En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 10 Octubre 2021

Vigésimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Palabra del día
Evangelio de Marcos 10,17-30

Magnetismo

Para alcanzar la cima de una montaña a menudo se tiene que escalar, se tiene que literalmente trepar la roca, y para hacerlo se necesitan gran experiencia, entrenamiento físico, un buen baricentro, un buen equilibrio, seguir unas reglas precisas, de lo contrario no sólo no se llega a la cima, sino se puede caer y morir.
Para escalar hace falta conocer y seguir las leyes de la fuerza de gravedad, del baricentro, de la fuerza física humana, de las palancas para la tracción y el empujón más económico, seguro y ventajoso.
Sin el conocimiento y la puesta en práctica de estas y de otras leyes bien precisas y fundamentales, caminar en la montaña, escalar sobre hielo y roca no es posible o por lo menos es muy peligroso y no permite alcanzar los objetivos.
Si en lugar de escalar y alcanzar las cumbres a pie, se desea alcanzarlas en ala delta, es necesario aprender a volar. Para volar es indispensable conocer otras leyes y practicar otros entrenamientos y desarrollar otras capacidades. Para volar se debe tener el valor de separase de la superficie terrestre. Previsto, pero indispensable. Para volar hace falta dar un salto, un salto que cada vez vale la vida.
Cada vez que se despegan los pies de la tierra, ya no hay nada que sostiene, nada a que agarrarse. Es otra dimensión, es otra historia, completamente.
Las leyes de Dios en Ley sacra, los mandamientos, son indispensables para escalar hacia las cumbres del día a día, a lo largo de terrenos empinados y no siempre lineares de las relaciones humanas, de las relaciones sociales, de los intercambios económicos, de la gestión de los recursos terrestres. Los mandamientos son las leyes básicas que seguir para garantizar un mínimo de convivencia humana digna y serena.
No matar, no robar, no testimoniar en falso son las leyes elementares, los principios básicos para lograr cruzar la historia humana de manera suficientemente expedita y sin tropezar y caer en los terribles abismos y barrancos de la estupidez, de la guerra, de la autodestrucción.
Un Hombre corre hacia Jesús, se arrodilla ante él, pero esta vez no es para pedir milagros o curación de enfermedad. El Hombre pregunta al Maestro cuál es la vía para heredar la vida eterna. Jesús contesta con: Tú conoces los mandamientos. Conocer en la terminología bíblica significa amar profundamente, hacer entrar dentro del propio ser una realidad.
Antes de empezar cualquier otro discurso, Jesús se cerciora si el Hombre ama los mandamientos, si ha hecho entrar profundamente en su corazón y en la práctica cotidiana los mandamientos de Dios, estas leyes fundamentales y primordiales de convivencia social y de supervivencia humana. El Hombre contesta a Jesús afirmativamente. Jesús lo mira fijo, lo ama, lo prefiere, lo elige. En este momento Jesús, dándose cuenta de que el Hombre era capaz de caminar y cruzar la vida según las leyes de Dios, puede proponer el salto. El Maestro puede indicar la vía superior para aprender a volar, para aprender a cruzar la vida de manera superior, diferente, de la manera más económica y provechosa posible. El Maestro ahora puede abrir más allá de las leyes de la supervivencia, más allá de las leyes potentes, pero elementares de los mandamientos, puede abrir más allá, hacia el conocimiento de las leyes supremas. El Maestro puede indicar la vía superior para atravesar la vida, ya no caminando y trepando sobre la superficie empinada de la existencia, sino volando, volando alto. Para usar las alas, todas las alas de nuestro espíritu y de nuestro corazón, Jesús indica la vía: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y ¡sígueme!  
Jesús indica como vía de la vida eterna la renuncia a toda forma de apego. Renunciar al apego no es sólo una cuestión de vender los bienes de la tierra, sino más bien aprender a vivir siempre todo y todos sin apego, sin posesión.
Para caminar, la fuerza de gravedad es indispensable, pero sí se desea volar es necesario superarla. No sólo la masa terrestre nos atrae, sino cada cosa de la tierra tiene dentro de sí una fuerza más grande que la fuerza de gravedad, y nos atrae a sí con el campo magnético de la posesión, nos limita el vuelo, cualquier vuelo.
No se trata de demonizar y alejar las cosas y las realidades de la tierra, sería un proceso satánico e hipócrita, más bien las cosas de la tierra deben a ser vividas con más fuerza y pasión, amor y determinación, pero sin apegos, sin el magnetismo de la posesión. Cualquier forma de apego a través de los vínculos de la posesión limita el movimiento, cualquier movimiento físico y espiritual, y obliga la persona a la necrosis. Toda la vida que Dios ha creado es movimiento, movimiento total y continuo. Sin movimiento todo muere, todo se pudre, todo se descompone y desaparece. A través del magnetismo emocional de la posesión, el peso de los apegos reduce cada movimiento y vuelo del alma y del corazón, hasta obligar la persona en los espacios angostos de la inedia y de la envidia, del miedo y de la rabia, hasta la muerte.
Cada equilibrio nuestro se establece y aspira a cristalizar sobre alguna forma de apego y garantiza su supervivencia por medio de la energía de tensión producida a través de las miles actividades cotidianas relacionadas con la posesión. No hay ansia ni miedo en el alma, si no hay apego que esté en peligro, no hay inquietud en el corazón, si no hay posesión en peligro.
