Puerta de la Verdad 12 MAR ORD 2

Puerta de la Verdad

Había una vez un señor de las ciudades celestiales que vivía en la plenitud de la armonía, de la paz y de la felicidad, junto a la multitud innumerable de sus conciudadanos inmortales, que amaba como hijos. Un día, un grupo rebelde entre sus amados pidió de poder irse de las ciudades celestiales para descubrir otros mundos y otras ciudades. El señor de las ciudades celestiales trató de explicar a los rebeldes que no existían otros mundos de luz para descubrir y que para ellos, más allá del reino de las ciudades celestiales, hubiera sido posible arribar sólo en los mundos oscuros, donde no existían ni paz ni felicidad llenas y donde el don de la inmortalidad hubiera inmediatamente desvanecido. Pero no podía prohibir a sus amados la posibilidad de usar el inmenso don de la libertad y, así, él mismo los preparó para el viaje, los aprovisionó de todo medio para el vuelo junto a toda la tecnología útil, bien sabiendo que aquel grupo de amados rebeldes se hubiera perdido y estrellado en uno de los mundos oscuros de donde, aun si sobrevivido, no hubiera podido regresar nunca más.
El señor de las ciudades celestiales bien conocía desde el inicio en cuál ángulo de los cielos inmensos aquel grupo de amotinados hubiera terminado la energía para las máquinas voladoras y en cual mundo hubiera tratado de realizar un aterrizaje forzoso. Y, ya que, aun amando desmesuradamente su libertad, sin embargo no quería de alguna manera perderlos para siempre, preparó para sus amados fugitivos y rebeldes una sorpresa extraordinaria ya desde los tiempos de la rebelión, propio allá en aquel mundo donde sabía que hubieran aterrizado para sobrevivir.
Transformó aquel mundo oscuro, donde hubieran caído, en un grande hangar, un inmenso laboratorio lleno de estanterías, bancos de ensamblaje y de trabajo, rebosante de fuentes energéticas de todo tipo. Al interior del hangar, estaban dispuestos instrumentos, herramientas, dispositivos, aparatos, artefactos, utensilios, equipos, instalaciones perfecta y ordenadamente repuestos sobre estantes y repisas. Desde el más pequeño tornillo hasta la instrumentación más sofisticada, el material en el hangar había sido ordenado y conmensurado no sólo a la supervivencia del grupo de los fugitivos, sino antes que nada y sobre todo, a la construcción y al ensamblaje de maravillosas máquinas para volar, máquinas para regresar a casa.
Además, el señor de las ciudades celestiales, para no arriesgar que los proyectos de construcción de las máquinas, los manuales de uso, así como los sistemas para la orientación celestial, se perdieran o no se encontraran, había bien pensado de no dejarlos en el hangar, sino de inscribirlos directamente en la mente y en el corazón de los hombres y de las mujeres fugitivos, un instante antes de su partida de las ciudades celestiales.
De esta manera, una vez superados el susto para el terrible viaje y la necesidad de la primera supervivencia, los fugitivos, si hubieran querido, hubieran podido dedicarse a la construcción de los vehículos voladores a ellos necesarios para volver serenamente a casa, y así cerrar por siempre y velozmente, entre los brazos del señor de las ciudades celestiales, aquella mala aventura.
Exactamente como previsto, el grupo de los fugitivos, después de un terrible y ruinoso aterrizaje, se encontró en un mundo desconocido, pero espléndidamente arreglado en un inmenso hangar, perfectamente ordenado y planeado. En los primeros tiempos la visión de la vastedad del hangar, la cantidad y la perfección incalculable del material, reunido y ordenado con tanto esplendor y tanta perfección, había llenado de gran estupor y temor sagrado el corazón de los rebeldes, si bien para ellos quedaba todavía del todo oscuro para que pudiese servir tanta abundancia de materiales y herramientas de todo tipo.
El primer tiempo de estupor y maravilla se apagó temprano dejando lugar al tiempo de las preguntas. Así los hombres y las mujeres, en lugar de buscar dentro de ellos los planes y los manuales de uso, para aprovechar de la mejor manera toda aquella riqueza, empezaron a hacer preguntas, infinitas preguntas sobre el significado del material, de los bancos de ensamblaje, sobre el sentido de las herramientas, sobre el uso y el funcionamiento de todos aquellos objetos misteriosos. El tiempo de las preguntas desembocó en el tiempo de las dudas y el tiempo de las dudas en el tiempo del no conocimiento. Luego vino el tiempo de las interpretaciones, de las opiniones, de la convenciones. Pereza e ignorancia completaron la obra y llegó el tiempo del dominio, del robo, del saqueo, de la masacre. El grupo de los fugitivos entonces se dividió en religiones, sectas, ideologías, partidos, morales, casi para protegerse de tanta maldad. Se dividió a su vez en tantos grupos cuantas eran las posibles interpretaciones del significado del hangar y de su posible uso. Luego fue el tiempo en el cual los hombres y las mujeres eligieron unos jefes y les encomendaron la lectura y la interpretación del significado del hangar, el sentido del uso de los materiales y de los bancos de trabajo y ensamblaje, para que establecieran el significado de las cosas, el bien y el mal, lo justo y lo equivocado.
