En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Lunes 29 Marzo 2021

Palabra del día
Evangelio de Juan 12,1-11

La calma

Su calma no es humana. Uno de los suyos ya está listo para traicionarlo, los dirigentes del pueblo ya han decidido encarcelarlo y matarlo y él permanece echado a cenar y se deja untar de aceite y lágrimas, gracia y perfume. Nosotros los hombres queremos comprometer su calma con la lógica de la moral, con los cálculos económicos, incluso con la presión de simulacros de caridad y de justicia, y altos se levantan por todas partes los gritos, hasta el desprecio, por su calma. Para la ingobernable estupidez humana, es monstruosa indiferencia su calma, una imperdonable connivencia con el mal su silencio, amenazadora reticencia su permitir que se haga, excéntrica soberana injusticia su no participar, mentirosa superioridad su gracia pacificante bajo las torturas. Querríamos a Jesús comprometido. Comprometido en el torbellino de nuestra agitación, en el estruendo de nuestros gritos, de nuestras provocaciones, de nuestras mentiras, de nuestros solapados intereses, en la biempensante hipocresía de nuestra sed de justicia y verdad. Querríamos a Jesús clamando su maldición bajo el flagelo, que patalea e insulta mientras le arrancan la barba, atormentado por la sed de venganza en el instante en el que el mal vence así desvergonzadamente y gallardo, cegado por el deseo de desencadenar su divina omnipotencia de la forma más violenta y humillante contra sus enemigos, despojado de toda gracia y belleza, sumergido en la ira furibunda. Éste era el Jesús que Satanás soñaba, que los dirigentes del pueblo anhelaban. Pero Jesús se queda calmo, abierto, amante, libre del retener dentro de sí cualquier cosa que no sea compasión y amor, libre de la presión de tener que odiar forzosamente a alguien o algo.  
Le quitan todo, verdaderamente todo, pero no la calma y el perfume. La calma de su corazón y el perfume, el perfume y la fragancia, la fragancia del perfume del amor de aquel nardo vertido por amor por aquella parte de humanidad amante y a veces lagrimosa, conciente de su propio límite y de la incapacidad de amar. Humanidad amante y pobre, pero tan rica que posee el perfume preciosísimo del amor, de la ternura, de la humildad y de la gratitud incondicional del corazón, para ofrecer a su Dios maravilloso y calmo, alegre y sonriente y todavía sentado, siempre y de cualquier manera a cenar, en paz, con nosotros.