En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Miércoles 17 Febrero 2021

Miércoles de Ceniza

Palabra del día
Evangelio de Mateo 6,1-6.16-18

Estén atentos

Su comida es la atención de los demás, su bebida es la admiración de los demás, ser siempre visible es su religión. Los hombres, sus esclavos, están todos cerebralmente conectados a ella y entre ellos, dando forma así, aún si inconscientemente, a un gigantesco unicum, un cuerpo y una mente sola con el único objetivo de usar la boca como una trompeta, una trompeta desmesurada que produce el sonido querido por ella, la música para su danza mortal, la frecuencia destructiva de la nada en forma de habladurías, chismes, murmuraciones, conversaciones vacías, comentarios inútiles, cotilleos, opiniones. Concebida en la mente humana en el instante en el cual el hombre ha dejado de pelear y de luchar por las verdaderas necesidades del vivir, ha sido parida por el deseo de dejar una huella, y desde entonces se ha vuelto en la verdadera y única ocupación del hombre, su única y omnipresente labor. Se enciende en la mente del hombre algunos instantes antes de despertar y la mayoría de las veces no se apaga ni siquiera en el sueño.
Es la ambición. La ambición no abandona nunca al hombre, es su anhelo más potente, inclusive más potente que el amor, porque el amor se puede fácilmente transformar en ambición, pero la ambición nunca puede convertirse en amor. Implica y pilota totalmente cada dimensión del hombre: sueños, deseos, altruismo, afectos, entrega, trabajo, leyes, religión, política, economía, diversión, deporte, cultura. En el asedio del deseo de dejar una huella, puede triturar y doblegar fácilmente hacia sí los proyectos más justos, los sentimientos más puros, la abnegación más elevada.
La ambición más venenosa tampoco es aquella creada por la propia mente, sino aquella adquirida a través de los vínculos familiares y de las agencias educativas. La ambición de la madre, del padre, de los tutores emotivos, escolares y espirituales, a lo largo de una vida, no permite siquiera la creación de mecanismos de ambición propios, por lo tanto la casi totalidad de los hombres transcurre la vida, trabaja, se esfuerza, sufre para perseguir y realizar las ambiciones ajenas. La ambición no crea nada de bueno, nunca. La ambición confunde el genérico buen gusto y el sentido del deber con el talento, y las propias expectativas con verdaderas efectivas capacidades, donde la ambición, si no lo logra con el éxito, lo intenta con la hipocresía. La ambición recompensa solo a sí misma degradando las capacidades mentales del hombre hasta apagarlas definitivamente. Aún cuando parece somnolienta y adormecida, es suficiente un toque de trompeta del éxito o del fracaso ajeno, un chisme, una murmuración para volver a despertarla más potente que nunca. La ambición no puede llevar nunca a conocer, a amar a Dios, ni a vivir y a realizar los procedimientos evangélicos.
Ser afectado por la ambición es una tentación posible para el ser humano y se puede vencer solamente rezando mucho y en el secreto del corazón y del propio dormitorio; sin embargo creer en la ambición, escogerla como reina a la cual someterse, practicarla como camino de vida, como procedimiento para vivir, llena de arrogancia, orgullo y violencia el camino de la vida terrena y cancela el camino al cielo. Jesús dice con fuerza que estemos atentos a la ambición, sobre todo porque quiere cubrir el vacío de amor hacia Dios, hacia sí mismos y las personas, y anula toda luz y recompensa en los cielos.