En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Viernes 26 Abril 2024

Cuarta semana de Pascua

Palabra del día
Evangelio de Juan 14,1-6

No al miedo

No se inquieten, literalmente: No sea perturbado [verbo griego taràsso] vuestro corazón [sustantivo griego kardìa]. El verbo taràsso, “agito, desato, trastorno, perturbo, desarreglo, pongo en desorden, causo desorden; confundo, inquieto”, describe no tanto una duda provisoria, un momento de desconfianza y de miedo transitorio, sino un verdadero y propio estado interior. Indica cuando un breve instante de no fe se convierte en obstinación, revuelta potente, elección clara de desarrollar una energía obscura en vez que una energía de luz. Es el miedo, es el estado emotivo de cuando el corazón entra en la duda. Es la duda que conduce a la elección de la no confianza, es la duda que, insinuándose en los circuitos de la mente empuja al corazón a decir sí a la no confianza, al no abandono, al no amor. La turbación aquí se atribuye al órgano pensante de la kardìa, el corazón de la persona, donde el hombre reflexiona, piensa, imagina, el centro de la vida personal del individuo, el lugar de los sentimientos, de la memoria, del diálogo interior de la meditación, de la decisión. Es el lugar de donde salen las cosas impuras, y las más impura y obscura de todas, el origen de muchos líos, sufrimientos y desarmonías es el miedo, la turbación. Turbación y miedo entendidos no como condición emotiva transitoria  sino como trastorno total de la persona, tanto en la esfera espiritual como en aquella psíquica y emotivo-física.
Crean en Dios y crean también en mí es el procedimiento evangélico para vencer en cualquier ocasión de la vida el veneno de la duda, duda acerca del valor, de la majestad, del carácter sagrado de la propia vida, duda sobre la nobleza de los otros, duda sobre la presencia siempre amorosa de Dios. Creer es vencer la duda que es la fuente del miedo. Creer, entonces, es vencer el miedo, cada miedo, todo el miedo. No tener dudas no significa ser arrogantemente seguros de todo y ciertos de cada cosa, sino ser humilde y tenazmente siempre ciertos del amor de Dios. Creer no se entiende aquí solo en el sentido de creer que Dios existe, sino significa confiar, confiar ciegamente en él, entregarse a él siempre, abandonarse a él siempre, poner toda cosa en él siempre y en cualquier caso.
Confiar es una manera de dialogar interiormente bien precisa en donde, a las conclusiones personales, a los juicios y a los prejuicios mentales, a las convenciones, convicciones y conveniencias humanas, se sustituye un dialogo interior de total abandono en las manos de aquel que todo puede y sabe, ve y ama. No es un acto de cobardía o de irresponsabilidad, no es una fuga de la realidad, no es pedir el milagro, es simple y potentemente poner toda realidad completamente en las manos del Padre, del Hijo y del Señor Espíritu, por amor y con gratitud, para descargar el corazón y la mente del enredo de los pensamientos y de la agitación de las emociones. Son la confianza y el abandono que tienen el poder magnífico de apaciguar inmediatamente cada movimiento agitado del corazón y de las emociones y de disolver el miedo.
El miedo fundamentalmente es una emoción que deriva de una elección, la elección de no confiar en el Amor y en el Espíritu. María, la Grande Madre, es maestra de este arte de meditar y de dialogar con confianza y abandono total en Dios. Con ella podemos aprender esta maravillosa experiencia y sapiencia, podemos decir no al miedo siempre y para siempre.