Invertir
No es un hecho que un hombre durante su vida logre descubrir y realizar la verdadera tarea divina por la cual ha nacido en este mundo, haciendo frutificar sus propios dones, sus propias capacidades y riquezas, para el bien de todos. Pero, aunque por infinitas razones, un hombre no lograra realizar verdaderamente su propia tarea divina, debería por lo menos hacer de todo para no volverse un siervo malvado y perezoso de la vida. ¿Cómo uno se vuelve un siervo malvado y perezoso de la vida? Aquel que piensa mal de Dios y de la vida, de manera tal que esté convencido que Dios y la vida cosechen donde no han sembrado y recojan donde no han esparcido, no puede invertir su vida ni siquiera para ser grato, para alabar y dar la gracia de la maravilla de la existencia, volviéndose así un siervo malvado y perezoso de la vida. Cultivar juicios negativos con respecto a Dios y a su amor, pensar mal de él y por él sentirse tratados injustamente u olvidados, hace volverse malvados, y esta actitud psíquica y espiritual anula la gratitud del corazón. Criticar a los demás y a la vida continuamente, sin intentar mejorar a sí mismos, sin invertir las propias energía psico-espirituales en la gratitud, en la alabanza, es la actitud interior que desconecta el hombre de la energía de la vida y de la unidad con Dios. Criticar a Dios y no ser gratos a la Vida hace volverse tan míseros dentro como egoístas con los demás, débiles y sin energías, vulgares, mezquinos, pero de igual manera agresivos y arrogantes. Criticar a Dios y no ser gratos con respecto a la Vida conduce inexorablemente a la decepción interior, a la indigencia psíquica, a la avaricia más cruda, hace estériles afectivamente, secados emotivamente. He aquí porque Jesús revela a la humanidad una de las más poderosas leyes dominantes de la vida: porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.