En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Jueves 22 Septiembre 2022

Vigésima quinta semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Lucas 9,7-9

Pero, ¿por qué?

Herodes se pregunta porque no termine la historia de los profetas, de estas voces sueltas y exaltadas, que sanan los enfermos, echan los demonios e inspiran los pueblos a recobrar su libertad, dignidad y belleza. Herodes se pregunta como, no obstante él tenga en manos el poder, la educación, los ejércitos, la economía, las comunicaciones de masa, la persuasión oculta, los bancos, la política, las religiones, las escuelas, la ciencia, la medicina, las organizaciones criminales, toda forma de espionaje, la ley, los tribunales, puedan todavía surgir profetas entre los hombres y las mujeres de esta generación.
Herodes se pregunta cuales puedan ser las fallas de su sistema de control y de persuasión del momento que de vez en cuando estas voces incontrolables, inéditas, desestabilizadoras todavía se hacen sentir en el mundo y por la historia y si incluso alguien los escucha.
Después de haber prodigado todas sus energías en persuadir a la gente a creer que hubiera sido Dios mismo a dividir el mundo y la humanidad en castas, estableciendo así de manera ineluctable que los pobres deben quedar pobres y los ricos tienen como mandato divino aquello de enriquecerse cada vez más, Herodes se pregunta porque haya aun tanta gente que se adapta mal a la pobreza, a la miseria, al hambre, a la sed, a la enfermedad. Herodes se pregunta porque la gente quiera vivir bien, sana, serena, feliz y en paz ya en esta tierra aun antes de entrar en paraíso. Herodes está muy contrariado por el hecho que la gente quiera vivir en el bienestar todavía en esta tierra, sin esperar el paraíso, aquella idea de paraíso que él mismo ha hecho inventar y divulgar por las religiones, para vaciar el corazón de la gente de la fe verdadera, la fe que permite al hombre volverse sabio y fuerte, libre e independiente, y así llenarlo de miedo y terror. El paraíso inventado por Herodes no tiene nada que ver con el paraíso de Dios, con el paraíso que Jesús nos revela y nos hace conocer. Es un paraíso ideológico, construido en el cerebro de la gente, un lugar inexistente, del todo mental, que sirve sólo a extirpar del alma del hombre todos sus sueños y deseos, las aspiraciones, los dones y las capacidades divinas con el objetivo de sembrar la convicción satánica que los sueños y toda felicidad se puedan realizar sólo e únicamente en aquel lugar. Este paraíso permite a Herodes – que todo ha preordinado y organizado para mantener los pueblos en la esclavitud, en la opresión, de manera tal que jamás ninguno de los pobres pueda alcanzar la felicidad, la paz, la salud y el bienestar – de llenar el corazón y la mente de los pueblos de la perversa convicción según la cual, para construir un mundo mejor, sería absolutamente fisiológico tenerse que sujetar sin descanso a esclavitudes degradantes y a devastadoras mutilaciones psíquicas, físicas, espirituales y a sacrificios abyectos. Por lo tanto Herodes se pregunta por cual oscuro motivo la gente que tiene hambre quiera comer sin tener que gastar toda una vida en un trabajo de esclavos; porque los pueblos, que son arrastrados en continuas guerras fratricidas – la guerra es siempre fratricida - , deseen vivir en paz, cuando la paz no favorece economicamente de ninguna manera los imperios que construyen armas. Para Herodes es extraño que la gente enferma desee sanar, después de haber usado por siglos y milenios las religiones para convencer el hombre que la enfermedad y el sufrimiento, cuando no son fruto del bagaje genético, de la mala suerte o del destino, son un don de Dios para pagar la cuenta pasada de los pecados, un regalo de su divina providencia y predilección para salvar el alma al hombre. Herodes se pregunta porque la gente enferma desee sanar de manera natural, gratuita según la potencia del dialogo interior del espíritu, sin, de esa forma, engordar las casa farmacéuticas. Herodes se pregunta si sea signo de verdadera inteligencia que un hombre desee ser libre de organizar la propia vida, si este libertinaje desmesurado arruine el sistema mundial de control del poder. Herodes es incluso asombrado de la renuencia de aquellas personas que todavía no quieren someterse a toda la precavida benevolencia del poder, de la ley, de los sistemas bancarios, porque estas personas alimentan un peligrosísimo e ilegal populismo disidente que retarda el proceso de homologación y de alcance del poder absoluto sobre los débiles por parte de los fuertes.
Herodes escucha hablar de Jesús y de la potencia que sale de sus palabras y de sus manos, potencia que actúa todo tipo de sanación y de resurrección y está asombrado, sorprendido porque no entiende de donde pueda haber aparecido otro de aquellos, de aquellos profetas de Dios, de aquellas voces intrigantes que arruinan la vida de las personas, porque saben inspirar a la humanidad el cambio, la mutación, la metánoia hacia la felicidad. Herodes quisiera incluso verlo en la cara, tanto está sorprendido que haya pasado a través de las mallas del sistema del control y del terror. Herodes es malvado pero no es estúpido y esta vez intuye que este nuevo tipo, que ha llegado en aquella oscura franja de arena y piedras, tiene algo que no será fácil embridar y suprimir, tiene algo que tiene la fuerza de despertar en el hombre el deseo de cambio. Herodes no es estúpido y bien sabe que no hay nada de tan irrefrenable e imparable en la vida como el cambio, y esta nueva voz que ha llegado no habla de otra cosa, ella anuncia, revela, propone, inspira metánoia, es decir cambio, el cambio. Herodes sabe que ha terminado su tiempo, el tiempo en el cual ha logrado persuadir a la idea que el cambio es ilegal, inmoral, peligroso, pecaminoso, en contra de la voluntad de Dios y del bienestar del hombre. Herodes intentará eliminar también esta voz, pero esta no es una voz cualquiera, no es la voz de un hombre, esta es la voz de Dios y, para decapitar la voz de Dios desde la tierra, para Herodes no sería suficiente eliminar la entera humanidad, porque la voz de Dios está en el corazón de cada hombre.