En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 28 Marzo 2021

Domingo de Ramos en la Pasion del Señor - Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Marcos 14,1 - 15,47

El Nardo

Extracto de la raíz de algunas especies de Valerianáceas que se encuentran en Creta, en Tíbet y en India, el nardo tiene un perfume intenso y suave, se reconoce por la ligereza, el color rojo. El aceite esencial se obtiene de la destilación de los rizomas y de las raíces secas y prensadas en una corriente de vapor. El nardo indio está entre los primeros materiales aromáticos empleados por los antiguos Egipcios; citado también en la Biblia, en el Cantar de Salomón, el aceite de nardo es un ungüento balsámico, famoso desde la más remota antigüedad, utilizado para ungir y friccionar el cuerpo, mejor definido como ungüento de los amantes, el aceite del amor.
En Betania, durante un almuerzo, una mujer lo usa en cantidad extraordinaria, un libra romana equivalente a trescientos veinticinco gramos vertidos dulcemente sobre la cabeza de Jesús. En los tiempos de Jesús treinta y tres decilitros de aceite de nardo costaban casi trescientos denarios, cifra con la cual se podían comprar diez esclavos y correspondía a más de un año de salario de un dignatario de la corte o de un oficial del ejército.
Algunos de los presentes, discípulos incluidos, intervienen indignados por tanto desperdicio y arremeten contra la mujer y su gesto. Para la mente es un gesto incoherente, inútil, discontinuo. Para la mente es un desperdicio patético, una injusticia que hace estremecer dentro, estremecer e imprecar.
El aceite desciende. El ungüento se desliza despacio y decidido entre los cabellos, se anuda y hace trenzas, desciende sobre el rostro, acaricia y brilla sobre las venas del cuello, se hunde entre las fosas de los hombros. Donde no puede la gravedad, completa la ágil y delicadísima caricia de la mano de mujer. Cada parte de este cuerpo, cada capilar de este rostro, cada pliegue de esta piel debe estar cubierta, absolutamente cubierta de este velo transparente y bruno de los reflejos de sangre, absoluta y completamente cubierta la piel de este velo preciosísimo y fragante. Y donde no llega el ungüento, que llegue el aroma, el perfume.
Nada, nada de esta piel, de este cuerpo se quede desprovisto, nada. Ungüento y aroma recubran este cuerpo y la piel del Santo de Santos, del Señor del Universo. Que todo, todo esté ungido, porque él es el Ungido, el completamente Ungido, el Consagrado, el Amado del Amante y no tendrá otra defensa que su unción, que el esplendor de su belleza divina.
El Ungido debe estar ungido completamente porque consigo no lleva ejércitos ni armas y no tendrá otra protección que su vestimenta de nardo. El Ungido no tiene más que la unción del Padre, no levanta la voz, no desenvaina la mano. Para defenderlo de la oceánica violencia del hombre y de Satanás no hay más que un velo, transparente y perfumando, rarísimo y preciosísimo, de nardo.
Dejen hacer, no den fastidio a esta mujer, no detengan estas manos, no molesten el amor, no perturben el canto, no resquebrajen el aroma. Desciende nardo, haz tu trabajo, cubre y recubre, no dejes atrás una vena, no dejes descubierto un poro de esta piel.
En unas horas la piel de mi Señor no tendrá otra defensa, no tendrá otra armadura, no tendrá otra vestimenta, no tendrá otra protección. No hay otra protección contra la desnudez, los tirones y las cadenas.
La piel de mi Señor no tiene más defensa que este velo transparente de ungüento suave, un velo imperceptible y transparente para proteger de todo el mal y de la masacre que viene.
Dios es así. El Amor es así. La Belleza es así. La Vida es así. Así se opone al mal, a la estupidez y a la muerte, un velo de luz transparente y de la fragancia embriagadora que recubre cada cosa. Sólo para ojos que ven y para corazones que contemplan.
No hay otra defensa para muñecas y tobillos contra las cadenas y las cuerdas. No hay más que ungüento y perfume suave para cubrir la cara de los bastonazos, para defender de los escupitajos, de los arranques de la barba. Sobre toda la tierra no hay manos, ojos, palabras para defender y proteger aquella coronilla y aquella cabeza de la corona de espinas si no aquel velo y aquellas gotas de ungüento.
La mujer sabe lo que ninguno sabe, ama lo que ninguno en la tierra ama así. La mujer esparce el cuerpo del Señor con una cantidad extraordinaria de ungüento como extraordinarias son la violencia y el mal que sobre aquel Ser se desencadenan sin freno ni moderación alguna.
