En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Miércoles 29 Septiembre 2021

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Palabra del día
Evangelio de Juan 1,47-51

Ángeles

Cuando veremos el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre no serán los días del juicio universal, no será el fin del mundo, sino el fin de los tiempos para esta generación. Será el fin de una era tan infeliz y miserable, que ha obligado a Dios, para respetar el rechazo y la denegación del hombre, casi a esconderse y a velar su rostro detrás de la nube del no conocimiento. Esta generación ha obligado a Dios a quedarse en silencio y, por la dureza del corazón de sus hijos, a dejar sofocar la voz de sus profetas. Será el fin de los tiempos, de estos tiempos tan obscurecidos por la estupidez y por el engaño, tan violentos y cruentos, para dar inicio a una era de tierra y de cielos nuevos, con hombres nuevos, con el corazón renovado. Cuando veremos el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre, no será el fin, sino el inicio de una nueva y maravillosa manera de realizar el evangelio, hacia una evolución científica, social, teológica, esplendida y armoniosa. Cuando el cielo se abrirá, los ángeles prepararán los corazones y las mentes de la humanidad, moviendo las potencias de los cielos como ningún hombre por ahora ni siquiera puede imaginar, y así señalarán la llegada del Hijo, su llegada intermedia. En aquel día Jesús no visitará la tierra y no vendrá a nosotros como niño indefenso, entre los brazos dulcísimos de María, obligado a huir sobre el lomo de un burro, u obligado a soportar pacientemente la injuria de sentirse gritar en la cara que él es Belcebú, el príncipe de los demonios, y no vendrá tampoco como aquel que se queda en silencio en medio de los escupitajos de los sacerdotes del templo, durante el proceso, y a los golpes de látigo de los militares, ni se le podrá aplastar la corona de espinas en la cabeza a golpes de palo. Aquel día Él vendrá, y nadie podrá tomar en la mano un martillo y clavarlo con clavos a un pedazo de madera. En aquel día nadie podrá decir: no lo veo, no lo escucho, no me interesa. Será una venida majestuosa e inquietante, como la profetizan los textos de Mateo 25. En aquel día tremendo y glorioso nos cubriremos la cara y los ojos, pero no como en los días de su pasión, por el fastidio y la repugnancia provocados por sus heridas y por la masacre de su persona, nos ocultaremos la cara por la infinita, desconcertante vergüenza de mostrar en aquella luz nuestra cara y las necedades de nuestro corazón y de nuestro cerebro. Cuando veremos el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre, toda la humanidad, de rodillas, será envuelta por un llanto mudo, porque Él hará ver a todos, en un instante, como Dios ve la vida y todas las cosas. De rodillas lloraremos un llanto sin fin, difícil de confortar. Si Dios no acortara aquella sensación interior y espiritual, en el corazón y en la mente de los hombres, la humanidad toda moriría en pocos instantes. Los ángeles entonces bajarán a lado de cada uno de los hijos de Dios, y aquellos que encontrarán, con el corazón lleno de ardor y amor en el pedir perdón humildemente, los tomarán dulcemente por la mano y los volverán a levantar hacia una vida completamente nueva y renovada. Esta actitud interior de amor y humildad no podrá de la manera más absoluta ser improvisada en aquel momento, sino preparada y predispuesta durante toda la vida. Aquellos que no tendrán en su corazón el ardor y el amor de pedir perdón, sino que serán encontrados todavía en lucha, en el conflicto de la rabia y de la ira, serán invitados a irse por otro lado, porque no podrán hacer parte de la nueva humanidad. Los ángeles tendrán un papel fundamental en este encuentro extraordinario, como siempre en los encuentros entre Dios y los hombres y entre los hombres y Dios.
Un pensamiento cotidiano de gratitud, un vínculo amante y fiel con estas presencias celestiales, los ángeles, es siempre de grande ayuda y consolación en la vida de todos los días, y podría revelarse muy útil también en la luz de aquel día, el día de su regreso.
En la historia de la humanidad cualquier encuentro del hombre con las presencias angélicas ha sido siempre precedido y acompañado por el movimiento de las estrellas, de los cometas, del sol y de los planetas. Y así será también esta vez.