En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Miércoles 17 Julio 2024

Decimoquinto semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Mateo 11,25-27

Ciegos

Ciegos por voluntad de Dios. Los sabios y los doctos de la terra son ciegos por deseo de Dios. Por eso, si hay una manera certa para negar para siempre a la propia inteligencia de conocer y profundizar la sabiduría de Dios y los procedimientos de funcionamiento de la vida, es hacerse sabios y doctos según las estructuras intelectuales del mundo. A Dios le gusta revelar sus conocimientos a los pequeños, no porque tienen un cerebro más evolucionado y mejor equipado de capacidades especulativas con respecto a los doctos del mundo, sino simplemente porque los pequeños utilizan el cerebro de manera completamente diferente de los sabios y de los doctos de la tierra, y esto los hace disponibles a ser verdaderamente inteligentes y sabios. Los pequeños, los pequeños según la mirada de Dios, utilizan la inteligencia para leer la vida y el universo, para reconocer los vínculos universales, para leer las maravillas, la perfección, el funcionamiento de todo lo que existe con ventaja de todos los hombres. Los pequeños usan la inteligencia para leer, leer humildemente la red de amor de la cual todo es parte, para leer en las leyes de la naturaleza las instrucciones para el uso, para reconocer el origen en la mano divina y por lo tanto dar gloria al nombre del Creador en el gozo y en la gratitud. Los sabios y los doctos de la tierra a lo contrario usan la inteligencia para escribir, escribir, escribir.  Los sabios y los doctos de la tierra usan la inteligencia para intentar de escribir y reescribir la vida, la naturaleza, para tratar de escribir las nuevas creaciones a su propio provecho personal, para reescribir las instrucciones de uso, el manual de funcionamiento de como todo funciona, como si la vida tuviera en sí algo equivocado, imperfecto, algo no funcional. Los sabios y los doctos de la tierra usan la inteligencia para escribir la vida, no para leerla. Utilizan la inteligencia bajo el efecto estupefaciente de la droga de la arrogancia y de la presunción, no tienen la humildad de leer la perfección y el amor para reconocer la maravilla. Los sabios y los doctos de la terra, por causa de esta manera suya de usar la inteligencia, han sido hechos ciegos por expresado deseo personal de Dios, y, por esto, todo el tiempo por ellos usado para entender algo de la vida es sin dudas perdido y desperdiciado. De consecuencia también el tiempo de todos los que quedan a escuchar los sabios y los doctos de la tierra, y los hacen volver su propia referencia cultural y de sabiduría, es enteramente tiempo perdido y desperdiciado. Tener como referencia cultural y científica la ciencia que proviene de los sabios y de los doctos de la tierra desgraciadamente no es sólo tiempo perdido, sino es también causa de infinito sufrimiento, dolor, infelicidad, enfermedad y muerte para millones de personas en cada rincón de la tierra. ¿Cómo podrán los que tienen la inteligencia bloqueada por Dio mismo, por su actitud arrogante e insipiente de utilizarla, generar una ciencia y un conocimiento realmente útiles, eficaces, fructuosos para el hombre? ¿Cómo podrán ésos ofrecer soluciones realmente eficaces y funcionales para la vida del hombre? ¿Podrá esta manera arrogante e insipiente de usar la inteligencia garantizar sistemas y soluciones optimales para el uso de las energías y de los  recursos de la tierra? ¿Puede tener capacidades de suministrar conocimientos correctos para la construcción de las ciudades, para la alimentación, para los sistemas de transportes? ¿Puede ofrecer estrategias y conocimientos útiles para enfrentar y sanar las enfermedades, los inadaptaciones psíquicas, el sufrimiento y el dolor? ¿Los sabios y los doctos de la terra podrán llevar la humanidad hacia un real progreso de bienestar para todos los hombres y para todo el hombre? Jesús nos contesta sin escondernos una divertida, profunda gratitud para la manera de hacer del Padre suyo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.