del pensamiento y la mentalidad personal está determinado por la vanidad, que se expresa socialmente y afectivamente en la extenuante competición o en la comparación continua.
El combustible indispensable para todo el sistema: las preguntas. Las preguntas de la mente no son nunca para comprender la realidad, sino para hacerse una razón de la realidad que no se acepta. La mente no acepta nada de la realidad, puede solamente luchar en un océano de preguntas buscando desesperadamente de no ahogarse, implorando un punto de referencia en un cielo sin estrellas, un punto de apoyo lógico, una señal conocida para hacerse una razón. Las preguntas sobre todo y sobre todos son el signo de la prepotencia de la mente sobre el espíritu. Después, la cristalización de toda esta estructura mental sucede en los años de impulso incesante de juzgarse a sí mismo y por los sentimientos de culpa.
Ahora escuchemos nuevamente las preguntas de los mensajeros de los fariseos y sigámosles los rastros metodológicos, porque son una ilustración inmediatamente evidente del proceso violento de la mente contra toda visión perceptiva y espiritual.
¿Quién eres tú? Es la pregunta mental inicial para afrontar cualquier realidad. Es la pregunta que despoja desde el inicio la posibilidad a toda realidad de existir y de tener un peso y una sustancia. Preguntar quién eres es absolutamente estúpido e ilógico y no logra ninguna forma de conocimiento real.
El Sumergidor está allí, delante de esas mentes, está allí con su fuerza y con su realidad, con su realidad personal indiscutible. Es la pregunta que subtiende un prejuicio simplísimo y potente: tú para nosotros, para nuestra mente y mentalidad que no te conocen y no te prevén, tú no eres nadie, no existes, no existes tú, no existen ni el peso ni el valor en tus acciones aunque estos sean visibles. No es la pregunta para aclarar sino para desarmar, para quitar toda autoridad personal.
Aunque nuestra mente reconociera la verdad más resplandeciente saliendo de los labios de un hombre, pero que nos indica algo que debemos cambiar que no está previsto y no es conocido por la mente, la mente respondería de todas maneras con un desgarrador: ¿Y tú quién eres? Es la pregunta de la rabia, del sospecho. Pregunta que no se hace jamás cuando uno está en paz, se ama, está bien por dentro. Y no existe respuesta posible que pueda abrir en la mente una tenue luz de visión y aceptación de la realidad así como es.
¿Quién eres entonces? Ahora se pasa a los exámenes. Para la mente, la otra persona es una cosa que examinar, no una persona a la cual entender y aceptar así como es. En una vida entera la mente no aceptará completamente, ni siquiera una vez, a una persona cualquiera que encontrará en su camino. Nuestra mentalidad se funda en este examinar descriptivo continuo e incesante. Un examinar que tiende únicamente a poner en dificultad, a provocar malestar, a desestabilizar, a vaciar.
¿Eres Elías? He aquí la hora del enfrentamiento. Es la hora de la competencia invencible. Iniciamos una confrontación directa con un personaje preciso, el más grande de los profetas, la más potente voz de la misma Biblia, delante al cual la arena de los desiertos se hacía a un lado y temblaban las montañas. Inicia el enfrentamiento sin piedad, la competencia, la guerra de las esperas, el conflicto devastador de las expectativas. Un enfrentamiento asociativo, extremo, ilógico, propenso exclusivamente a disminuir, provocar, humillar, aplastar. Si un niño hace un bonito dibujo, la mentalidad común le dirá: ¿Pero quién te crees que eres? ¿Miguel Ángel? Si un joven tiene un sueño entusiasmante de solidaridad por su vida y por la de los demás, la mentalidad común encerrará este sueño diciendo: ¿Te crees Madre Teresa? Y si quiere vivir de música le dirán: ¿Quién te crees? ¿Mozart?
¿Eres Profeta? El enfrentamiento continua, pero el tiro ha cambiado, ahora es más despiadado. Las respuestas no llegan, es más llegan, pero la mente no las acepta, no las reconoce. Es así como ahora el enfrentamiento se vuelve genérico, el tiro se expande a todo y al contrario de todo, un horizonte inmanejable para comprender la más pequeña grieta de saludable realismo.
¿Quién en un clima mental como este, puede afirmar serenamente de ser el profeta, aquel que esperaban si lo fuese, sin caer en manos de la ira y de la violencia? Esta es la pregunta que crea el indispensable espacio perverso para que cada respuesta posible sea inmediatamente golpeada por la más severa negación y excomunión.
