En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 21 Marzo 2021

Quinto domingo de Cuaresma – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Juan 12,20-33

Muerte fructífera

Jesús insiste. Es el corazón de su mensaje. El anuncio de la verdadera liberación de toda esclavitud y todo miedo. Es la verdadera buena nueva, la noticia feliz que ofrece luz nueva a la humanidad abatida y dispersa en afanosa búsqueda.
Sea para quien quiere ver y conocer a Jesús, sea para quien no lo buscará nunca, el anuncio es el mismo. Jesús insiste en este mensaje, insiste a lo largo de toda su vida terrenal, en cada palabra, a través de parábolas, ejemplos, paradojas, milagros, encuentros, acciones, diálogos, oraciones.
Jesús sabe que no existe para el hombre liberación de algún tipo sin el conocimiento ni la realización de este proceso interior.
En cada momento posible, Jesús remarca el corazón de su mensaje y usa mil modos y ejemplificaciones para explicarlo mejor y acercarlo a la gente, después le amplia el significado, lo muestra desde otras visuales, le completa la visión, le profundiza el conocimiento, muestra sus efectos y resultados.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna, literalmente: Quien ama la propia manera de pensar, la pierde [la vida], quien odia la propia manera de pensar en este mundo custodiará la vida para la vida eterna. El corazón de todo, aquello que todo puede bloquear es la propia manera de pensar, las construcciones de nuestra mente.
El término griego usado es psyché, y no se puede que traducir con mente, psique, mentalidad, construcciones mentales. Si esta psyché no muere, en nosotros morirá nuestra vida, todo lo que somos y podemos ser y convertirnos, si al contrario tenemos el valor de hacer morir en nosotros nuestra psyqué, custodiaremos la vida verdadera con todos sus dones para la eternidad. Jesús amplia la mirada y muestra otras consecuencias de ésta que es su ley maestra, su indicación primera, la matriz de su mensaje, una de las leyes dominantes supremas. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. Es una apertura espléndida, imprevisible, poderosa.
Jesús pone una relación de causa y efecto para nosotros inconcebible, pone una correspondencia entre categorías de conductas no asociables en nuestra mente. La semilla que no muere queda sola, si muere, da fruto. Por una parte la no muerte de la semilla se coloca en relación con la soledad, y no con el no dar fruto como sería más coherente en la correlación. Por otra parte la muerte de la semilla se pone en relación directa con el dar mucho fruto y no con la vida. La incoherencia es sólo aparente, la verdad es evidente.
En fin, quien no renuncia a la propia manera de pensar vivirá soledad, se quedará solo, no amado, no buscado, no deseado, aislado. Quien renuncia y muere a la propia manera de pensar, a las propias construcciones mentales, al adiestramiento mental infligido, será capaz de dar mucho fruto, tendrá una vida eficaz para los otros y para sí, bella, plena, gustosa, apasionada, en resumen, lozana de frutos.
Jesús pone una nueva y para nosotros desconocida relación entre la soledad y el no renunciar a la propia psique. Para el evangelio la soledad que aflige a gran parte de la humanidad y que tanto hace sufrir y desesperar tiene como única causa desencadenante el hecho de no querer renunciar a la propia manera de pensar, que nos lleva a no soltar los perjuicios, las seguridades e impide a la persona el ser útil a los otros, impide también la más pequeña forma de gratitud y de gratuidad.
Quien no reniega su mente y su mentalidad, quien no renuncia a las viejas costumbres y seguridades, a los adiestramientos familiares y culturales, éste no puede estar agradecido, no puede lograr ser generoso, no tiene fuerza y corazón para darse al servicio.
Esto conlleva soledad, aislamiento, depresión, miedo. Una soledad que nunca siembra y obra nada, pero sólo juzga y pretende.
El origen de la soledad no es por lo tanto la falta de personas con las cuales contar, no es la falta de amor por parte de los demás, sino es la obstinación, la obstinación de quedarse en el castillo inventado de las propias ideas, donde nuestra persona está al centro del mundo, en un mundo falso y construido que conoce sólo juicio y sufrimiento.
Jesús muestra una vía resplandeciente y maestra, eficaz y funcional para vencer la soledad: hacer morir, más bien, dejar marchitar las habituales estructuras de pensamiento, de perjuicios, de apegos, las costumbres, las obstinaciones, las formas antiguas de protección, las seguridades, los tranquilizadores y engañosos vínculos de poseso.
