En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Domingo 21 Agosto 2022

Vigésimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Palabra del día
Evangelio de Lucas 13,22-30

Una puerta estrecha para la mente

La mente se alimenta de energía que encuentra en su alimento preferido, el miedo. El miedo es la emoción que la mente humana prefiere y que conoce desde hace más tiempo, porque es la primera y más antigua sensación que ha experimentado después de haber aceptado el engaño de Satanás. Aun si no hay realmente nada que temer ante nosotros por mil millas, la mente logrará de todas formas de una manera u otra hacernos temer algo, insinuando dudas, preguntas, sospechas, insatisfacciones, remordimientos, juicio sobre los demás.
El cuerpo no tiene miedo, tiene sólo necesidades, necesidades fisiológicas: respirar, beber, comer, dormir, cubrirse, reproducirse (relación sexual). Cuando el cuerpo ha satisfecho sus necesidades se aquieta y se pone tranquilamente a disposición y a servicio de toda la persona para cualquier actividad y utilidad. El cuerpo cuando tiene sueño, busca un lugar y un tiempo para descansar, hasta que tenga sueño, el cuerpo no es utilizable completamente, pero una vez satisfecha la necesidad, por muchas horas está lleno de energía a total servicio de aquello que le sirve a la persona que lo lleva. Cuando el cuerpo tiene hambre, la prioridad absoluta se hace la de buscar comida, pero una vez alcanzada la comida y saciado, el cuerpo está listo para seguir las prioridades de toda la persona.
La mente, el producto de nuestras capacidades cerebrales, no necesita beber, comer, cubrirse, hacer sexo, dormir. La mente no tiene necesidades y entonces toma las del cuerpo, y se asume la dirección de las obras y la organización de la satisfacción de las necesidades del cuerpo y de las que se inventará durante el camino. La mente se asume y adhiere a una ilusión, una cosa que no existe, y por lo tanto no tendrá nunca el equilibrio y la medida de una cosa real, necesaria, útil o posible.
Por la mañana te levantas, abres el armario lleno de vestidos, y para tu real necesidad de cubrirte contra el frío hay vestidos para setenta y cinco generaciones. Es una necesidad fácil de satisfacer, pero si la necesidad se hace mental, abres tu armario y tu mente agitada e insatisfecha dirá: “¿Qué me pongo hoy? No tengo nada a que ponerme”. Entonces empieza el miedo, miedo que algo falte, el vestido correcto por ejemplo, pero no tienes el dinero para comprarlo, y entonces nacen los pensamientos y los proyectos para tener más dinero y ya no encontrarse en esta situación. Y empiezan las preguntas. ¡Ay! ¡Las preguntas de la mente! Preguntas que se hace a ti mismo y luego tiene la necesidad nuclear de hacerla a los demás, y aquí hay la apoteosis de la mente: hablar. La mente debe hablar, debe actualizar alguien sobre sus alambiques y laberintos, la mente debe hablar, hablar, hablar. Incluso el odio no es odio y no se divierte si no se hace público de una manera u otra. Éxitos, fracaso, preocupaciones, deseos, odios y amores, la mente debe desahogarse de lo contrario ahoga, es así inmergida en sí misma y en su ilusión que si no se desahoga se muere y reventa. Esto se puede entender. Pero es todo falso, es sólo uso vocal, no ocurre ninguna comunicación de nada, sólo ilusiones, expectativas insatisfechas, rencores, juicios y vanidad.
Pero la mente no te deja en paz, te espanta, te hará sentir inadecuado en el vestido, en el cuerpo, en las actitudes. De un vestido para cubrirse, en pocos segundos estás pensando que a ti siempre ha faltado lo que te gustaba, que los otros han sido injustos con respecto a ti, que la vida no es tan bella, que el trabajo no lo aguantas, quizás también que la novia no te estima verdaderamente. Al principio era sólo la necesidad de ponerse encima un vestido caliente y salir con los amigos en una estrellada noche de invierno, después de unos segundos la mente te está ya convenciendo que no eres nadie y que el universo la tiene matada contigo.
Si tienes hambre y eres tan afortunado que puedes procurarte la comida, no es una necesidad tan difícil de resolver, pero si la hambre se hace mental, aunque el cuerpo está sacio, la mente dirá que no está satisfecha todavía, y seguirás comiendo. De la misma manera para la sed, la sexualidad, y todas las otras necesidades de la vida, si se hacen deseos mentales, mandados, asumidos por la mente, no será posible satisfacerlas de ninguna manera, ni siquiera sofocándose de comida o de relaciones. Un poquito a la vez la mente estará convencida de ser el cuerpo, y transformará cada necesidad natural en obsesión y en miedo.
No es el cuerpo el problema, la carne, la piel, la comida, el vestido, el sexo, sino la mente que asume el control de todo esto y se hace pasar por la responsable de todo. Es la mente que crea las preguntas, es la mente que alimentándose de miedo cultiva, dondequiera pueda, la sospecha y la duda. Es sólo la mente que en su total ceguera se puede poner ante Jesús, el Salvador del mundo, Aquel que lleva el nombre de “Salvación”, “Aquel que salva”, para hacerle la pregunta: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan? Es como pedir al océano: “Perdóneme, ¿hay agua aquí?” La mente no está satisfecha ni siquiera de Jesús, no confía ni siquiera en Él, tiene miedo incluso de Él. Y la respuesta de Jesús es extraordinaria, libertadora, completamente perfecta, en el sentido que Jesús revela el conocer como nadie el corazón y la mente humana:  Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán
Luchad contra la mente, la falsa idea de vosotros mismos, contra vuestros apegos y vuestros miedos, vuestras convicciones adquiridas e inseguridad inducidas, luchad contra la mente que ve engaña, distorsiona las necesidades naturales, que os propone gozos donde no existen, luz a través de las tinieblas, satisfacción donde hay sólo egoísmo. Luchad contra vuestra psyché, que se ha vuelto una cueva enorme, un portal desmesurado abierto ante el abismo. Luchad para entrar por la puerta estrecha de la luz de Dios, de la realidad y de la verdad de vosotros mismos y de Dios. No es que la puerta de la luz y verdad de Dios sea estrecha, para la mente es estrecha, impracticable, inhabitable, sólo para la mente.
Está claro que, engañados por el maligno y por nuestra mente, la puerta del amor verdadero es más estrecha que el placer finalizado a sí mismo. Está claro que, engañados por el maligno y por nuestra mente, la puerta del don de sí mismos es terriblemente más estrecha que la puerta de la vanidad y de la ambición. Está claro que, engañados por el maligno y por nuestra mente, la puerta de la justicia es más estrecha que la del provecho y del interés. Traten de entrar dice Jesús, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán, literalmente: no tendrán la fuerza, y Jesús aquí no está informando la humanidad sobre las estadísticas celestes, non está metiendo límites ni dando vencimientos numéricos, está subrayando por el contrario la dificultad de la hazaña y la absoluta necesidad de no comenzar un viaje así, hacia la puerta estrecha, sin su ayuda, sin su nombre sobre los labios, sin su Palabra en el corazón.