En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 8 Agosto 2021

Decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Juan 6,41-51

Etiqueta

Los Judíos murmuraban sobre Jesús porque había dicho: Yo soy el pan que desciende del cielo. ¿Y si hubiera dicho otra cosa no hubieran murmurado? ¿Hay algo sobre lo cual la mente no murmure, no susurre, no se queje, no regañe?
La mente trabaja por asociaciones y encuentra espantosamente simple producir etiquetas, etiquetar de alguna manera la realidad.
El sistema asociativo es muy eficaz para describir la realidad. La insinuación es etiqueta del poder venenoso. La calumnia es etiqueta del poder separante. Rezongar es etiqueta del poder depresivo. Criticar, desacreditar, denigrar son etiquetas del poder fumígeno. Las etiquetas son para el mundo de la ignorancia. En un jardín botánico los árboles y las plantas están etiquetadas porque la ignorancia es admitida, se puede entrar y dar una vuelta y a través de la descripción de la realidad puede ocurrir un intercambio de informaciones, no de conocimiento.
En una selva no se encuentran etiquetas sobre los árboles y sobre las plantas y ni siquiera sobre la cola de las cotorras, porque quien vive en la selva tiene que saber perfectamente donde vive y no como capacidad descriptiva de la realidad, sino como verdadero y completo conocimiento de la realidad que lo rodea, pena la muerte.
La etiqueta, la descripción no aumenta el conocimiento, no disuelve la ignorancia. La mente es un establecimiento de etiquetado que trabaja día y noche, pero no vive, no capta lo existente, la vida, la belleza de la realidad. Este establecimiento es la fábrica del dolor y de la infelicidad, del malestar y de la desarmonía, porque el presente aquí es anulado en su potencia y belleza y a través del procedimiento de etiquetado es descrito, juzgado, y hecho vano e inutilizable.
En este establecimiento no es de ningún interés saber como es verdaderamente la realidad, sino más bien qué piensan los demás, cuáles son sus descripciones y opiniones, convicciones y expectativas. De esta manera los problemas no se enfrentan por lo que son, sino por lo que tendrían que ser o por lo que no quisiéramos que fueran.
La etiqueta más pesada, que todo encubre y oscurece, es la etiqueta sobre nosotros mismos, lo que nos hemos acostumbrado a pensar de nosotros y peor aún lo que nos hemos acostumbrado a que los demás piensen de nosotros. Son etiquetas pesadas y cristalizadas, quitan amor hacia sí mismos y hacia el don creativo que en nosotros Dios ha manifestado.
Las etiquetas dividen y separan, no conducen nunca a la unidad, al uno. Las etiquetas se transforman en una jaula invisible cuanto potente, congelan los vínculos y las relaciones. El etiquetar llega a ser con el tiempo como tejer, tejer con textura tupida y muy resistente el tejido psíquico que, como un saco, mantiene aprisionada nuestra manera de pensar en un mundo de separación, resistencia, oposición, juicio.
Para nuestra manera de razonar es perfectamente normal hacernos una idea acerca de las cosas, de las personas, pero no sabemos que apenas nos hemos hecho una idea de una realidad cualquiera, aquella realidad ya está separada de nosotros y por un lado aquella realidad usará su energía en contra de nosotros. Prueben a apoyarse con la espalda a una pared y empujen, si empujáis con una fuerza par a un peso de diez kilos la pared empujará en contra de ustedes, opondrá resistencia exactamente por diez kilos.
Esta es física.
Cuando etiquetamos la realidad, aquella realidad se opondrá en contra de nosotros. Cuando en mi diálogo interior digo que no lo lograré, me estoy etiquetando, me estoy separando de mi, y mi mismo ser se pondrá en contra de mi. Esto no es ventajoso. Cuando en mi diálogo interior digo que una cosa me da asco, estoy etiquetando, me estoy separando de aquella realidad, y aquella realidad se opondrá en contra de mi.
