No existirían agobio y sufrimiento en el mundo, si el hombre no hubiese reducido la gratitud a una cuestión de buena educación.
Es sólo la gratitud que mantiene en armonía nuestro ser con el universo y con Dios. Es sólo a través de un corazón agradecido que es posible aceptar el presente aun cuando no ocurre como nosotros lo esperamos. Es la gratitud que mantiene el corazón y la mente tenaz y suavemente en el presente. Es la gratitud que acrecienta la fe. Es más, es la gratitud que mantiene la fe viva y potente en el corazón. Sin la gratitud la fe se disuelve. Sin fe los deseos se apagan. Sin fe nos volvemos miseros, esclavos, víctimas. El procedimiento más rapido y seguro para conocer la tristeza, el agobio y la indigencia es mantener un corazón desagradecido con todo y con todos.
La gratitud mantiene y acrecienta la fe porque abre los ojos, expande la inteligencia, hacer ver más allá y de manera mucho más perceptiva. La gratitud hace reconocer, hace conocer, abre a la visión correcta de la realidad, supera el engaño, disuelve la ilusión.
Diez leprosos ven en Jesús la solución de su problema, uno sólo, aquello agradecido, ve más allá, adquiere la fuerza del conocimiento. Ve su sanación, ve el milagro, ve a sí mismo renovado, mejor, sanado dentro y fuera. Uno sólo ve más allá y reconoce en Jesús el Señor de su vida, se arroja con el rostro en tierra en adoración y sin alguna vacilación se reconcilia con Dios, alaba y glorifica el Señor a gran voz. La fe ha creado un puente, una conexión extraordinaria con Jesús, con Dios, la gratitud lo mantiene vivo y potente. Diez leprosos piden y son sanados, uno sólo es agradecido, este es el origen de la ignorancia del hombre, de su indigencia, de su esclavitud y tristeza. Diez piden, diez reciben, nueve quedan ignorantes, uno agradece y conoce. Si queremos estar en el bienestar y felices, es necesario invertir esta proporción. Cuando una parte de nosotros pide con fe y deseo, nueves partes de nosotros deben agradecer. Nueves partes de nosotros a agradecer continuamente y sin cansarse nunca de todo y de todos, sobretodo agradecer a Dios de nosotros mismos y de la vida que nos ha dado.
La gratitud abre los ojos y vuelve sabios y humildes al mismo tiempo. La gratitud no da nada por descontado y recibe todo como un don, también las realidades más difíciles e imprevistas.
La gratitud abre los ojos y mantiene la mirada suavemente fija y dirigida a nuestro deseo y nos hace encontrar el mejor camino para alcanzarlo. La gratitud nos vuelve ricos y sin límites en todas las direcciones, nos mantiene en contacto con la realidad, con la vida, con el presente. Nada nos mantiene unidos y conectados a la Trinidad Santísima como el ser continua y fielmente agradecidos. Nada libera de las ilusiones como aprender a agradecer y a ser agradecidos. Nada tranquiliza más, nada hace mejorar más y más velozmente.
Si imaginamos el agradecimiento como un espejo de agua dentro de nosotros donde puede flotar el barco de nuestra fe, de inmediato queda claro que cuanto más nuestra gratitud se hace grande como un mar, un océano, tanto más grande y segura es la nave de nuestra fe y maravillosamente bello y sin límites nuestro viaje.
Nueves partes 32 MER ORD
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