En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 19 Junio 2022

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo C

Palabra del día
Evangelio de Lucas 9,11b-17

En el prado

El sol declina el rostro en el horizonte y disuelve sus últimos cálidos resplandores sobre la cabeza y los miembros de millares de hijos reunidos alrededor de la Vida hecha carne. Vida que dona la Palabra que hace vivir, cura toda enfermedad y venda cada herida, acoge cada espera y satisface todo deseo.
Se hace oscuro en un rato, hay hambre enseguida. No queda que despedir a la multitud. Y, ¿cómo podría la Vida hacer partir a toda esa maravillosa y pobre vida allí toda agolpada?
Y sobretodo dónde, ¿dónde la Vida podría enviar a la vida, todas aquellas vidas? La Vida sabe que no hay sitio, no existe en toda la creación visible e invisible un lugar lejos de la Vida. No existe un lugar donde la Vida no está y no es todo aquello que existe. Hay oscuridad y hambre. A la oscuridad no basta el sol y al hambre no basta el grano, ahora se busca, se descubre si en el fondo en alguna parte hay algo. Allí, delante a la Vida, se abre la alforja de la historia, de toda la inmensa historia humana. Millones de corazones y de vidas en millones de años de vida, experiencia, respiros, ciencias, filosofía, inteligencia, palabras, guerras, imperios, búsqueda abren la alforja. Y, ¿Qué sale? Cinco panes y dos peces, es todo.
Después de millones de años de vida los hijos deponen entre las manos de la Vida el resultado de toda la historia humana, cinco panes y dos peces.
He aquí, la alforja está abierta. Luchas, deseos, sacrificios, muerte, sueños, fiestas, amores, gracias, miedo, conflicto, traiciones, viajes, leyes, poderes, sangre, correteos, esclavitud, bailes, escuelas, llantos, relaciones, hijos, prisiones, castillos, trabajo, oraciones, cantos, caminos, sudor, cacerías, sueño, descubrimientos, gritos, caricias para un total de cinco panes y dos peces.
Se derrama la alforja agitando hacia la tierra, la mirada perdida hacia lo bajo, en el aire incluso aquella hosquedad exquisitamente humana cruzada con todo el desconcierto del universo que ve en aquella alforja el resultado de todo el cansancio del hombre. Está todo. Todo servido para nada porque nada ha servido al Todo.
La Vida mira y siente compasión y sabe cuanta fatiga y llantos, cuanta ignorancia y miedo, mira y en lugar de acusar, juzgar e indignarse, hace descansar a sus hijos, los hace acomodar a todos suavemente sobre la hierba: Háganlos sentar – literalmente está escrito: háganlos acomodarseen grupos de cincuenta. El Acurrucado de Belén ahora, después de todo el inútil el afanarse humano, puede enseñar la Feliz Vía a sus hijos: acomodarse sobre la hierba.
Cinco mil hombres contados, más mujeres y niños, casi veinte mil personas se acomodan sobre la hierba bajo los últimos rayos del sol. Grupos de cincuenta personas, casi cuatrocientos grupos.
Es casi oscuro, se encienden fuegos, los niños se acurrucan a las madres, pero el aire no ha estado nunca más luminoso y tibio, cientos de puntos de luz y de calor, el valle se vuelve un cielo estrellado, parece un mundo nuevo que nace. La Vida está allí, tranquilamente de pié en medio a toda la gente sentada y silenciosa, allí en la oscuridad la gente comienza finalmente a ver. Comienza a ver que, de todo el correteo humano, no queda nada si la vida no es vivida acomodada en Dios. Comienza a ver que todo es un engaño, todo es vanidad y ambición, todo es arena al viento, si no se vive acomodados en Dios. Comienza a ver y a entender, y un sentimiento profundo e inexplicable de nostalgia infinita invade todos, hombres, mujeres, niños, hierba, tierra, manos y pies. Comienza a ver y dentro el corazón hacen eco las palabras del día, Sus palabras que calentaban más que el fuego, las palabras que tallaban y curaban. La Vida está allí de pié, los brazos y los ojos levantados hacia el cielo, una oración de gracias al Padre y las canastas llenas al viento del Espíritu inician a circular. Se come pan fragrante, pez asado, estupor, lagrimas de conmoción, sonrisas, cantos, bendiciones.
En la oscuridad, acomodados sobre la hierba, acomodados en Dios, los hijos de la Vida comen pan y sabiduría, pescado y conocimiento. La Vida está allí, en pié, camina lentamente y acaricia cabezas y miradas, manos y gratitud.
La Vida está allí de pié y muestra la Feliz Vía: vivir constantemente, de todas maneras, por todas partes, cada instante completamente acomodados en Dios, acomodados entre sus manos, acomodados y apasionados, acomodados y llenos de vida y de entusiasmo.
Es de noche, muchos parten nuevamente hacia casa, otros se demoran con gusto, los discípulos recogen doce canastas llenas, y allí cerca, abandonada, la alforja, la alforja vacía. Ninguno la recoge, es historia de otra historia, no es historia de Dios.
Buscan la Vida, estaba aquí hacía un momento, ¿dónde está ahora? Sin duda la Vida se ha deslizado en aquello que es suyo, en el suyo propio, como dice literalmente el texto, en silencio en la oscuridad. Come la mañana anterior y como cada noche antes del día, El Acurrucado va en lo que es suyo propio, esencial, va a acomodarse entre los brazos del Padre suyo.