Cuando en mi diálogo interior digo que nadie me entiende, estoy etiquetando, me estoy separando de mi y de los demás ulteriormente, y los demás aun sin saberlo usarán sus energías en contra de mi. No sólo no es ventajoso, sino nos requiere, para sobrevivir, de una cantidad deshumana de energía.
Etiquetar es malsano, sobretodo etiquetar a sí mismos. Si por algún tiempo en mi diálogo interior afirmo y etiqueto a mí mismo como infeliz, me acostumbraré, y para mi será más normal y aceptable ser infeliz que feliz. Si me acostumbro a etiquetar a mí mismo como el mejor, me acostumbraré a la tensión de la ambición, de la competición incluso en un desierto donde ya no hay nadie con quien competir. En otros términos se puede llegar a un tal etiquetado mental continuativo que se deslizará en la identificación, es así que se preferirá el dolor y la infelicidad antes que cumplir un brinco en la, por el momento ignota, potencia de la realidad y del presente, y dejar definitivamente perder una tan obscura identificación de sí a la cual nos habíamos encariñado.
El ser infelices ocasiona un oscuro placer, una tenebrosa excitación, una siniestra costumbre, un pervertido apego. El ser infelices ocasiona de alguna manera la atención de los demás, y crea la necesidad irrefrenable de hablar, hablar, hablar de ello. También la infelicidad de los demás atrae esta morbosa necesidad. Se habla raras veces de la felicidad y de la alegría, más fácilmente se habla de la infelicidad y del dolor. Excita más. Indiscutiblemente etiqueta más.
No murmuren los unos con los otros. Nadie puede venir a mi si el Padre que me ha enviado no lo atrae, y yo lo resucitaré en el último día. La invitación de Jesús es clara. No etiquetar, no murmurar, no hablar, no juzgar, porque son frutos del proceso mental causado por el delirio de omnipotencia. Nosotros no somos Dios y cuando etiquetamos, intentamos patéticamente ponernos en su lugar.
Es el Padre que cumple, es el Padre que envía a Jesús, es el Padre que atrae los hombres hacia Jesús y atrae aquellos que se hacen disponibles a cambiar, a no etiquetar, a no juzgar. Etiquetar a Jesús significa separarse del Padre, de su fuerza de atracción, oponerse a Dios. Y por la ley física del empuje de oposición de la pared, ponerse en actitud de resistencia en contra de Dios podría revelarse poco saludable. Las dimensiones cuentan.
Etiquetar la vida es ponerse en resistencia con la vida. Aceptar la vida es ponerse en el fluir de la vida y aprovechar todas sus energías y capacidades. Etiquetar a Jesús es ponerse en conflicto con la Vía de la Vida, con la Verdad de la Vida, con la Vida de la Vida.
¿A cuáles ventajas puede llevar?
Jesús no habla casualmente de energía de atracción, de fuerza de atracción entre Él y sus hijos como de una nueva oportunidad más allá de la fuerza de separación de la etiquetadora cerebral. Explica ulteriormente que si el hombre y la mujer logran superar la cristalización mental del prejuicio etiquetador, se les abrirán caminos por ahora desconocidos, pero absolutamente posibles, no practicados, pero ya presentes.
Jesús indica esta novedad espiritual afirmando con los profetas: Y todos serán instruidos por Dios. Sin perjuicios mentales el espíritu puede comenzar a hacerse instruir por el presente, por el ahora de cada instante donde el Padre habla y se revela.
El Padre se revela y comunica la vía de la vida a sus hijos sólo y exclusivamente a través del presente, sólo en el ahora. Si no usamos la mente para etiquetar es posible que el espíritu y nuestro pensamiento se abran a la verdadera inteligencia y a la fuerza del conocimiento.
Cuanto antes la mente pone en jubilación su capacidad para etiquetar, antes estará lista para ser instruida por Dios. Cuanto antes la mente se aleja de la ignorancia, antes se divertirá y antes vivirá la vida en plenitud.