El reino 32 GIO ORD 2

El reino

Los peces y todas las criaturas del océano viven en medio del océano. Los peces y todas las criaturas del océano viven en el océano, viven con el océano, viven del océano, son parte del océano. El océano mismo es el lugar de la vida, es un universo de vibraciones a todos los niveles que permite la vida de cada criatura suya y a su vez vive de la vida de todos los peces y de todas las diferentes formas vitales inmersas en ello. Los peces y todas las criaturas del océano viven en medio del océano, pero se puede afirmar también que es el océano mismo a vivir en medio y dentro de todos los peces y de todas las criaturas del océano. Jesús habla del reino de Dios como de un océano de vida divina, donde los hombres y las criaturas de la tierra pueden vivir en las vibraciones de la paz y de la felicidad, de la salud y del bienestar. El reino de Dios no es un lugar, no es algo que atrae la atención, que despierta sorpresa y maravilla. El reino de Dios, según las palabras de Jesús, es aquel cierto modo, aquel modo cierto funcionante y eficaz de hacer vibrar el corazón, la psique, las acciones según las vibraciones del amor y de la alegría que Dios ha sembrado en el hombre. Es más, el reino de Dios es el epicentro de la energía vital del hombre, el centro vibracional mismo del hombre como ser divino, creado a imagen y semejanza de Dios. El reino de Dios es el centro propulsor del amor y de la alegría en el hombre, y, al mismo tiempo, es la suma maravillosa de todas las vibraciones de todos los corazones, las psiquis y las acciones que viven según las vibraciones del amor y de la alegría. Lejos del reino de Dios, fuera de las vibraciones del reino de Dios, no puede haber para el hombre vida plena, sana y feliz.
Un día, hace dos mil años, Jesús en persona, el Hijo de Dios, ha venido para hacer visita al planeta tierra, y no ha sido una visita de placer. Ha sido una visita querida por Dios Padre, Dios Hijo y Dios Paráclito Espíritu por el amor incalculable de Dios por la humanidad, porque la humanidad se estaba alejando demasiado de las vibraciones del reino de Dios, de las frecuencias del amor y de la alegría, poniendo en riesgo la sobrevivencia misma de la vida en la tierra. Para Jesús la visita de hace dos mil años no ha sido una visita de placer, porque los hombres y las mujeres de esta generación, en lugar de acogerlo con calurosísimo honor, gratitud infinita y felicidad radiante, lo han hecho sufrir mucho con la humillación del prejuicio y con las torturas más feroces, hasta matarlo clavándolo a un árbol en forma de cruz. La verdadera tragedia de esta generación no es haber rechazado a Jesús, haberse burlado de él, haberlo violentado y matado, sino haber rechazado también su mensaje, que es la síntesis de los procedimientos indispensables para que el hombre se realinee con el eje de la vida del reino de Dios, para retornar en resonancia con las frecuencias de las vibraciones del reino de Dios, que son amor y alegría. La verdadera tragedia de los hombres y de las mujeres de esta generación ha sido aquella de rechazar la única propuesta capaz de sanar y salvar a la humanidad. Quien rechaza Jesús y su mensaje no rechaza una religión, una filosofía, una moral, sino el centro vital de la propia vida y de la existencia, rechaza el conocimiento que permite al hombre volver a sumergirse en el océano pleno de vida maravillosa del reino de Dios. He aquí porque Jesús debe volver, porque la mayoría de los hombres y de las mujeres de esta generación, por ignorancia, por elección, por oportunismo, por avidez, por sed de posesión, por maldad, vive lejos de las vibraciones del amor y de la alegría del reino de Dios y está destruyendo la vida en este planeta. He aquí porque un día debe volver, en el día que será su día, porque en aquel día todas las otras voces que se han elevado sobre la humanidad y se han propuesto como referencias religiosas, espirituales, filosóficas serán reducidas al silencio en algunos décimos de segundo y nadie las nombrará nunca más, para siempre. Jesús en su día pedirá a cada uno y a todos, hombres y mujeres de este planeta, a cual reino desearán pertenecer definitivamente, si al reino de las vibraciones del poseer y de la infelicidad de Satanás o al reino de las vibraciones del amor y de la alegría de Dios. He aquí porque como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día. En aquel día no serán sólo el estupor y la maravilla que quitarán el aliento a los hombres y a las mujeres de este planeta sino sobre todo la profundidad y la potencia de aquella decisión definitiva. En aquel día, más allá de la ignorancia y maldad, todos podrán percibir dentro, con extrema precisión y claridad, cuanto se han consciente o inconscientemente alejado de las vibraciones del amor y de la alegría de Dios, para decidir en cual océano lanzarse y sumergirse definitivamente.