En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 1 Junio 2019

Sexta semana de Pascua

Palabra del día
Evangelio de Juan 16,23b-28

Nombre

En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Literalmente: Amén amén digo a vosotros: cualquier cosa pidáis [griego: aitèo] al Padre en mi nombre dará a vosotros. Aitèo es uno de los verbos que, en el lenguaje de Jesús, significan y mejor ilustran el “rogar”. Hay muchísimos, y los más importantes son, además de aitèo, “pido, suplico”, prosèuchomai, “rezo, imploro, invoco”, dèomai, “falto de algo, necesito”, exomologhèomai, “reconozco, agradezco, alabo”, kròuo, “llamo a la puerta, golpeo, sacudo”, agalliào, “decoro, celebro”, ainèo, “alabo, elogio”, doxàzo, “tomo parte al gozo”, eucharistèo, “agradezco”, euloghèo, “bendigo”.
Aitèo, “pido, suplico, necesito en la falta, deseo tener algo para mí mismo”, es un verbo perentorio, de exigencia. Un verbo que Jesús enseña a los hombres, pero que él no utiliza nunca para sí. La etimología de este verbo ahonda sus raíces en el antiguo sánscrito, con el significado de “tomar, subyugar”. En el griego clásico, el verbo aitèo estaba conectado con el concepto de exigir la devolución de algo, volver a querer o pedir lo sustraído, recaudar los impuestos; por eso, ahora, en la visión evangélica, aitèo indica insistencia en la petición, hasta la pretensión. En el Nuevo Testamento la acepción originaria del verbo subraya que esta oración de petición es eficaz gracias sobre todo a la insistencia, a la perentoriedad, a la continuidad de la petición, hasta el logro del objetivo.

A este verbo tan perentorio se debe añadir un en el nombe, en griego: èn tò onòmati. La preposición griega èn indica “dentro, encima”, es una modalidad, es como formular una petición. La oración, la petición no tiene que estar hecha sólo para algo, sino hay que hacerla dentro de algo. La pretensión debe ser perentoria dentro de alguien, dentro del Nombre. Jesús tiene un nombre: Dios es el Nombre, el Ònoma.
El término griego ònoma, “nombre”, que se puede hallar en el sánscrito naman, indica la identidad profunda, la causa del existir, el sentido y la dirección de la propia vida, el motivo, la razón: en el idioma hebreo se traduce con el término shem, en arameo con shmo. El Nombre en la mentalidad religiosa de la biblia, cuando con él se hace referencia a Dios, indica su esencia, es su presencia, representa su persona y todo lo que Dios significa.
 El Nombre está en el centro de toda la historia bíblica, es el origen, el motivo, la causa, la finalidad, el fin de todo lo que en la biblia está dicho y contado. Todo y continuamente, en el instante presente, está alabando y glorificando el nombre de Dios, en cada rincón del universo y de la tierra. Todo vive, brama, se mueve, se alimenta, respira, canta, resplandece en Su Nombre y glorifica su Nombre. Las aves mismas del cielo, en el espacio y en el tiempo, forman en este instante sobre toda la tierra una alfombra sonora interminable de canto y de fiesta. Cantan y alaban, celebran y glorifican el nombre de Dios, sin pausas. No hay pausa en tierra y en cielo, entre las miríadas celestiales, en la alabanza y en el magnificar y santificar el Nombre de Dios. Entrando en Jerusalén, en los días de la pasión, a los fariseos que pedían a Jesús que hiciera callar el grito de fiesta de los discípulos y los cantos de la muchedumbre, Jesús responde: Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras (Lucas 19,40). ¿Y cuál es el Nombre de los nombres?
El idioma griego del Nuevo Testamento y la lengua hebrea del Antiguo Testamento utilizan ambas un solo término para definir el ser sano y salvo: no existe un estado sin el otro, son inseparables e interdependientes. En griego se encuentra el verbo sòzo, “sano, salvo”, de donde se origina el sustantivo sotèr, “sanador-salvador”, que es el nombre de Jesús. En hebreo hay el verbo yashà’, “ayudar, sanar, salvar”, de donde se origina el sustantivo femenino yeshùah, “salvación, bienestar, prosperidad; liberación; salvación de Dios, salvación de cualquier mal, salvación que trae gozo, paz, bienestar”. Desde aquí el nombre de Jesús, en hebreo-arameo Yeshùa.

Jesús especifica que con él se empieza un tiempo completamente nuevo, un tiempo que antes nunca había sido, literalmente, hasta ahora, no han pedido [griego:aitèonada en mi Nombre. Es el tiempo en el cual el hombre llega al conocimiento del Nombre de Jesús, el nombre dentro del cual todo podemos recibir y obtener. El nombre dentro del cual estriba toda paz y belleza, armonía y gracia. Por eso Jesús subraya con fuerza que, en su nombre, Él no desea nada más que donarnos el gozo pleno, todo el gozo posible y que no tendría que existir otra petición y oración que no sea para el gozo. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta, literalmente:pedid [griego: aitèoy recibiréis [griego: lambàno], para que la alegría de vosotros sea cumplida [griego: pleròo]. El pedir-rogar-pretender en el nombre de Jesús, o sea en el nombre del Sano-Salvo, todo obtiene y siempre. El verbo griego del obtener es lambàno, un verbo muy concreto, verbo de conquista, que pasando más allá del simple significado de obtener algo, expresa literalmente el “poner las manos encima”. Con este verbo Jesús subraya la total potencia de la oración hecha en su nombre que literalmente hace posible poner las manos encima lo que deseamos.

Pero la cosa preciosísima es que, en nombre de Jesús, todo lo que se obtiene es en función de una alegría plena, cumplida, que más no se puede. Esto es poderosamente expresado en el verbo pleròo, que Juan utiliza para hacernos conocer la plenitud de los dones de Dios, eso significa de hecho: “lleno, colmo, hago pleno; ejecuto, completo, cumplo”. Pleròo significa llenar hasta el tope un jarro e ir más allá hasta verter fuera por desbordante generosidad. Por lo tanto el texto dice que la alegría, sobre la cual podemos poner las manos encima, implorando dentro del Nombre de Yeshùa, es alegría de verdad rebosante, que desborda por cualquier parte, plena, en el ápice, a lo máximo absoluto y nadie podrá nunca quitárnosla.