Estos equilibrios costosísimos y para nada económicos en tema de consumo energético y salud están a la base de todo el sufrimiento, de todo el dolor del hombre. Estos equilibrios costosísimos retrasan y bloquean el crecimiento personal, la evolución intelectual, el desarrollo armonioso de las emociones y de la capacidad de realización personal. Cada forma de apego bloquea nuestra energía y la disuelve en dolor y malestar. Es el apego el origen de cada lío nuestro y desarmonía personal, familiar, relacional, sexual, social, colectiva. Superar los apegos es la vía suprema de la vida.
Por eso Jesús como signo de amor y predilección ha indicado al Hombre la vía de un movimiento espiritual interior y comunitario completamente nuevo, más allá de la práctica de la ley, más allá del deber, del esfuerzo, la vía de la disolución de cada apego.
El primer inevitable paso es la renuncia a los bienes y a las riquezas, pero para desatar las cadenas del apego no es suficiente la simple renuncia a las riquezas en sí misma, la renuncia tiene sentido y libera verdaderamente si coincide con el don y la oferta de la energía y de los bienes a los pobres, en la compartición. La renuncia no tiene sentido si no se vuelve don, don cumplido sobre los pasos de Jesús. Indicando la vía de la vida, Jesús cierra su oferta al Hombre con: ven y ¡sígueme! 
Ven y ¡sígueme! Significa inmediatamente. Sin esperas, sin arrepentimientos, sin vínculos paternales, sin apegos de ningún tipo a la carrera, al juicio y a las expectativas de la gente. Ven y ¡sígueme! Significa inmediatamente y al mismo tiempo para siempre.
La vía de la vida en práctica es seguir a Jesús, es seguirlo a él que abre todos los caminos y las puertas hasta la eternidad. Pero no se puede seguir a Jesús con el corazón pegado. Imposible, no se puede hacer.
Pues entonces, ¿y quién puede salvarse? La respuesta de Jesús es franca: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible. Sin la ayuda de Dios, sin la potencia del Espíritu Santo para el hombre es imposible lograr liberarse de los apegos y de la posesión. Y es precisamente aceptar con fe y humildemente esta verdad el primer paso de la vía de la vida. La primera y más arraigada forma mental de apego es exactamente la soberana ilusión de poder apañársela solos.
Es éste el primer anillo de la cadena mental que nos mantiene en la más total ilusión y mentira, que determina toda la estupidez y la arrogancia de la humanidad. Jesús muy sabia y sencillamente nos ofrece la vía de la vida a través de la disolución de todo vínculo del apego, un paso para nosotros imposible, un paso que solos no lograremos nunca hacer. Un paso que nos obliga amable y humildemente a reconocer nuestra humana impotencia en el debelar completamente toda forma de apego, y al mismo tiempo manifiesta la belleza y la eficacia del abandonarse totalmente a Dios y en sus manos.
El primer paso de la conciencia ocurre cuando en nosotros se enciende una luz que ilumina la primera de todas las verdades: sin Él no podemos hacer nada, nada nunca. Sin Él, no podemos hacer nada, nada verdadero, nada luminoso, nada eficaz, nada que funciona, nada ganador, nada pacífico, nada bello, nada alegre, nada liberador.
Pero cada paso, cada uno de los pasos que logremos hacer con la fuerza del Señor sobre la pista de la liberación de la posesión y del apego es un paso que por orden divina se multiplica cien veces, cien veces tanto más. Milagrosamente, divinamente, por cada gesto de liberación del apego que logremos cumplir nos será dado en cambio en el tiempo presente cien veces tanto más de aquello a lo que hemos renunciado. 
Parece una paradoja increíble. ¿Por qué Jesús nos propone el despego de la posesión y luego nos promete que por cada cosa dejada en el nombre del alegre anuncio del Evangelio recibiremos cien veces tanto más a cambio? ¿Por qué dejar unos bienes para recuperarlos cien veces tanto más?
Maravilloso, bellísimo, perfecto. El divino deseo de Jesús para la humanidad es que viva libre y serena en el gozo profundo y en la paz, y sabe él perfectamente que no hay posibilidad de gozo para el hombre, si no aprende a liberarse de los acosos de la posesión y del apego.
Por eso nos invita encarecidamente a desatar, con su ayuda, todo apego y posesión. El apego mata y lleva a matar a la vida, cada vida, por eso debe ser vencido y superado porque quita el movimiento del espíritu, reduce la vida, quita la salud y la paz.
Pero no es éste el objetivo de la vida, éste es el camino. El objetivo es el gozo, la paz, el verdadero bienestar de la humanidad, y es por eso que paradójicamente Jesús por cada gesto con el cual renunciamos a la esclavitud de la posesión, por cada gesto de libertad del apego promete cien veces tanto más de todos los bienes posibles y la lozana belleza de la vida. Jesús no quiere que vivamos pobres y miserables, mezquinos, sino que aprendamos a vivir despegados y libres de la posesión, de cada posesión, y aprendamos el arte divino del compartir con quienquiera tenga necesidades, de ahí que todos puedan gozar de la plenitud de la vida, cien veces la gracia y la potencia de la vida, de toda la vida, de la vida toda entera, entera de eternidad.