En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sunday 17 January 2021

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Juan 1,35-42

El tren

¿Qué quieren?
¡Buena pregunta!
La pregunta es seria y de hecho la impresión fuertísima es que todos y en todo momento estamos buscando algo y jamás nos sentimos satisfechos ni complacidos con nada. Pero si buscamos algo, algo hemos perdido. ¿Cómo se puede buscar algo o alguien si no se ha perdido? Y ¿alguna vez se buscaría algo o alguien una vez perdido, si no hubiese provocado en nosotros interés, importancia, encanto, necesidad, nostalgia?
¿Qué quieren?
¡Buena pregunta!
¿A quién buscamos, en verdad, qué buscamos? En cada segundo, en cada gesto, en cada encuentro, en cada corazón, ¿a quién buscamos? Y no es una pregunta ideológica, no es el nuevo inicio de un proceso de elucubraciones y sistemas mentales y filosóficos. Quizás, simplemente, no es ni siquiera una pregunta. Se parece más a una pregunta retórica, una dulce provocación de una respuesta dada por hecho y aún así tan desconocida.
¿A quién buscamos nosotros toda la vida, qué buscamos? ¿Alimento, salud, riqueza? ¿O quizás buscamos gloria, fama, poder y éxito? ¿Buscamos amor o pasión, bienestar o comodidad, abnegación o posesión? ¿Qué es lo que buscamos desesperadamente? ¿Qué es lo que nos hace tan furibundos en la derrota, tan quebrantados en el fracaso, tan postrados en la soledad? ¿Qué es lo que nos falta y aún buscando no encontramos? ¿Qué es lo que nos hace optimistas hoy y deprimidos mañana? ¿Quién o qué nos hace tan frenéticos en la carrera y tan lentos hacia la meta? Tan satisfechos y miserables por correr detrás ¿de qué cosa, de quién? ¿Qué es lo que nos hace tan obstinados e implacables en un momento e incurables gusanos rastreros el instante después? ¿Qué es lo que buscamos en las profundidades del corazón y de la historia, en lo imprevisto y en lo calculado, en la fortuna o en la fe? ¿Qué buscamos en las estrellas o en las mitologías, en las literaturas antiguas o en las poesías? ¿Qué es lo que nos hace tan valientes en grupo y tan ruines apartados?
Pero sobretodo ¿Cuál es el factor constante de esta búsqueda humana? Sí, porque en esta búsqueda afanosa, el ser humano regresa a menudo, es más, prácticamente siempre, sobre sus usuales pasos, calca prácticamente las usuales huellas, atraviesa los usuales caminos. Se repiten con agotadora fidelidad guerras, privaciones, engaños, prepotencias, pero sobretodo se repiten las hormas del camino de caminos.
Hay una cosa que, en esta búsqueda ilimitada del hombre y de la mujer, hace de dueña absoluta, reina indiscutible e invencible. Es el camino de caminos, la horma que se extiende por regiones y siglos sin distinción de raza, sexo, religión y cultura. En esta búsqueda, por un lado extraordinaria, conmovedora, indecible y vastísima de la historia humana, la reina soberana e indiscutible, que generosísima en cada ángulo de la historia y del mundo dispensa sus favores y sus gracias magníficamente y en modo fulgurante por encima de cualquier otro poder humano, es la reina estupidez.
En las grutas o entre los esplendores de los castillos, bajo la sombra de los dátiles o entre los bosques lluviosos, en esta búsqueda el verdadero piloto, el camino principal, el navegador de la humanidad es madame estupidez. Insuperable, inalterable, constante, impasible, inatacable, puntualísima y a veces hasta impredecible. No trabaja sola nunca. Pereza e ignorancia le hacen de sirvientas intachables y extremadamente fieles.
Una trinidad energética con poder destructivo inaudito e incalculable, más allá de todo modelo y toda previsión, de todo protocolo y control humano.
La estupidez usa, en cualquier lugar, a sus criadas pereza e ignorancia, y no tiene rivales en todo aquello que es terreno, no conoce enemigos, barreras, calamidades, oposiciones. Vuelve lívidas en la esclavitud a poblaciones, que creen a todo y a todos sin alguna reserva ni verifica. Desmorona toda diversidad y genialidad, don y novedad bajo los golpes del sistema, de la ley, de las reglas del perjuicio. Provoca daños incurables a los hombres, a la tierra, a las montañas, a los lagos y a los ríos, al aire y al agua. Puede localizar a sus hijos por donde quiera sólo por la forma de caminar, de relacionarse, de comer, de respirar. Los puede guiar a la distancia con sutiles fuerzas telepáticas, los guía desde adentro y los circunda desde afuera, se comunica con ellos sobre las alas de los perjuicios y de los sistemas de pensamiento irracional. Rige su imperio, el más vasto que jamás ha existido sobre la faz de la tierra, en dos columnas portantes y poderosas, la pereza de una parte y la ignorancia de la otra.
