En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 6 Agosto 2022

La transfiguración del Señor – Ciclo C

Palabra del día
Evangelio de Lucas 9,28b-36

Sol en la cara

En un día de niebla al sol le cuesta hacerse ver también a mediodía, pero a ninguno de nosotros se le ocurriría que al sol le cuesta hacerse ver porque podría estar apagado o debilitado. El sol es sol, potente y bello como siempre, pero la niebla hace su parte en obscurecer. En un día de niebla no hay necesidad de volver a encender el sol, hay que esperar que la niebla se despeje y se disuelva. Solo Dios, cuando nos mira, logra ver nuestro ser completamente asoleado por su misma luz más allá y por encima de toda niebla. Solo Dios ve más allá, ve dentro, ve todo. Jesús no ha venido para cambiar la naturaleza del hombre, no ha venido para denigrarlo en sus limitaciones, para juzgarlo y condenarlo por su obscuridad, en cambio ha venido para despejar la niebla que tan fuertemente nos engaña. La niebla que obscurece nuestra belleza está hecha de desafíos, miedo, sentimientos de culpa, heridas, rabia, ignorancia, pereza, presunción, arrogancia. La niebla que encubre nuestra divina pertenencia es tan tupida y densa que nos vuelve invisibles a nosotros mismos y obscurece nuestra belleza, la belleza de nuestra persona, del acto creativo del cual somos don. No lograr ver el esplendor de sí mismos en la niebla tupida de nuestros miedos y de nuestros fracasos conduce inevitablemente a la desconfianza en sí mismos y por lo tanto al desafío y a la infelicidad. No lograr agradecer nuestra persona es el sistema vencedor perfecto para no lograr nunca agradecer a nadie más, para no lograr tener relaciones serenas y eficaces con los demás.
En el monte el rostro de Jesús se volvió otro, porque la esencia de aquel rostro es otro. En verdad Jesús no cambia de apariencia, sino retoma el propio aspecto, al menos por lo que los ojos de sus amigos podían soportar. El esplendor fulgurante, tan difícilmente describible también en el texto del evangelio, es el esplendor fulgurante que pertenece a Jesús en su esencia, aun si anublada por la modalidad terrena con la cual ha tenido que presentarse a nosotros. Nosotros estamos tan acostumbrados todos los días a ver en la niebla a nosotros mismos y a los demás que no somos ni siquiera capaces de imaginar cual fulgurante esplendor haya dentro de toda persona a imagen y semejanza de Dios.
La luz nos parece más extraña que las tinieblas, la miseria más natural que el bienestar, la acogida más inusual que la indiferencia.
Muchas veces las personas se miran, más bien, desean ser miradas, pero no se ven en la esencia, no se ven en el esplendor del alma. La gente se acostumbra a lo feo, a lo decadente, a la pobreza mental, a la miseria, a la ignorancia, a la esclavitud. Si el hombre no aprende a mirarse en su nativa divina belleza, se acostumbrará cada vez más a la degradación, a la indigencia, a la escasez. El hombre que no sabe que es un bellísimo, inmortal, amadísimo hijo de Dios no será capaz que de deseos pequeños, infelices, agresivos, vanidosos, limitados. Jesús sabe que la pobreza de la gran parte del mundo no se vence con las donaciones generosas de los ricos, sino ofreciendo a los pobres la buena noticia, la intuición liberadora que delante de Dios no son pobres y pueden ellos también desear y amar una vida diferente llena de belleza y bienestar. El esclavo no necesita solamente verse las cadenas desatadas, sino ser inspirado a la belleza de la libertad.
Todo el evangelio en cada palabra de Jesús es una invitación dulcísima, una inspiración llena de gracia que ayuda al hombre a salir de la niebla que lo vuelve tan ciego, sordo, limitado y mezquino hacia cada deseo suyo. Niebla densa densa hay para todos y por todas partes, pero debajo de la niebla de nuestras dificultades y mezquindades, debajo de la niebla de nuestras inevitables y continuas deudas en contra del amor hay el sol del rostro y del corazón que Dios nos ha dado. Jesús se transfigura, su rostro se vuelve otro, se vuelve lo que es desde siempre y por siempre el rostro de Dios en la tierra, el rostro más amable, bello, agraciado, potente, fascinante, atrayente, hermoso, encantador, solemne, sobre el cual el ojo de hombre podrá jamás arrellanarse. Jesús se transfigura y muestra su rostro a pocos entre sus amigos, se muestra antes de la niebla de la traición, antes de la niebla de la persecución y del apresamiento, antes de la niebla de la flagelación y de la cruz, antes de la niebla de la muerte.
Jesús se transfigura porque desea que sus amigos en la niebla tupida de los pensamientos, del miedo, de la persecución no se confundan, no olviden, no se desorienten, no dejen de desear, de tener fe.
Jesús transfiguración es el antídoto en contra de la duda, en contra del sobrevenir de toda duda. Un rostro de sol porque, cuando aquel rostro sobre la cruz y a lo largo de la historia será de sangre, los hombres no dejen de desear los deseos de Dios, y de percibir aquel rostro como el rostro de Aquel que más allá de la niebla incluso de la muerte refulge potente y grandioso más de miles soles, y vivo y vencedor será siempre con nosotros, por nosotros, dentro de nosotros.