En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 1 Enero 2022

Santa María Madre de Dios

Palabra del día
Evangelio de Lucas 2,16-21

Es ella

Es ella, María, la Grande Madre María, que una noche fue despertada dulcemente por la caricia de las alas del ángel Gabriel y, Gabriel, aquel que está siempre delante de Dios, le habló corazón a corazón de aquel Hijo Rey del universo y Señor Altísimo que ella ya llevaba en su vientre por obra del Espíritu Paráclito. Es ella, María, la Grande Madre María, que corrió de prisa en ayuda de la prima Isabel al oír la noticia de la que era, para todos, una maternidad imposible. Es ella, María, la Grande Madre María, que dio a luz aquel niño, y, primer ser terrestre en la historia de la humanidad, ha acariciado al Retoño que todo crea y todo lleva en su mano, ha amamantado al Nazareno que todo ve y a todo y a todos provee, ha calentado y estrechado a sí Yeshùa que a todos salva y cura. Es ella, María, la Grande Madre María, que acoge el extasiado estupor de los pastores que acudieron, después de la visión del ángel, al niño acostado en el pesebre. Es ella, María, la Grande Madre María, que debe acostumbrar el corazón y las orejas al sonido del canto de los coros incesantes de los ángeles todos alrededor de la casucha del nacimiento. Es ella, María, la Grande Madre María, que, llevando a Jesús al templo para la circuncisión, encuentra las amables y duras confidencias proféticas del anciano Simeón, el estupor y el cariño consolador de abuelita sacerdotisa Ana, de aquella que está siempre acampada ante Dios.
Es ella, María, la Grande Madre María, que hospeda en la pequeña casita a los Magos, los más grandes sabios e iluminados de la tierra entonces existentes, para ofrecerles a ellos un poquito de leche caliente de cabra y un poquito de dulce recién traído por los pastores, y escuchar como aquel Hijo estaba ya en el corazón de todos los pueblos, desde épocas sin cómputo. Es ella, María, la Grande Madre María, que debe huir por la noche, guiada y protegida por su marido José, porque los poderosos de la tierra, a la orden del Enemigo, intentan matar al niño Jesús. Es ella, María, la Grande Madre María, que añade sus lágrimas a las de todas las mujeres de Belén y de los pueblos cercanos que han visto a sus niños masacrados ante sus propios ojos por los militares de Herodes. Es ellas, María, la Grande Madre María, que, después de las fiestas de la Pascua, celebradas en Jerusalén, debe volver atrás porque su Hijo no había regresado con la caravana, sino se había quedado en el templo entre doctores y sacerdotes para escucharlos e interrogarlos.
Es ella, María, la Grande Madre María, que observa desde lejos los primeros pasos de Jesús entre la gente, mientras, atravesando ciudades y pueblos, sana toda enfermedad, expulsa todo demonio y anuncia a los hijos de Dios su liberación de las cadenas de la ignorancia y de la esclavitud y la alegre potencia del evangelio. Es ella, María, la Grande Madre María, que siente apretarse el corazón en el pecho por los gritos amargos de los fariseos, el murmurar venenoso de los jefes de los sacerdotes, el odio profundo de los ancianos del pueblo contra aquel Hijo sublime. Es ella, María, la Grande Madre María, que acompaña aquel hijo a lo largo de la vía del calvario y recoge, entre las manos, lágrimas y sangre desde aquella cruz. Es ella, María, la Grande Madre María, que al primer rayo de sol de aquel día es despertada dulcemente por una mano entre los cabellos, su mano, la mano del Hijo adorado, radioso y resplandeciente de vida. Es ella, María, la Grande Madre María, que asiste al amanecer de la iglesia naciente en aquel grupo de amigos inciertos pero con el corazón bueno: el día del Paráclito. Es ella, María, la Grande Madre María, que observa todo lo que pasa y lo medita en su corazón, sin juicio, sin condena, sin forzamientos, sin miedo, sin hacer presión, sin nunca pensar mal de Dios. Es ella, María, la Grande Madre María, que enseña que la meditación es la vía para no pensar, para no construir infraestructuras mentales, sino para comparar lo que ocurre con amor, gratitud y total confianza en Dios, para seguir sirviendo a Dios sin nunca pensar mal de Él y de la vida, cualquier cosa ocurra. Es ella, María, la Grande Madre María, que, siempre al lado de cada hombre y mujer de la tierra, invita dulcemente a todos sus hijos a meditar en cada circunstancia para aprender a vivir todo sin pensar, sin sacar conclusiones, sin asustarse, sin agitarse, sin vengarse, sino comparando todo lo que nos ocurre con el amor de Dios y no con nuestros miedos o nuestras expectativas, para confiar todo con gratitud en sus manos y a su corazón.
Es ella, María, la Grande Madre María, que enseña a la humanidad el verdadero camino de la meditación. Para María meditar es comparar lo que pasa en la vida no con nuestras expectativas y nuestros miedos sino con la fidelidad y el amor de Dios.