Aun no sabiendo en absoluto para que sirvieran en realidad aquellos objetos y aquellos instrumentos, los jefes, por sed de dominio y vanidad, se prodigaron a establecer y enseñar como se debían utilizar los materiales, quien podía utilizarlos y quien no, y sobre todo cual era el uso correcto y aquello incorrecto según su ventaja y la avidez de sus barrigas. Con el tiempo, quien tenía el poder de establecer el significado de las cosas y la manera de utilizarlas, inició a  sacar provecho de este poder para el propio interés, favorecido por la gigantesca condición de ignorancia colectiva. Los jefes dividieron el hangar en propiedades, naciones, banderas, multinacionales, poderes, iniciaron a fijar el precio de todo lo que había y se movía en el hangar, el precio de cada trabajo, de la ganancia, de los préstamos, de las impuestos, de las utilidades. Los jefes usaron sus capacidades mentales para producir ciencia en el intento de comprender como eran construidos los objetos y los materiales del hangar, a que podían servir y como podían ser utilizados pero, la verdadera ciencia en la que estaba ocupada la mente de aquellos sobrevivientes fue la corrupción. Una vez entrados en el hangar, los hombres y las mujeres, no comprendiendo ni siquiera lejanamente que todo aquel material podía ser ensamblado para construir máquinas voladoras para volver a casa, fueron esclavizados y oprimidos, deformados y vaciados, y, con el tiempo, olvidaron incluso que provenían de las ciudades celestiales, es más, las ciudades celestiales se transformaron en cuentos y fábulas, en mitologías para tontos. Pasaron los tiempos y se multiplicaron las religiones, las ciencias, las formas políticas, las ideologías, las filosofías, los sistemas económicos con el único resultado de enriquecer los ricos, esclavizar los pobres, pero ni los ricos, ni los pobres sabían como usar aquel material. Todos estaban usando aquellos materiales para otras finalidades, arruinando gran parte de ellos, arriesgando continuamente la vida, haciéndose mal recíprocamente, creando dolor y enfermedad, generando verdugos, víctimas e injusticias de todo tipo, ensuciando y destruyendo dondequiera en el hangar.
Considerada la situación, el señor de las ciudades celestiales envió, en tiempos diferentes, muchos de sus técnicos al interior del hangar para ayudar los fugitivos, para hacerles recordar de su casa de donde habían partido, para que retomaran conciencia que en aquel hangar maravilloso había todo aquello que les servía para construir las máquinas voladoras para volver a casa. Los técnicos cruzaron los cielos para recordar a los rebeldes fugitivos que en su mente y en su corazón ya estaban inscritos los planes y las instrucciones necesarias, pero los fugitivos antes los ridiculizaron, luego los maltrataron y por fin los mataron. El señor de las ciudades celestiales al final envió también a su hijo, el único hijo, el ingeniero que todo había dibujado de las ciudades celestiales y del hangar, para explicar a los moradores del hangar que el significado de la vida allá no era permanecer en el hangar por siempre, no era apegarse a aquellos bienes para hacer de ellos el sentido de la vida, sino utilizar todas las maravillas contenidas en ello para construir las máquinas voladoras para volver a casa, según las instrucciones y las modalidades de construcción que ya estaban dentro de cada uno. El hijo del señor de las ciudades celestiales trató de enseñar a los hombres y a las mujeres del hangar, como era posible usar la mente humana intentando poner en relación todos sus contenidos y sus conocimientos para abrir los ojos sobre una visión capaz de comprender el significado de la vida en el hangar y del material en ello contenido. Intentó de cualquier forma inspirar las mentes y los corazones de los rebeldes al hecho que poseer las cosas, apegarse a los materiales del hangar y concentrarse sobre los vínculos afectivos creados en el hangar, hacerse mal recíprocamente, ser envidiosos y ávidos, hubiera retardado inmensamente el pasaje al conocimiento y a la conciencia.
El hijo reveló claramente que el sentido de la vida en el hangar era regresar en sí mismos, releer las instrucciones internas y construir las máquinas voladoras para el regreso, pero si los rebeldes hubieran perseverado en aquella locura muchos no lo hubieran conseguido jamás.
Algunos, poquísimos, le creyeron, pero el hijo fue matado. El hijo, no pudiendo de alguna manera pertenecer a la muerte, después de algunos días volvió vivo y radiante en las ciudades celestiales, y dejó sus procedimientos y las instrucciones para la construcción de las máquinas voladoras en un pequeño libro a un pequeño grupo de amigos fieles.
Ahora está claro que en el mercado maloliente y mortal en el cual ha sido transformado el hangar de la vida, aquel pequeño libro es la cosa más incómoda que exista para los potentes del hangar. Está claro que las cosas santas, es decir útiles a la vida en la luz, en ello contenidas no hay que ofrecerlas a aquellos que no tienen ninguna intención de comprenderlas. Está claro que aquel pequeño libro es una puerta inmensamente grande hacia el conocimiento y la posibilidad de conocer los procedimientos para construir las máquinas voladoras para regresar a casa, pero al mismo tiempo para quien ha hecho del hangar su reino, su dominio donde devorar el   adversario y explotar el pobre, aquel libro es la puerta más angosta y estrecha que haya y son verdaderamente pocos aquellos que la encuentran.