La vida no ha contemplado la última cena para el hombre. Ni siquiera aquella de Jesús con sus discípulos antes de los días de la pasión y de su muerte en cruz se puede definir última cena. La última cena no está contemplada en los diseños de la vida, porque, después de la vida terrenal, los hombres que entrarán en las moradas de las ciudades celestiales serán bellos como los ángeles y resplandecientes como el sol y podrán gozar de banquetes y cenas sin fin. La vida no contempla la última cena, pero, por la ley dominante de la libertad, podría haber una para quien lo desea, para los que no han respondido a la invitación de la vida.
La última cena terrenal es para aquellos que han dicho no a la invitación más grande, es para aquellos que, como primeros, han sido invitados a alimentarse a la mesa de los procedimientos del inmenso conocimiento del Señor de la Vida, mesa preparada con su sabiduría suprema, y que ni siquiera han querido sentarse un instante para probar su exquisitez. La última cena es para los hombres y mujeres de esta generación que no han querido aceptar la invitación para sentarse a la mesa con el Señor para alimentarse de sus procedimientos para ser felices, vivir en paz, sanos y en el bienestar. La última cena es para quienes cenan por última vez, el último día de su vida terrenal, y, cuando vuelven a abrir los ojos en la vida sin fin, para ellos no hay más mesas preparadas, ya no hay banquetes alegres. Realmente para ésos la última cena terrenal es de verdad la última cena. La última cena terrenal es para aquellos a los cuales, como primeros, el Señor de la Vida ha dirigido la invitación: Vengan, todo está preparado. Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. Son aquellos que se excusaron, se excusan y se excusarán de no poderse sentar a la mesa del conocimiento de los procedimientos divinos de la felicidad, en nombre de los negocios, de los intereses, de la seguridad económica, del poder, del poseer, de la avidez. Son aquellos que se excusaron, se excusan y se excusarán de no poder alimentar la propia vida de la fragancia y de la inteligencia de los procedimientos divinos de la felicidad, en nombre de la propia realización personal, de las propias distracciones, de los propios sueños personales, de las propias expectativas, del éxito y del prestigio. Aun son aquellos que se excusaron, se excusan y se excusarán de no poder corresponder a la invitación a la fiesta, al banquete, a la mesa del conocimiento en nombre de los amores, de las relaciones, de los vínculos, de los afectos terrenos. Aquellos que vivirán su última cena en la tierra son los que, en nombre de la avidez, de la ambición y de los vínculos afectivos, han rechazado alimentarse en el banquete de la vida en su plenitud, según los procedimientos de la felicidad propuestos por el Señor de la Vida, y por esta razón no conocerán los banquetes celestiales.
En los banquetes celestiales hay lugar para todos, pero no para los que no han querido alimentarse de los procedimientos divinos de la felicidad y que, para perseguir la felicidad misma, se han entregado a la energía de la avidez, de la ambición, de los vínculos. En los banquetes celestiales la fiesta es sin fin y los textos evangélicos afirman que será el Señor de la Vida que pasará a servir a sus hijos en el banquete que no conoce ocaso (Lucas 12,37). Pero para aquellos que habrán rechazado alimentarse del conocimiento de los procedimientos de la felicidad, aduciendo como pretextos la avidez, la ambición y los vínculos afectivos, lugar no habrá. Es el Señor de la Vida que dice: ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena.
Para el hombre, en los diseños de Dios, no estaba contemplada la última cena, pero si el hombre escoge no alimentarse de Dios aquí en la tierra, ¿cómo hará para cenar con él por la eternidad?
Última cena 31 MAR ORD 1
Última cena