Aquel que sufre la soledad espera por toda la vida que sean los demás los que llegan en su ayuda, lo buscan, lo hacen sentir deseable, apreciado, amado. Así se pone al centro del mundo, de un mundo falso e ilusorio que no existe más que en su cerebro. Un mundo donde espera, implora, sufre en la espera de la comprensión y de la atención de los otros. Pero es un mundo falso, que no existe.
La soledad y el miedo a la soledad no se vencen así, la experiencia enseña, Jesús enseña.
Jesús propone otra vía, una pista no previsible para la mente humana, pero poderosa y que funciona. Si la semilla muere, da fruto, este proceso interior ninguno, verdaderamente ninguno, puede cumplirlo en nuestro lugar, ni siquiera Dios. Hacer marchitar nuestro pensamiento fruto del adiestramiento y comenzar en el espíritu a pensar en modo autónomo para captar la realidad y la vida es un proceso del todo personal. Cierto, con la ayuda de Dios, pero este proceso depende de nosotros y no podemos pedirlo a nadie más. La mutación puede acaecer sólo en nosotros, sólo nosotros podemos cambiar a nosotros mismos. Cada vez que, delante de la realidad que no es como deseamos, pedimos que sean los demás los que cambien nos ponemos sobre un camino mental y emocional de necrosis y muerte, dolor y sufrimiento.
Es irracional, ilógico, inútil, ineficaz, patético, tonto, vulgar, desventajoso, peligroso, violento, falso pedir que sean los demás los que cambien. Aquí nuestra mente se confunde. Jesús no utiliza los mismos planos asociativos. Si quien no muere en su mentalidad queda solo, sería evidente que quien sabe morir a su propia mentalidad no estará solo, será amado, estará circundado, estará todo menos solo. No, no es ni siquiera así, por lo menos así no está escrito. Causa y efecto siguen vías divinas para nosotros desconocidas.
Jesús nos confía algún punto nuevo de luz. Quien decide renunciar a su propia mente, a sus propias seguridades y apegos, dará fruto, con todo lo que en el evangelio significa fruto, es decir vida nueva, belleza y fragancia, nuevas semillas del Espíritu, gozo, gusto y sabor para la existencia, el mundo, la iglesia, el corazón.
Así pues, quien sabe morir al sí mismo construido en la mente, da fruto, da al mundo y a todos cosas bellas, útiles, sanas, alegres, vitales. En esto no sólo se supera y se olvida y nunca más se considera la soledad, sino que la vida humana adquiere una eficacia, una paz, una visión, un gozo incontenibles e incalculables.
Jesús es el precursor de esta revolución espiritual y existencial. Jesús mismo es la primera semilla, la semilla del Santo Paráclito, Hijo del Padre, es la semilla de una planta nueva que un día se ha dulcemente acostado entre los brazos de la Santísima Madre en una oscura gruta de Belén. Es la semilla divina que ha caminado sobre esta tierra y ha anunciado una nueva manera de vivir y de entender la vida. Es la semilla que arrojada con fuerza y con violencia entre los pliegues ensangrentados de la tierra rocosa del Calvario ha engendrado la Cruz, árbol de la muerte y de la Vida. Jesús es la semilla que aplastado en la tierra no podía ser sembrado más violentamente e inexorablemente entre aquellas piedras tan ásperas y duras como nuestros corazones.
Y más violenta ha sido la siembra y más furiosamente la semilla ha sido arrojada a la tierra, más profundamente ha entrado en nuestra historia, en las entrañas de la tierra, en las fosas del alma, entre los líquidos del corazón. Con cuanta más violencia hemos masacrado aquella Semilla divina, con tanta más potencia la hemos sembrado en el corazón de la gente, y no habrá corazón de hombre y de mujer que un día no estará atraído por la fragancia de aquel árbol, por el perfume de aquellas flores, por la belleza de aquellos frutos, por la luz de aquella resurrección.
Nosotros pensamos eliminar a Jesús masacrándolo y escondiéndolo en las venas de la tierra, ninguno se ha dado cuenta que así lo hemos sembrado nosotros mismos, con nuestras manos y para siempre en el corazón de la tierra y en el corazón de la humanidad.
Siembra que ha dado frutos incalculables de gracia y de belleza, de vida y resurrección a toda la humanidad.
Jesús es el arquetipo de esta nueva siembra, semilla y fruto, raíz y árbol juntos, ramos y hojas. Jesús es la primera semilla esparcida entre los hombres para una vendimia de vida y de esplendor, para el esplendor y la gloria del nombre del Padre. Jesús es la primera semilla y el único árbol de la Vida, es la encarnación del árbol de la Vida.
Por fuerza de violencia de psique humana, la madera de la cruz se encarna en aquellas carnes divinas, pero es aún más verdadero que por fuerza y amor de corazón divino, Jesús se encarna en aquella madera y la transforma en árbol de la Vida, la vida misma. El árbol que a todos y para siempre atraerá a sí.