La estupidez atraviesa las generaciones con la sangre, pero con gusto viaja transversalmente entre los pueblos con la cultura, con la escuela, en el modo de comer, de divertirse, de construir y viajar, de crear estructuras religiosas y mitológicas. Informa vaciando, nada deja atrás, no duerme jamás, jamás come, jamás descansa.
A la estupidez popular la mima y la mantiene el poder, porque la estupidez es, por una parte, la fuente incurable e infalible de divisiones y facciones y por otra parte, la fuente más segura de ganancias y riquezas sin fin. Si del tren de la estupidez ninguno ganara dinero, tanto dinero y tan fácilmente, el tren de la estupidez no tendría más un motivo para viajar y lo dejarían en la estación para que se marchite. Es la estupidez de los pueblos que hace a los poderosos tan ricos y arrogantes. Su reino y su vigor, su fuerza, su resistencia se rigen por la más grande y potente fuente energética presente en la mente del hombre: la envidia.
A la envidia, la trinidad de la estupidez le dedica sus canciones y oraciones, su devoción y alabanza, sus liturgias, asambleas y procesiones. La reina estupidez tiene un corazón, un espíritu, una fuente de energía sin límites, con un poder sin igual y sin enemigos: la envidia. La trinidad destructiva de la mente, la comunión intrínseca e irresistible de la estupidez, de la pereza y de la ignorancia, nada pueden sin su dios y generador, sin la fuente generadora y creadora que es la envidia.
La envidia dona energía sobrehumana a la mente para colocar a estupidez, pereza e ignorancia en una comunión perfecta, para hacerlas trabajar en perfecto acuerdo, para sostener sus principios dominantes, los sistemas de raciocinio, para inspirar sus modelos científicos, para dar vida a sus profetas y santos.
La envidia usa también, con gusto y donde puede, a los celos, a la rivalidad, al rencor, a la competencia, pero nada se debe mover bajo su mirada sin que intervenga soberanamente la estupidez.
Los rieles son la pereza y la ignorancia, el tren es la estupidez, el carbón que da la presión a la caldera es la envidia.
No hay calumnia, maledicencia, perjuicio que puedan atravesar montes y mentes sin utilizar la potencia perforante del tren de la estupidez. De igual modo, no hay guerra, no hay absolutismo político, no hay esclavitud económica, no hay devastación, que no utilice este tren para atravesar los cerebros y apagar las almas de la gente a lo largo de toda la historia. Es en este modo, en este modo enajenado y triste que, viajando en este tren tenebroso y siniestro, la humanidad está buscando lo que está buscando.
El Maestro Jesús, el único verdadero opositor y gran enemigo de la estupidez, se aproxima al hombre y a la mujer en este delirante viaje terrenal y pregunta: ¿Qué quieren?. Con esta pregunta el Maestro se dirige a todas sus criaturas humanas entregándoles la semilla libertadora de su Palabra y de su luz. La pregunta prepara el terreno al don que el Señor ahora dará a estos viajeros empedernidos y cansados, humillados y atontados, el don que es una oportunidad, una nueva posibilidad, mejor aún, la nueva posibilidad para resucitar de la estupidez y de la muerte del corazón.
Dice de hecho: Vengan y lo verán. Dos palabras. Dos soles brillantísimos. Dos rieles contra los rieles. Dos rieles para sostituir aquellos antiguos y tan peligrosos en el viaje de la búsqueda y del descubrimiento de la vida. Dos rieles que se oponen decididamente a los otros dos rieles.
Vengan significa mover los pies y la vida, ir hacia Él, moverse hacia el presente para encontrarlo, activarse y estar presentes, participar de corazón a aquello que es, confiarse, actuar, caminar en Él. Vengan indica movimiento, movimiento de adoración hacia Él, indica el tiempo sagrado e íntimo de amor, oración, confianza en Él, libertad y fidelidad al mismo tiempo. Vengan es desclavarse de los viejos equilibrios e ir hacia Él. Vengan es el riel que se opone a la pereza.
