En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 19 Septiembre 2021

Vigésimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Marcos 9,30-37

Ambición

La ambición corroe el corazón, obscurece la vista. La ambición que te despierta por la mañana es la misma que no te hace dormir por la noche. La ambición no duerme nunca, resistirá algunos meses también después de tu muerte. La ambición llena de vacío el noventa por ciento de los pensamientos y de las comunicaciones humanas. La ambición empuja con fuerza inaudita a llenar la cuenta bancaria y a vaciar la cartera.
La ambición te muestra indispensable lo que es sólo útil, necesario lo que es superfluo. La ambición no dialoga, compara. La ambición capta de la realidad sólo lo que puede usar para engordarse. La ambición vacía la fantasía y multiplica la tensión. La ambición justifica siempre a sí misma, lleva a la violencia y a la indiferencia del alma. La ambición no perdona el cuerpo, la mente, el corazón, el alma.
La ambición es signo de desconfianza en sí mismos. La ambición es signo de desconfianza en la humanidad. La ambición es signo de desconfianza en Dios.
La ambición es el movimiento preferido de Lucifer. La vanidad su tiro maestro. Nada funciona mejor para engañar a un hombre, cualquier hombre, que la vanidad.
Dios ha creado todo para que el hombre aprenda el movimiento espiritual salvador y más alto que exista: agradecer, glorificar, vivir la gratitud por tanta maravilla y resplandor. Satanás por el contrario instiga a los hombres a darse gloria los unos a los otros para quitársela a Dios, pero sobre todo para reemplazar en el corazón del hombre al movimiento de la gratitud con su movimiento espiritual preferido: la vanidad. La competición y la ambición son los terraplenes perfectos para este río de la vanidad que corroe, subterráneo o menos, el mundo entero.
La ambición se puede vencer sólo dejando de juzgar y de compararse, usando mucho el silencio como diálogo con Dios, rezando, donando gratuitamente tiempo, energía y bienes.
Pero sobre todo se vence agradeciendo a Dios continuamente, con grande humildad, por todo y por cada cosa, incluso el más pequeñito acto de respiro cotidiano, del canto genial de un mirlo, de la ráfaga imprevista del viento. Es la gratitud que con el tiempo se vuelve gratuidad y servicio, humilde dedición a los demás que tira de la rienda a la vanidad y a la ambición.