En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Jueves 23 Junio 2022

Natividad de San Juan Bautista

Palabra del día
Evangelio de Lucas 1,57-66.80

El nombre

Aquél que en la vida desea con todo el corazón primero descubrir y después cumplir la tarea por la cual ha nacido en la tierra, no puede de ninguna manera mantener vínculos de dependencia con los propios cordones umbilicales, con la propia familia de origen, con las culturas, las ideologías, las religiones construidas por los hombres. Aquel que en la vida desea con todo el corazón primeo descubrir y después realizar felizmente y de manera fructífera sus talentos tiene que absolutamente despegarse de toda forma de dependencia humana y conjuntamente debe ser capaz de renunciar, con indeformable determinación a los propios intereses personales. Aquel que desea con todo el corazón servir a Dios y al hombre, puede vivir potentes y riquísimas relaciones de amor con las personas pero no debe en algún modo depender de estas, para depender sólo y únicamente de Dios.
Cuando un hombre nace en la tierra lleva ya consigo y en sí un nombre, el nombre con el cual Dios mismo lo ha llamado a la vida, según su tarea y su riqueza, nobleza, y majestuosidad peculiares. El nombre que los hombres reciben de los otros hombres el día del nacimiento no es otra cosa que una etiqueta sonora que sirve para identificar al neonato como hijo de una descendencia humana y no como hijo de una descendencia divina. El nombre humano señala la continuidad humana, el nombre divino señala la continuidad divina en la discontinuidad humana. Aquel que se queda ligado a los propios vínculos umbilicales y dependiente de la propia familia y de la propia historia cultural, de la moral de proveniencia, conscientemente o inconscientemente este afirma dentro de sí y se consagra delante del mundo como un viejo hijo de las generaciones humanas y no como un nuevo hijo de Dios.
Delante a la elección de etiquetar al pequeño apenas nacido de Isabel con un nombre que le subraye la continuidad generacional humana, Isabel, la madre, exclama: «No, debe llamarse Juan». ¿Por qué? Porque Isabel y Zacarías son concientes que aquel hijo, aun siendo hijo de semilla terrena, para ser lo que deberá ser, no tendrá que pensar nunca por un solo instante ser hijo de la generación humana, una prolongación genética, una semilla de continuidad humana, ni siquiera del sonido de su nombre. Jesús mismo revela en el evangelio que, como semilla de discontinuidad humana y continuidad divina, Juan el Sumergidor es una semilla estupefaciente por potencia y fruto, no hay ningún hombre más grande, pero al mismo tiempo Jesús nos revela que el más pequeño en el Reino de Dios que decide ser siervo del Reino, despegándose de sus vínculos humanos, puede ser una semilla de discontinuidad humana y continuidad divina aún más potente y fructífera que Juan.
Aquel que con todo el corazón desea descubrir su propio don y realizarlo en la gloria y con fruto, debe decidir en su corazón si en esta tierra quiere ser continuidad humana y discontinuidad divina o discontinuidad humana y continuidad divina. Cada acto de consagración a Dios es real y fructífero sólo y únicamente si quien se consagra es conciente que esa consagración es un acto de continuidad divina y de discontinuidad humana.