En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 6 Noviembre 2022

Trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Palabra del día
Evangelio de Lucas 20, 27-38

¿Resurrección sí o no?

Cuando nosotros nacemos pasamos nueve meses en una dimensión vital de la cual luego no tenemos ningún recuerdo: el vientre de una mujer. Si fuera por nosotros y por nuestra experiencia directa podríamos jurar nunca haber estado allá, nadie de nosotros se lo acuerda concientemente. Pero luego vemos nacer los niños, logramos conocer donde viven durante nueve meses, y en aquel instante nos damos cuenta que debe haber sido así también para nosotros. Estamos seguros que hemos estado en el vientre de una mujer, pero no es una experiencia que podemos testimoniar personalmente, nosotros no nos acordamos de nada. Después de la oscuridad de los nueve meses se nace, más bien se continúa a vivir, pero cambiando modalidad: se sale del vientre y nos es cortado el cordón umbilical y continúa/empieza la vida. Poco a poco lo que vivimos se deposita en nuestras capacidades mnemónicas y perceptivas y un día tras otro nos damos cuenta que existimos, tenemos recuerdos, experiencias, personalidad, preferencias, es decir experimentamos que estamos aquí. Pero nadie se acuerda de los nueve meses en el vientre y ni siquiera en qué día lentamente ha tomado conciencia real de existir.
Algo muy parecido ha ocurrido con nuestra dimensión celeste. Todos hemos sido creados por Dios, quien sabe cuándo y en cuál dimensión, dimensión que por el pecado original hemos perdido y olvidado. Ahora vivimos sobre esta tierra, pero casi completamente olvidando la dimensión celeste de la cual todos hemos partido y a la cual todos regresaremos. Cada uno de nosotros puede, a razón, jurar no haber visto nunca a Dios, no poder absolutamente venir de Él, y no saber ni siquiera cuál sea su luz divina y el resplandor de su cielo, pero la realidad es otra. Nosotros venimos de Dios, sabemos quien es, pero, naciendo sobre esa tierra, esta dimensión celeste ya no es parte de nuestra conciencia y de nuestros recuerdos.
Pero tenemos las palabras de Jesús y de la biblia que testimonian que nosotros venimos de Dios y a Dios estamos regresando. Jesús nos recuerda lo que nosotros ya no podemos recordar. Nos lo recuerda para ayudarnos a vivir con mayor preciosidad y conciencia esta vida, porque nuestra vida no es toda sobre esta tierra. Ha empezado en cielo, prosigue por un puñado de años sobre la tierra, y luego a través del morir vuelve entre los brazos de Dios. Jesús afirma que nuestra existencia es inmortal, o sea hemos nacido un día, pero ya no podemos morir. El morir obligatorio sobre esta tierra es sólo el medio de transporte para el cielo. La muerte no existe, existe el morir. Y el cómo morir – esto sí que nos asusta – depende mucho, mucho de nosotros, de nuestras elecciones privadas y sociales que cumplimos, depende mucho de cómo vivimos, de cómo amamos la vida, de cómo tratamos la naturaleza, respetamos los otros seres humanos.
La muerte como estamos acostumbrados a concebirla, o sea como ausencia de vida, no existe. La vida queda, nosotros quedamos y seguiremos viviendo y existiendo en otras dimensiones. Ojalá supiéramos en cuál luz y belleza, de que manera y en que lugar, pero se continuará existiendo y sintiendo, viendo, percibiendo: nosotros seremos para siempre. Y según el Evangelio y la Biblia, la muerte nos podrá afectar una sola vez, como una sola vez Dios nos hará resucitar como ángeles, como estrellas luminosas, resplandecientes como el sol.
No es Dios que ha inventado la muerte, y en el proyecto de Dios no será la muerte que nos enseñará algo, sino serán la vida y el amor. No será muriendo y reencarnándonos sobre esta tierra miles de veces que seremos educados al amor, no será la muerte repetida a llevarnos a Dios. Ante Dios se muere una vez y es más que suficiente. También Jesús ha muerto y resucitado, pero una vez sola. En la dimensión celeste luego pasaremos de luz en luz, hasta encontrar el Señor, pero ya no se morirá, por lo tanto sobre esta tierra ya no se regresará. Renacer aquí bajo otras apariencias de todas formas significaría tener que morir otra vez y, es el caso decirlo, sólo Dios sabe que vivir el morir, encontrar la muerte, a un hombre basta una vez sola.
¿Y cómo será el mundo celeste? Abandonemos cualquier hipótesis y sueño, las palabras de Jesús sobre esta realidad no son muchísimas, pero las que tenemos son claras y sencillas.
Jesús revela que en la dimensión celeste, en la vida eterna, no habrá relaciones y sentimientos como los podemos vivir sobre la tierra, los que habiten en las moradas de luz, serán resplandecientes como el sol y bellos como los ángeles. No habrá marido ni mujer, no habrá hijos, amores como nosotros los podemos actualmente conocer.
Pero hay un particular no insignificante, Jesús afirma que sólo (v.35) los que han sido juzgados dignos de obtener el otro siglo y la resurrección de los muertos tendrán la vida, y eso significa que Alguien juzgará si somos dignos de aquella vida extraordinaria y sin fin. Jesús con su muerte ha bajado al infierno y ha echado fuera la llave de la puerta de la muerte eterna, de manera tal que ningún hombre pueda entrar ni siquiera por error, pero por amor de libertad Jesús no podrá evitar que alguien, eligiendo libre y obstinadamente vivir sin luz y amor durante toda la vida terrena, no tenga en la otra dimensión un lugar para vivir en eterno su muerte inmortal y sus tinieblas.
Hay que dar la gracias a los saduceos porque han hecho a Jesús esta pregunta: ¿existe la resurrección? Aquellos hombres de entonces nos permiten tener hoy, en Jesús, un claro luminoso sobre lo que es la vida, nuestra vida en las distintas dimensiones que cruzaremos.