Aceite como coraza contra decenas y decenas de latigazos que quiebran, arrancan, muerden, adentellan, devastan. Aceite y aroma contra un látigo que por doquier destroza, descuartiza, rasga y depreda piel y vida, sangre y respiro.
Una armadura de ungüento y de perfume suave, ¿esto has querido y pensado para tu Unigénito, oh Padre? ¿Y quién puede detener las lágrimas delante de tanta gracia y belleza?
Una armadura de aceite de nardo para recubrir y defender del mal y de la rabia del hombre a tu Amado. Gotas de aceite para detener el río de sangre, un velo de ungüento sobre las orejas para proteger de las blasfemias y de los insultos. Ungüento contra un tribunal enloquecido, perfume y fragancia para defender de un pueblo, que después de milenios de religión y fe en el único Dios, grita al mundo: No tenemos otro rey que el César (Juan 19,15)
Un velo de nardo sobre el rostro para defender los ojos, la nariz y la cara de mi Señor del terrible impacto con las piedras del camino en cada caída. Un velo de ungüento para defender y proteger manos y pies de los clavos, de los golpes del martillo, para proteger de la rabia tan afilada y violenta de estos hombres que el Ungido ha venido a salvar.
Una medida extraordinaria de preciosísimo nardo para un enfrentamiento extraordinario con la violencia, la ferocidad, el mal, la ignorancia de toda la historia humana reunida en aquellos instantes.
Un enfrentamiento donde el Maligno ha obtenido el permiso de usar todas las armas y los ejércitos que posee y el Ungido ha podido usar solamente su Unción, su ser el Mesías del Amor, la fragancia de su perdón, el esplendor del aceite a la luz del sol y de su divinidad, su vestimenta de nardo.
Enfrentamiento ha sido. Aceite, sangre y lágrimas corren juntas a lo largo del leño hasta el fango y las piedras. Escurren y Madre María recoge, seca y contempla. Enfrentamiento ha sido. La muerte señala victoria. A mi Señor, el dador del respiro vital, el Señor del Ruach eterno le ha sido arrancado el respiro y Él ha dejado que así sea. Enfrentamiento ha sido, el Ungido ha muerto y está allí entre los brazos de la Madre. Enfrentamiento ha sido, masacre y muerte es, pero algo en el aire no ha desistido nunca. Estaba en el Getsemaní, estaba en el tribunal, estaba en las narices de Pedro y de Pilatos. Algo en el aire no ha cesado nunca, ha continuado entre las blasfemias, los escupitajos, los olores a podrido de la prisión y aquello agrio de la sangre. Algo no ha cesado nunca, estaba allí en el aire, y no había manera de no sentirlo, incluso durante los azotes. Estaba allí por todas partes, y casi parecía que más fuertes eran los golpes, más fuerte se expandía. Allí en el aire, invisible y potente, delante de Pilatos, Herodes, en la congestión entre el polvo de la vía de la cruz. Imborrable hasta con el olor de la sangre y de la muerte, ya ni siquiera el Diablo sabía cómo hacer.
Desde aquella cruz se expande y más sopla el viento más se siente, llena la nariz y los pulmones, sofoca la mente, hace temblar el corazón y la tierra. Algo en el aire no ha cesado nunca de acompañar al Ungido y a los asesinos, al Inocente y a los verdugos. El aroma de aquella unción se ha quedado en el aire, no ha parado nunca de señalar gracia, belleza, amor. La fragancia de aquella unción ha acompañado al Señor a todo lugar y en todo instante. Doquiera que Jesús se movía y pasaba, el aroma lo precedía y se expandía, imposible no sentirlo, todos lo han sentido, en todas las narices, en todos los pulmones se ha hecho camino.
Y ya ninguno podía hacer más nada. El perfume no se puede borrar, no se puede arrancar, es como una consagración.
La mujer sabía, el Ungido sabía, el Padre sabía. El aroma de la unción, la fragancia de la vida y de la belleza no ha cesado un instante de invadir la tierra y los corazones. Entre los cabellos y dentro de la ropa y de los dedos de amigos y enemigos. Fragancia que no se puede golpear, no se puede aprisionar, no se puede borrar ni clavar. Perfume que amigos y enemigos de Jesús a la fuerza se llevaron a casa, por las buenas o por las malas. La Madre tiene sus manos y el corazón llenos, acaricia el Hijo y en él a todos los hijos y como todas las madres reconoce aquel rostro que se ha vuelto irreconocible por la sangre, aquel cuerpo que no tiene más el aspecto de hombre, lo reconoce por el olor, por el aroma, por la fragancia de la Unción. El perfume irrefrenable de la Vida y el aroma invencible de la Resurrección.
Perfume de nardo por siempre.