Equilibrios 19 MARZ SAN GIUSEPPE 1

Equilibrios

Para María y para José no ha sido para nada inmediato, fácil, previsto aceptar a Jesús. No lo ha sido para Herodes, para Jerusalén, para los Magos, para los sacerdotes del templo, para los ancianos directivos del pueblo. La presencia de Jesús, su entidad, su proveniencia, su misión han, de todas formas, trastornado equilibrios, han movido estabilidad, desmoronado seguridades, han hecho polvo certezas y costumbres, y todo eso ha movido el miedo, mucho miedo. Esto ocurre siempre cuando Dios entra en la vida del hombre, no porque Dios sea un aguafiestas, sino porque están podridos y necróticos nuestros equilibrios y nuestras certezas que él desea cambiar. La respuesta del ángel alienta y calma a José, revelándole la proveniencia divina de aquel niño, pero le revela y revela a todos nosotros también un grande y profundo secreto que aprender, para aceptar con amor, en la vida, lo que parece absolutamente asimétrico con respecto a los deseos y a los proyectos, a las costumbres y a las convicciones.
El ángel enseña a José a superar el miedo en el corazón y en la mente y a aceptar aquel presente inesperado, no por la promesa de fáciles soluciones a los problemas y a las dificultades, sino en nombre de lo que Jesús un día deberá hacer, en nombre de su misión para la humanidad, en nombre de algo que vendrá.
El ángel enseña a José y a la humanidad que, cuando Dios entra en la vida del hombre para dar luz y sembrar amor, todo se vuelve confuso e inseguro, inestable, precario, fuera de los viejos o anhelados equilibrios, no sólo para un presente mejor, sino sobre todo para una misión que cumplir, una misión que empieza aquí en la tierra y proseguirá en eterno en el cielo. Dios no trastorna nunca el presente de un hombre sólo para mejorarle el presente, sino también y sobre todo para prepararlo, entrenarlo, predisponerlo a lo que él ha pensado y desea para aquel hombre para la eternidad. Muchas y muchas veces Jesús nos recuerda esta verdad olvidada y desconocida.
Mateo 25, 23. Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor.
Donde por fielmente en lo poco se entiende la dimensión terrena, por encargaré de mucho más se entiende la dimensión celestial. Jesús considera estas dos dimensiones estrechamente correlativas y dinámicas entre ellas, una conduce y predispone a la otra.
Juan 14,2-3 En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
Las cosas que nos ocurren durante la vida, que nos desequilibran completamente de nuestros equilibrios y deseos miserables y que a menudo no logramos absolutamente comprender, nos ocurren para prepararnos un sitio en el cielo. Nosotros no sabemos u olvidamos que cada uno de nosotros, en el cielo, para la eternidad, tendrá tareas, cometidos, encargos, responsabilidades, misiones en la luz perfecta de Dios. La misión divina de nuestra vida, el objetivo del acto creativo divino que somos, no se agota seguramente en el puñado de estaciones terrestres, ¡faltaría menos!. Es por eso que Jesús puede revelarnos con pleno título en Lucas 13,30 una verdad ahora inconcebible para nosotros: Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos.  Muchos hombres, completamente ignorantes o desmemoriados de su tarea divina, que se extenderá a la vida inmortal, viven exclusivamente para ser los primeros sobre esta tierra en el realizar sus objetivos, alcanzar sus intereses, garantizar sus ventajas. Estos hombres serán últimos en el cielo inmortal porque no se han dedicado o preparado de ninguna manera a su tarea divina. Por eso las dos dimensiones están estrechamente conectadas y son dependientes entre ellas.
El ángel enseña a José que cuando se aprende a amar por lo menos un poquito y a confiar en Dios, somos capaces de aceptar lo que nos ocurre en paz, aunque sin someterse, de sentir comprensión, aunque sin resignarse, en nombre de la tarea que Dios se prepara a entregarnos en el cielo para la eternidad. Si se acepta lo que nos ocurre en la vida, somos capaces de vivir apartados del miedo, sin entrar en conflicto y provocar destrucción, y Dios proveerá siempre y siempre nos protegerá.
¿Qué es un poquito de paciencia y tolerancia sobre esta tierra, que mantiene la paz y la alabanza en el corazón por unas estaciones, para luego estar listos para servir nuestra tarea divina en la luz del cielo de los cielos de Dios, sin fin?