En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Lunes 12 Julio 2021

Decimoquinta semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 10,34 - 11,1

Sustitutos

Jesús no ha venido a traer la paz sobre la tierra, al menos no aquella paz que nosotros consideramos paz y que, evidentemente, ante los ojos del Señor, paz no es. Jesús no usa medios términos y dice: No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada, y añade: Porque he venido a enfrentar... Pero esto ¿no es contradictorio con todo su mensaje de paz y de unidad? Evidentemente no. Jesús sabe, como nadie, que en el mundo está en curso una guerra entre las más terribles y desconocidas, tanto más terrible cuanto más desconocida e invisible ante los ojos de la gente. Está en acción, sobre toda la tierra, un estrago, una guerra devastadora e innoble, que devasta al hombre desde adentro y lo hace débil e incapaz de tener una relación madura y sana con Dios. Pero, ¿Cuál es esta guerra? ¿Dónde se combate? Se combate en las casas a golpes de relaciones familiares, chantajes, remordimientos, cordones umbilicales. Cada niño que nace sobre esta tierra no crece según las aspiraciones divinas que Dios ha puesto en el corazón de cada uno sino según las presiones, las costumbres, las tradiciones, las convenciones de sus familiares y del ambiente que lo circunda. Esta es la guerra. Aún en buena fe, por costumbre, por tradición, por necesidad, la familia se sustituye a Dios y a su Palabra. Quien sea que se sustituya a Dios es un ladrón y un impostor. Cualquiera que sea el motivo que empuja a hacer crecer a una persona según las expectativas de los hombres y no según los deseos de Dios, tal acción es la más innoble que se pueda cumplir bajo el cielo, es un plagio de los más perversos, es un crimen contra la humanidad, contra la verdadera libertad y la dignidad del hombre. Esta es la guerra que Jesús ha venido a combatir y a vencer, de lo contrario no habrá paz sobre esta tierra y entre los hombres. La familia, las relaciones parentales, los cordones umbilicales se han sustituido a Dios y a la relación con Dios. Esta es idolatría, la peor, la más venenosa y solapada porque está circundada de una aureola de sacralidad y nobleza que la vuelve intocable. Jesús revela el corazón de esta peligrosa idolatría: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Jesús revela de esta manera que es nuestra relación con Dios que determina toda la vida, no la relación con los hombres, familiares incluidos. Es la cualidad, la fuerza, la intimidad de nuestra relación con Dios que determina todo, absolutamente todo de nuestra vida. El hombre que tendrá una relación más fuerte, íntima y pasional con la familia antes que con Dios no logrará nunca vivir plenamente su propia vida ni darse a los demás para el bienestar de todos. El hombre que se somete a la autoridad de los vínculos umbilicales, más de cuanto sienta y viva la autoridad de Dios y de su Palabra, es un hombre que se vuelve inútil para la vida y para el vivir. El hombre no conocerá paz y felicidad hasta que continuará a vivir en esta guerra de idolatría que constriñe a las nuevas generaciones a crecer según las esperas, la autoridad, las expectativas de las morales y de las religiosidades de la familia y no según la voluntad sagrada de Dios y los dones que Dios ha puesto en cada uno de sus hijos. Quien sea que se sustituya a Dios y se interponga entre el hombre y Dios es un ladrón y un impostor, aún si socialmente es denominado padre, madre, hermano, maestro, guía.