Verán es el riel que se opone a la ignorancia. Verán indica la posición interior del espíritu que se abre a la visión interior y a la conciencia. Verán indica conocimiento y adherencia a la verdad, ver hacia adentro por fe, inteligencia verdadera, saber, percibir. Verán indica la efusión del viento del Espíritu que lleva a la Verdad completa, a la fuerza del conocimiento.
Estos, los dos nuevos rieles del Maestro contra el tren de la estupidez. Los rieles que se oponen a la pereza e ignorancia, los dos rieles sobre los cuales recorre el tren de la vida según Jesús.
Pero, ¿cómo derrotar al tren mismo de la estupidez?, ¿cómo quitar el aliento y el alimento a este tren que no llega nunca con retraso, no se hace nunca esperar y en cada ocasión es siempre puntual, en perfecto horario?
Jesús nos muestra también esto, un poco entre líneas, pero en modo extremadamente claro. El texto dice: Hemos encontrado al Mesías
He aquí. Si Jesús es nuestro Mesías y Salvador, Señor y Dios, nuestra búsqueda termina aquí, más bien allí, a sus pies en aquella habitación donde Jesús vivía y ha invitado por un día entero a sus primeros discípulos. Allí, a los pies de aquel hombre Dios, termina la ilimitada búsqueda humana.
Allí, en aquella habitación, a la ora décima del día. Si hemos encontrado al Mesías, al Ungido del Padre, no necesitamos buscar otra cosa, no necesitamos añadir nada más, no necesitamos argumentar otra cosa, no necesitamos más afán y agitación. Él nos dará y nos dirá todo aquello que nos sirve siempre, de manera completa y abundante, total y divina. Él es la vía. Él es la vida. Él es la verdad. Él dice y da todo. No sirve buscar más si no es a Él, porque sin Él, no podemos hacer nada.
Para quien lo desea y lo quiere realmente, la estupidez es vencida y desaparece entre el polvo detrás del calzado del más bello entre los hijos del Hombre, el Mesías Rey, el Señor Dios Jesús. La estupidez es vencida por la verdad de su Palabra por quién querrá aceptarla. La estupidez es vencida por la gracia de su gesto que todo sana y de su misericordia para quién sabrá implorarla. La estupidez es vencida y aplastada por la primera gota de su sangre inocente que se ha mezclado con el polvo y las piedras en los días de la pasión. La estupidez es vencida por el soplo de su aliento, aliento de Resucitado, viento del Espíritu Consolador y Defensor que todo revela, explica, sana, vuelve fuerte e ilumina.
Una última inesperada grieta de luz. ¿Cómo reducir en polvo al carbón del tren y echar al viento el combustible de la estupidez, la envidia? Una grieta inesperada y resplandeciente también para vencer, para siempre, las comezones de la envidia, para quién lo quiere y lo desea verdaderamente. El texto dice: Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas» He aquí. Bellísimo. Vastísimo más que el universo, que ilumina más que todos los soles: la elección. Nosotros no hemos elegido a Él, sino que Él nos ha elegido. Divinamente elegidos por amor. He aquí lo que vence a la envidia. Mirándolo fijamente indica predilección y amor. Tú te llamarás Cefas indica el nuevo nombre, una nueva tarea, un servicio, un talento, un don. Pero, ¿qué es una tarea? Una tarea es una pista ofrecida por Dios sobre la cual honrar, por amor, los días y la vida cumpliendo los dones y talentos de Dios. He aquí, el Maestro ama, prefiere, ofrece un nombre, una pista, una tarea con la cual honorar por amor a la vida y a Dios, a sí mismo y a los demás. La elección de estar presentes amando, de no desperdiciar los talentos vence toda envidia.
Quien elige una tarea, o mejor dicho, quien se hace elegir por Jesús para una tarea, no tiene más el tiempo ni las ganas para la envidia, para las polémicas, para las competencias. Cuando una tarea se ha inscrito en el corazón, cuando un nombre se vuelve tarea delante de Dios, cuando una elección es vida, la envidia se va. Se vive, se hace, nos comparamos, se espera, se aprende, se crece, se cometen errores y se comienza de nuevo, pero la envidia desaparece, no sirve más.
Para aquel que ama verdaderamente lo que hace en nombre de Dios, y no da la espalda frente a las dificultades y calumnias, la envidia no muerde más.
Beata aquella casa, beata aquella hora décima de aquel primer día del primer encuentro con Él donde ha sido y será posible derrotar a la estupidez humana.