En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Viernes 25 Febrero 2022

Séptima semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Marcos 12,35-37

La señoría

El grande rey David fue rey de su pueblo, no el Rey de su pueblo, fue señor de su pueblo, pero no el Señor de su pueblo. El Señor de la vida es uno y uno solo y, cada vez que es sustituido por otros señores y señorías, la humanidad pierde la vía, va fuera de eje, se desequilibra hacia la extinción. La causa de todos los males de la humanidad es una y una sola, la idolatría. ¿Qué es la idolatría? La idolatría es considerar irreal lo que es real y considerar real lo que es irreal. La idolatría es la sustitución y la confusión, consciente o menos, entre la Señoría y las señorías.
Éstos los efectos inequívocos de la sustitución de la señoría de Dios con otras señorías. Primero, entre todos, es la disminución de energía en todas las dimensiones de la vida del hombre. El hombre entra en un estado de hipoenergía en todos los niveles, espiritual, psíquico, físico, porque busca energía a él dedicada en lo que no puede abastecérsela de ninguna forma. Buscar energía dedicada al metabolismo psico-espiritual del hombre en lo que energía dedicada no tiene, es como querer desayunar lamiendo un rail del ferrocarril. Cuando una persona tiene miedo, en realidad prueba una emoción que deriva de un procedimiento espiritual y mental que realiza una sustitución-confusión de señoría, un acto de idolatría. Tener miedo a una persona, a un acontecimiento significa reconocer poder, fuerza, señoría a esa persona y a ese acontecimiento más que a Dios. Todas las personas y los acontecimientos que nos dan miedo son en realidad unos falsos, unos impostores, unos estafadores, porque no son Dios y no pueden tener la potencia y la fuerza de Dios. En esta confusión entre la Señoría verdadera y las señorías de los impostores está todo el consumo y el derroche de energías y la imposibilidad de restablecerlas. Honrar la voz, las enseñanzas, las expectativas, la señoría del padre terreno más que la voz, que las enseñanzas, que las expectativas de la Señoría del Padre del cielo es idolatría de las más difundidas y peligrosas. Temer el juicio de los demás es una manera usual para volver a los otros poderosos señores de nuestra vida también sin darse cuenta.
La idolatría tiene como segundo efecto la apropiación y la expropiación, el dominio y la esclavitud, la riqueza y la miseria, el dominio de los pocos y la esclavitud de los muchos. Ella implica la manipulación de los recursos de la tierra y de la naturaleza, para uso y consumo de los pocos y para desventaja de los muchos, implica la polución, la devastación de los recursos, la muerte del respeto, cada tipo de violencia y agresividad.
El tercer efecto de la idolatría es el empobrecimiento intelectual del hombre que, acostumbrándose a sustituir la Señoría absoluta con las señorías relativas, entra en un estado de confusa depresión energético-intelectual que se define genéricamente ignorancia. La incapacidad de utilizar las potencialidades intelectuales para juntar todas las informaciones, también por parte de los sabios y de los doctos de la tierra, es ignorancia. En un viaje de mil kilómetros, necesarios para conocer la tierra, pararse después de los primeros diez metros, con la certeza de haber visto todo de esa tierra, es ignorancia.
El cuarto efecto de la idolatría es la infelicidad. La infelicidad es la primera cosa que ha sentido Lucífero cuando se ha rebelado a la Señoría de Dios y será la última que sentirá para siempre cuando será encerrado en su reino. La tristeza, la ausencia del gozo, la tensión, el ansia, los sentimientos de culpa, la inquietud son los efectos más íntimos y personales de la sustitución-confusión de señoría.
Cuando el hombre hijo de Dios se rebela a la Señoría, a la Paternidad y Maternidad de Dios, pierde su progenie divina y puede volverse o sentirse hijo de quienquiera, incluso de un padre y de una madre terrenos, de una patria, de una temporada histórica, de una ideología, de una religión, de las expectativas de los demás, de un imperio, de un tirano, de la muerte. En este perverso, ignorante y confuso procedimiento de sustitución-confusión de señorías, los teólogos y los biblistas del tiempo habían hecho entrar también a Jesús, también Jesús para ellos se había vuelto hijo de alguien, se había vuelto, simbólicamente o menos, hijo de David. Jesús aclara con decidido tono de contrariedad que él, el Mesías, el Señor, es el Señor de la creación y de cada cosa y no puede ser hijo de ningún hombre de esta tierra. Jesús destaca entonces con fuerza que Él el Señor es el Hijo del Padre Celestial y ni siquiera simbólicamente acepta ser anunciado ni nombrado como hijo de padre terreno, tampoco del grande rey David. David mismo lo llama Señor: ¿de dónde resulta que es su hijo?