En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Sábado 6 Abril 2024

Sábado de la octava de Pascua

Palabra del día
Evangelio de Marcos 16,9-15

Nuevo

İEs nuevo! Es un hecho nuevo, completamente nuevo. La resurrección de Jesús es un hecho nuevo, pero que se puede captar en diferentes niveles de comprensión. El nivel más elemental es considerar la resurrección de Jesús la prueba de su divinidad y de su ser Hijo de Dios y Mesías, después de toda la contraprueba de la humillación y de la derrota de la cruz. Considerar la resurrección de Jesús como un hecho de potencia divina, como si Jesús hubiese debido emplear una bien que mínima energía para salir de aquel sepulcro, pensar a la resurrección como a una especie de revancha de Dios sobre el poder del Maligno, una manifestación de la divinidad y de la soberanía de Jesús sobre la vida y sobre la muerte, es extremadamente elemental y simplista. Concentrar toda la novedad espiritual y existencial del cristianismo en la resurrección de Jesús como si fuera la afirmación implícita de su divinidad, la manera para ser de todos reconocido como vencedor de la muerte y Mesías, es extremadamente restrictivo y casi irrespetuoso hacia Jesús, si no fuera que la vía de la comprensión es un camino, y la vía del conocimiento un progreso. A un nivel más alto Jesús que resurge es, antes que nada, una revelación, y no tanto y no sólo de quien es Jesús, sino de algo que la mente humana ha olvidado y renegado por un largo rato. La resurrección de Jesús afirma y revela que la muerte no ha sido nunca y nunca será la condición del hombre y de todas las obras de la creación. La muerte es una provocación satánica, no una condición ontológica, es decir ligada a la esencia de la vida. El hombre que ha renegado a Dios ha conocido la muerte, mejor el morir, pero no ha de ninguna manera podido modificar su estatus de hijo de Dios inmortal, hecho de vida, para la vida, en la vida. Por cuanto el hombre se haya acostumbrado a la muerte y al morir, la muerte no tiene nada que ver con la vida y Dios no tiene nada que hacer con ella (Sapiencia 1,13).
Nuestra mente sola y desesperada porque rebelde a Dios, acostumbrada a alimentarse del miedo de la muerte y del morir, encuentra más fácil aceptar que Jesús haya resucitado de la muerte por acto de fuerza, como cuando se combate en contra de un enemigo, porque esta concepción conforta nuestro estado de ignorancia e impotencia hacia la muerte y nos tranquiliza en contra del terror del morir. Esta concepción ha reducido a Jesús, la más excelsa propuesta de vida en la alegría, a un pararrayos en contra del mal y de los líos, a una superstición devocional consoladora. Considerar a Jesús resucitado sólo como el vencedor potente en contra de la muerte implica la concepción que él es aquel al cual podemos encomendarnos para que nos defienda del mal y de la muerte. Considerar, en cambio, Jesús resucitado como el revelador potente de la vida implica la concepción que él es aquel al cual podemos encomendarnos para que nos levante a la vida y a la evolución de la luz. Jesús no ha resucitado para mostrarnos que puede ganar a la muerte, a no ser que no pensemos que se haya encarnado sobre esta tierra para competir con el hombre en quien lanza la flecha más lejos. Jesús ha resucitado para revelarnos que él es la vida, nosotros somos de la vida, y, si seguimos sus procedimientos contenidos en el evangelio, aun si nos hemos rebelado a Dios, la muerte, la provocación satánica del morir, no podrá nada en contra de nosotros. La resurrección de Jesús es una revelación profética de lo que somos, y hemos renegado y olvidado y de lo que seremos en Dios por siempre. Así Jesús nos salva.
Al amanecer de la Pascua, las mujeres que corren al sepulcro encuentran la piedra del sepulcro desplazada y Jesús no está y esto es nuevo, es maravillosamente nuevo, pero no es todo de la novedad de Dios. La novedad de Dios es que en aquel sepulcro no sólo no hay Jesús porque ha resucitado sino, cosa maravillosamente nueva, no hay ni siquiera un signo de lucha, de efracción, combate, separación, desafío, conflicto, choque, destrucción, sangre, muerte. En aquel sepulcro no hay signo de muerte y del morir: la ira, la rabia, la condena, la competición, el desafío, la contienda, la separación, la lucha, el combate, la destrucción, el morir, la muerte son los signos, las huellas, los pasos de Satanás, su más lograda provocación. Jesús ya no está en aquel sepulcro y por la primera vez en la historia ya no hay un sólo signo de la muerte. Donde está Jesús no puede haber la muerte, imposible.
Sólo los ángeles sabían qué estaban diciendo y revelando a la humanidad cuando, a las mujeres asustadas y preocupadas delante del sepulcro vacío, han dicho: No está aquí (Lucas 24,6).