En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Lunes 23 Agosto 2021

Vigésimoprimera semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 23,13-22

Ay de vosotros

Ay de vosotros, dice Jesús. ¿Es una amenaza? Absolutamente no, es una revelación, una revelación de cómo funciona. Es como revelarle a una persona, en equilibrio sobre la cornisa de un palacio de cuarenta pisos, que, si cumple un sólo paso hacia el vacío, se estrellará en el suelo sin vida. Es como revelarle a un hombre, mientras planta fresas en su campo, que no podrá recoger trigo, o a un automovilista que, siguiendo a una velocidad tan elevada, no podrá que estrellarse en la próxima curva. No es una amenaza, ni siquiera una advertencia en sí, es una revelación, es mostrar el efecto acción-reacción, es mostrar cómo funciona, es mostrar adónde conduce el camino aún antes de recorrerlo todo. Es una ayuda. El tono de Jesús es duro, pero es una ayuda preciosa, amorosa y diligente.
¿A quién o a qué está dirigido el ay de vosotros de Jesús?  El remitente de aquel ay de vosotros está claro. Jesús se está dirigiendo al grupo de los escribas y de los fariseos por él increpados como hipócritas. En realidad Jesús no se dirige sólo a aquel grupo de personas que él tiene delante de sus ojos en aquel momento. Dirige su ay de vosotros a un sistema de pensamiento, a un procedimiento mental bien preciso que puede ser encarnado por cualquiera, en el tiempo y en el espacio de la vida.
¿Es tal vez la hipocresía esta peligrosa actitud mental de la que habla Jesús? No. La hipocresía es sólo la primera consecuencia comportamental de eso. Es el prejuicio el sistema de pensamiento que Jesús revela ser el verdadero motor del ay de vosotros. A la base del prejuicio, en su característica cognitiva, está la creación de grupos, la distinción de las personas en categorías, de manera que se pueda discriminar lo que está dentro y lo que está fuera. La separación, después, hace considerar automáticamente legal, sana, deseable toda forma de discriminación y de favoritismo. Es el más usado y antiguo sistema de simplificación social para el control de las masas. La simple creación de grupos provoca el insurreccionarse del proceso de agudización de las semejanzas y de las diferencias. Las diferencias luego, sobre todo, son cargadas de valor en la base de motivaciones relacionadas a la ambición, a la autoestima y a la distintividad. De esta forma, el otro tiene que ser necesariamente percibido no sólo como distinto, sino como lejano, negativo, amenazador: ésta es la característica emotiva del sistema. El genero, la edad, la profesión, la religión, la nacionalidad, las ideas políticas, la afición deportiva son perfectas y calculadas divisiones y clasificaciones para producir en la mente esa creencia cognitiva descalificadora que genera comportamientos hostiles y generalizaciones falsas e inflexibles, que están a la base del proceso del prejuicio.
Es evidente que la materia primaria del sistema del prejuicio es la misma materia humana: el prejuicio se extiende y se refuerza en el grupo a través del número de los individuos. Cuanto más numeroso es el grupo, mayor fuerza tiene el prejuicio al cual está atado el grupo; de ahí, he aquí la insaciable sed de los escribas y de los fariseos, del sistema del prejuicio, de hacer prosélitos, descrita tan plásticamente por Jesús: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis digno de la hijo del Geènna [infierno] dos veces más que vosotros! El proselitismo de cualquier tipo no tiene nunca como objetivo la consolidación de la unidad y del bienestar del grupo, en beneficio de la vida y de los demás, pero la consolidación y la potenciación de la cadena del sistema de pensamiento atado al prejuicio. 
"El prejuicio es difícilmente curable porque actúa como una patología y crea desarmonías como un síndrome; en realidad, no obstante, más que derivar de un estilo y una orientación de pensamiento, es el normal producto del funcionamiento de la mente humana. La mente por su naturaleza, sin la aportación del espíritu, trabaja por asociaciones, por eso tiende naturalmente a distinguir y a separar. Asociar es separar. Separar es bloquear: aquí está el verdadero secreto del prejuicio, aquí está la razón del duro y pesado ay de vosotros de Jesús. El prejuicio bloquea la difusión del conocimiento y de la sabiduría, de la visión realística de la realidad, por lo tanto, bloquea la evolución del hombre hacia el verdadero bienestar, de esta forma mantiene y contiene las personas en un estado de total, frustrante insatisfacción. Dicho estado de total y frustrante insatisfacción genera y comprime en las personas toda forma de agresividad, que debe estar necesariamente controlada por ambientes educativos rígidos y opresivos y por personalidades autoritarias e inflexibles. La represión misma, sin embargo, desemboca inevitablemente en renovadas y marcadas propensiones a la agresividad, al conflicto, al fuerte sentido del deber, al ciego respeto a la autoridad de los padres, a la aceptación acrítica de la autoridad y de las políticas sociales, creando la percepción mental, según las cuales, los que transgreden las reglas son los distintos, son peligrosos y tiene que ser eliminados. A ese nivel la intolerancia ya no es sólo un disturbo de la personalidad, sino una elección táctica, una estrategia cuidadosa para bloquear toda evolución y renovación, o sea la metànoia evangélica, y garantizar así la gestión del terror, del miedo, de la incertidumbre. Es de esta manera que, por ejemplo, el normal miedo y el terror a la muerte están cargados arbitrariamente de valor, hinchados emotivamente del sentido de honor y del heroísmo, para empujar a la muerte a miles de personas en guerra, en el prejuicio mental de hacer una cosa sana, santa, sagrada, ventajosa.
Nada en el mundo tiene tanto poder de bloquear, en todos los frentes, la metànoia evangélica como el prejuicio: ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando, dice Jesús. El prejuicio bloquea la fuente del conocimiento en el origen e impide a otras fuentes de activarse para el bien de todos.
Como consecuencia de todo esto, el prejuicio reduce el contacto y el contacto reduce el prejuicio. El prejuicio reduce el contacto con Dios, consigo mismos, con los demás, con la naturaleza, pero, al mismo tiempo, el contacto con Dios, consigo mismos, con los demás, con la naturaleza reduce el prejuicio. Eso es porque Jesús, como última oración, casi como testamento espiritual, reza al Padre a favor de sus discípulos para el bien soberano entre todos los bienes: el bien de la unidad, de la unión. El prejuicio combate la unidad, la unidad vence al prejuicio.