Al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. Parecen palabras duras, marcadas por un irresistible sentido de injusticia, además están formuladas por Jesús, el Hijo. Pero, en realidad, las palabras duras e injustas no son estas. Las palabras duras e injustas son: Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado. En estas palabras hay toda la dureza del corazón y de la mente de un hombre que piensa mal de la vida y de todos sus dones, que piensa mal de sí mismo y de las propias potencialidades y piensa terriblemente mal de Dios, su Creador. Estas son las verdaderas palabras duras e injustas, palabras que sirven a cubrir la molestia por cada cosa, la repugnancia hacia sí mismos, el miedo a Dios. Lo que es verdaderamente duro e injusto en la vida es el no amor del hombre. Duro e injusto es ocultar dentro de un sudadero – esto es el término literal usado por el texto – la moneda de oro de la vida y deshacerse de ella haciéndola acabar bajo la tierra. Duro e injusto es acusar a Dios de ser uno que agarra donde no ha puesto y cosecha lo que no ha sembrado. Duro e injusto es el corazón malvado que, para traer fruto, explota la vida sin valerse de ella, la explota sin ponerse en juego completamente, sin multiplicar los dones y las riquezas de oro que Dios ha puesto en el corazón de cada uno de sus hijos. Es evidente que un corazón tan malvado y frío, acusador de Dios y de la vida, está tirando todo lo que es y que podría llegar a ser, y nada, absolutamente nada, se le podrá ofrecer por parte de nadie. He aquí porque el evangelio nos recuerda: Al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.