La mente humana cuando formula preguntas no es nunca por amor a la verdad, sino por rabia hacia aquello que no digiere, no conoce y por tanto no acepta. Las preguntas de la mente, por cuanto estén empapadas de lógica, en el proceso metabólico de la realidad son comparables solamente a las descargas intestinales y jamás serán un proceso digestivo útil de la realidad.
¿Quién eres? ¡Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado! ¿Qué dices de ti mismo? Ahora la pregunta se cubre de armadura y fierros de cada peso posible. ¿Y qué puede ser mejor que revestir todo de autoridad con una ley, con la moral, con una tarea encomendada, un deber que no puede ser ignorado? La mente, reconociéndose impotente y para nada atrayente en sí, se esconde detrás de la ley, del deber, de los principios primordiales, de las constituciones, de los ejércitos. ¿Cuánto mal se ha hecho y se continua a esparcir por la tierra en nombre de la ley, de un encargo confiado? ¿Cuántos hombres han sido asesinados y torturados en nombre de la obediencia a las órdenes, en nombre de una tarea encomendada, en nombre de una presunta verdad?
Cómo es de rápida la mente para esconderse detrás del dedo del poder, detrás de una obediencia moral, de una misión a la cual no puede faltar. En este esconderse detrás de su estupidez, nada sirve mejor que la jerarquía, el poder, las instituciones, las tradiciones, las armas, la integridad. Por ejemplo, a todos los niños del mundo les gusta aprender, son ávidos de conocimientos y transparentemente abiertos a aprender, pero al mismo tiempo a ningún niño le gusta ir a la escuela. Sin embargo ninguna mente ve esta realidad, nadie se pregunta el porqué y si no se podría hacer algo diferente. Si en algún momento, a la mentalidad le sucediera de golpear la cabeza delante al malestar que es siempre más frecuente en los niños que van a la escuela, la única respuesta sería esconderse detrás de un programa escolar, una misión que hay que cumplir, un hábito cultural, un salario que asegurarse, pero no está prevista ninguna posible mutación real, no está prevista la verífica de la realidad y peor aún, no están previstas las oportunidades.
El paso ahora es velocísimo, casi imperceptible, la mente en estos cambios de planes es hábil, es práctica, está entrenada.
¿Por qué sumerges, entonces, si no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? La conclusión es tan seria cuanto aguda y violenta. La no aceptación supone como única posibilidad el empeño síquico de desautorizar la realidad. Y la no aceptación no se manifiesta nunca sólo para la persona en sí, sino que también para las obras, para las acciones de las personas. La victoria de la mente es criticar siempre todo y todos, en esto es violentísima, perfectamente y absolutamente fiel a sí misma. Criticar las acciones siempre, criticar cada opción, cada elección y ruta. La mente que nada hace y realiza, no puede más que odiar totalmente a quien intenta y como puede, con cansancio y con amor, realiza y hace. La mentalidad de los hombres se construye sobre la crítica, no sobre la búsqueda de oportunidades. Juan el Sumergidor no tiene delante de él a los mensajeros de los fariseos, sino a la mentalidad de la historia y de la humanidad, mentalidad hostil al cambio, desfavorable a nuevas posibilidades, puntualmente en áspera desaprobación y rechazo a cualquier realidad. Juan el Sumergidor en toda respuesta alarga la mirada, precede a otras preguntas ofrece una vía, la verdad absoluta e indeformable de que Aquel que él está anunciando es el Yo Soy, el Eterno allí presente y vivo delante de sus ojos. Juan responde y abre de par en par horizontes y borra las preguntas que salen de mentes y corazones que nada quieren entender y conocer. El Sumergidor responde a la arrogancia de las preguntas de la mente haciéndole humilde reverencia a Aquel que ustedes no conocen. El Sumergidor se postra y acaricia la correa de las sandalias de Señor Omnipotente que, bellísimo y radiante de humildad, entra en la historia del hombre dando los primeros pasos en las dulces aguas del Jordán
Un río, un sendero de agua es el primer sendero forjado por Jesús en la tierra hacia el hombre. Jesús camina sobre la tierra hacia el hombre su hijo, su amor, a pies desnudos en el agua.
A este Amor el Sumergidor hace reverencia y se postra como respuesta a Aquel que nunca jamás se dará a conocer ni se podrá reconocer por la presunción y la ceguera de la mente y de la mentalidad humana.