En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 13 Marzo 2021

Tercera semana de Cuaresma

Palabra del día
Evangelio de Lucas 18,9-14

El segundo procedimiento

Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Marcos 12,31), he aquí el segundo procedimiento del manual divino. Se trata de una comparación: en la medida en que logras, estás dispuesto, eres capaz de amar a ti mismo, puedes lograr, eres capaz, estás dispuesto a amar a los demás.
Es por eso que no se puede enseñar el amor hacia prójimo y que, cuando se intenta hacerlo, el fracaso es total. El amor hacia los hermanos está perfectamente balanceado con el amor hacia sí mismos. Se puede enseñar e inspirar al hombre al amor hacia sí mismo, y sólo entonces el amor hacia los demás será connatural y armonioso.
El desprecio de aquellos algunos de la página evangélica que se tenían por justos y despreciaban a los demás es desprecio antes que nada a sí mismos. Antes que una profunda miseria cardiaca y afectiva hacia el prójimo, el desprecio, como cualquier otra forma de injusticia y maltrato al prójimo, manifiesta una profunda miseria cardiaca y afectiva hacia sí mismos.
Para aprender a amar a sí mismo, que es perfectamente lo opuesto del egocentrismo, del egoísmo, de la vanidad, de la presunción, del orgullo, del culto a la propia imagen, no hay procedimiento más funcional que seguir con todo el corazón, con paciente insistencia y amante gratitud el primer procedimiento (ver El primer procedimiento, viernes 17 marzo 2023). Un instrumento potente para aprender a amar al Señor es rezar, rezar con corazón humilde y colmo de amor. También el fariseo, nombrado en esta página del evangelio, reza, pero en verdad no está rezando al Omnipotente y no lo está rezando para aprender a amarlo, y la prueba es el desprecio, el desprecio hacia sus hermanos.
El evangelista escribe literalmente que el fariseo rezaba hacia sí mismo: la traducción es entre sí, pero en griego es hacia sí mismo. En realidad el fariseo no reza al Señor, sino que se dirige a sí mismo, se complace con sí mismo. Su alabanza no es dirigida a Dios, sino que es un alabanza dirigida a sí mismo.
La suya no es oración, sino un complacido vacuo soliloquio sobre sus propias virtudes, sus propios méritos, su propia santidad, su propia relación con Dios, del todo inexistente. Una oración desconectada de Dios y del amor, llena de desprecio, juicio y condena hacia sus semejantes, un desprecio que nace antes que nada del desprecio hacia sí, hacia su propia dignidad y su propia esencia espiritual.
Los dos procedimientos están espléndidamente vinculados y dan sus frutos de alegría y bienestar en la vida, solo si se viven sinérgicamente juntos. No se puede decir que se ama a Dios y despreciar a los hermanos, no se puede decir que se ama al prójimo sin un profundo amor hacia sí mismo y hacia el Señor.