Sumergirse
Primero, creer. Creer en el amor de Jesús y en la potencia de sus procedimientos relatados en el evangelio. Creer es estar seguros que Jesús nos ama siempre, aunque no lo advertimos o no lo merecemos. Creer es estar seguros de que los procedimientos del evangelio funcionan siempre perfectamente y, si no funcionan, es sólo porque no los estamos ejecutando correctamente.
Segundo, sumergirse. Sumergirse en Dios Padre, Hijo, Paráclito, quedarse sumergidos en él siempre y de cualquier manera. Quedarse sumergidos en él significa no pensar nunca, nunca, nunca mal de él. No detenerse nunca un solo instante en un diálogo interior en el cual se considere que Dios nos pueda haber abandonado, o peor pensar a Dios como a un enemigo o a un juez inflexible y basado en los méritos. Dios no mide el mérito alcanzado sino el amor madurado. Para quedarse sumergidos en Dios es necesario aprender a dejar poco a poco todos los apegos, porque los apegos de cualquier tipo provocan la emersión de Dios y la sumersión en los líquidos venenosos de la mente y de la ilusión.
Tercero, ser salvados. Creer y quedarse sumergidos en Dios salva, sana, repone de la enfermedad, apacigua, hace resurgir, reequilibra, armoniza, cura, conduce suavemente a la vida sin fin aún en el medio de las tormentas y de las persecuciones de la vida presente.