En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 11 Abril 2021

Segundo domingo de Pascua  – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Juan 20,19-31

Se ve primero con la nariz

La nariz es la parte más externa del rostro. Es la primera que entra en contacto con el mundo, con las cosas. La nariz respira el aire y el mundo. La nariz siente los olores, hace llegar al cerebro los aromas y el mal olor. Siente el aire pesado de una habitación o aquello ligero y fresco de un bosque. La nariz inspira aire profundamente o con el aliento corto, la nariz espira dulcemente, sopla, resopla, reprueba, jadea. La nariz captura el primer contacto con el exterior, olfatea la vida, los alimentos, los vestidos, el ambiente, las personas, las cosas. La nariz se cierra y se abre, muestra las alergias, se llena de impurezas, pero se puede limpiar, y conviene mantenerla limpia.
La nariz física es una ejemplificación estupenda de la nariz espiritual de la cual está dotada nuestra alma.
La nariz del alma es la mente, nuestra manera de pensar. Es nuestra nariz interior mental que recibe la vida, la filtra, la siente, siente la rabia, respira los imprevistos, jadea, resopla o respira relajado. Cuando el aire resopla por la nariz, y señala el fastidio por algo o por alguien, antes de esto, hubo un resoplido del alma, del diálogo interior.
Nuestra alma respira la vida a través de nuestro modo de pensar. La mente se contamina, sufre alergias, temores, sudores, se incrusta de perjuicios, miedos. Se encoge a causa de traumas y humillaciones, se vuelve alérgica debido a las violencias y a las obligaciones sufridas. El respiro preferido de la mente no es en el presente, es siempre en el pasado o en el futuro.
A la nariz de la mente, el presente le gusta poco, prefiere escapar a respirarse el pasado o el futuro. Por eso vive a menudo en el engaño. La mente estruja sus narices bajo el peso de la ignorancia, así se le hace muy difícil respirar las novedades de la vida y de Dios.
La mente perennemente fastidiada resopla, aquella en perenne contemplación de sí misma está tupida, tiene que regresar siempre a sí misma con el pañuelo de la vanidad y del prestigio. La mente siempre ocupada tiene el aliento corto, aquella invadida de malos pensamientos está irritada e infectada. Aquella que ya no quiere sentir la vida está llena de rabia, de moco, tanto que no puede ni siquiera respirar. La mente es la nariz del alma. Como la mente respira, así vive el alma.
La mente de los apóstoles está cerrada en el miedo, cerrada y obstruida como las puertas del lugar donde se habían refugiado por el miedo a los jefes hebreos. Cerrada y bloqueada por los pecados, por las incomprensiones recíprocas cotidianas.
Jesús entra con las puertas cerradas, no espera que tu dejes de tener miedo para entrar, no entraría nunca. El saludo de Jesús es: ¡La paz esté con ustedes!, y lo repite, lo repite, porque la nariz está llena de moco, el alma no siente, la mente está cerrada. Si la nariz está cerrada, la vida no entra, la Palabra se queda afuera, se queda Palabra muda. Entonces Jesús hace algo que es supremo, extraordinario, sublime. Repite el gesto más antiguo de Dios, el primer gesto hacia su creatura. Jesús sopló, literalmente: insufló el Espíritu Santo. “Insuflar” es una palabra única en el Evangelio, y en el Antiguo Testamento se repite sólo dos veces: cuando Dios crea al hombre soplándole dentro su aliento vital, cuando hace resurgir sus huesos áridos.
Soplar Espíritu dentro de las narices ha sido el gesto de vida, ahora es el gesto de la resurrección. El Espíritu tiene que abrir la nariz, la mente, los conductos del alma. El Espíritu entra en la nariz y purifica el modo de pensar de los apóstoles, entonces Jesús y su Paz pueden entrar finalmente en el corazón de sus hijos.
Y Jesús no puede que insuflar el perdón, el perdón de los pecados, de las durezas, de las incrustaciones de la no-fe, del miedo. La mente debe purificarse de los celos, de la envidia, de la impureza, de la posesión, del ansia, de la rabia, del rencor, en fin del pecado.
Entonces Jesús sopla delicadamente, pero con decisión sobre la nariz de los suyos. ¡Qué gesto! Qué potencia, qué gracia, qué fantasía, que sabiduría.
Si Dios no purifica la nariz-mente de los suyos, no logrará entrar en sus corazones. Si no nos ayuda a purificar nuestro modo de pensar, nuestro diálogo interior, no logrará hacernos disfrutar de la gracia y del aroma, del gusto sublime de su Paz.
Este don es también el primer don que hace a su Iglesia para los hijos de Dios. La Iglesia en sus apóstoles tiene el poder de parte de Jesús de remitir los pecados y, a través de la absolución, de insuflar el Espíritu Santo nuevamente dentro la nariz espiritual de los hombres que pidiendo perdón, quieren renovar su propio corazón y su propia vida.
Pero cada nariz que se respete tiene dos huecos y cada respiro tiene dos actos, como cada perdón tiene dos vías y dos movimientos: perdón que se pide a Dios y a los hermanos, perdón que se ofrece a quienquiera que nos puede haber hecho del mal.
En esto está el don de la Paz que Jesús ofrece a sus apóstoles en el día de la insuflación del Espíritu dentro de las narices de su pueblo.