En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Martes 2 Agosto 2022

Decimoctava semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 14,22-36

Por lo menos el manto

Nada de exámenes clínicos, resonancias ni muestras, ninguna consulta entre médicos, ni siquiera un minuto en hospital, ninguna prescripción médica, ningún laboratorio químico, nada de anestesia, nada de terapia ni rehabilitación, nada de fármacos ni vendajes, nada de todo esto para curar en los días de Su presencia entre nosotros. Ante Jesús todos los enfermos se sanan al instante y completamente y, para quien no logra pasar ante él, porque demasiada es la multitud de gente, le es suficiente apenas tocar o rozar su manto, para curarse de toda enfermedad y afección. Tan simple, directo, gratuito, limpio, poderoso, indiscutible, real, evidente. Tan hermoso.
Para nosotros los hombres, en cambio, es todo tan complicado, farragoso, indefinido, limitado, lleno de obstáculos también hasta donde no hay, como la caminata de Pedro sobre las aguas. Pero ¿por qué? Porque hasta el momento en que Pedro confía en Jesús, ya no es un peso de piedra sobre el agua sino es ligero espíritu, aún permaneciendo hombre. En cuanto Pedro deja de confiar en Jesús, deja de usarlo y vivirlo como su todo y su siempre; cuando abandona la confianza total y el amor y empieza a pensar y a querer el control, entonces el miedo lo agarra desde dentro y lo arrastra hacia abajo, donde todo es difícil, complicado, agitado, está suspendido. Es entonces que Pedro vuelve a ser la piedra de siempre en las aguas de siempre. Es uno de los errores más garrafales cuando se lee y se interpreta el evangelio. Jesús, invitando a Pedro a alcanzarlo caminando sobre las aguas, ha querido mostrar, sólo en parte, su propia potencia y cumplir un signo prodigioso para convencer a todos de su divinidad. Pero no es todo, y tampoco la cosa más importante. Cuando Jesús cumple los signos prodigiosos, los milagros, las curaciones, la multiplicación de los panes, las resurrecciones, lo hace principalmente para enseñarnos a qué nivel de evolución espiritual y existencial podríamos vivir todos nosotros, todos los días de la vida, si siguiéramos con corazón amante los procedimientos evangélicos. Jesús cura a la gente no sólo para decirnos Yo soy Dios, sino sobre todo para decirnos vosotros sois hijos de Dios y esto podéis hacer si os quedáis en mi amor y seguís la Palabra. La fe, la fe verdadera, la confianza en Jesús y el amor por la potencia de sus procedimientos evangelicos podrían dar un impulso evolutivo inaudito y extraordinario a nuestra historia humana, en toda dimensión del vivir. Cuando el hombre comprenda que Jesús no ha venido para fundar una religión, sino para hacerlo todo más fácil, eficaz, hermoso, salubre, armonioso, lleno de vida y de bienestar en esta tierra, según la voluntad del Padre suyo y nuestro, asistiremos a un maravilloso y conmovedor despertar de la humanidad.

Si no decidimos hacer de Jesús el centro de nuestra vida por fe, por amor, compartición y adhesión, deberíamos por lo menos seguirlo por artimaña y astucia. Por lo menos por artimaña y astucia las ciencias humanas, los gobiernos, las culturas podrían aferrarse al manto de Jesús o intentar rozarlo en el escuchar de su Palabra, para simplificar y mejorar la vida en esta tierra. Por lo menos por artimaña y astucia, tan sólo aferrar el borde del manto.

Por un lado, en los tiempos de Jesús, la gente, la pobre, normal, atareada y engañada gente de todos los días y de todas las calles, precipitándose a Jesús para hacerse curar, siempre ha demostrado más fe, amor, artimaña y astucia que todos los dirigentes del pueblo y que los sacerdotes del templo juntos, que no se han precipitado a Jesús para hacerse curar de sus enfermedades, sino sólo para criticarlo y acusarlo. Cuando la arrogancia se queda tal, aún dando de narices contra la evidencia, se transforma en perfecta estupidez.