En esta sección cada día es posible encontrar una reflexión sobre el Evangelio del Día.

Lunes 26 Septiembre 2022

Vigésima sexta semana del Tiempo Ordinario

Palabra del día
Evangelio de Lucas 9,46-50

VIROSIS

Los discípulos de Jesús, , investidos por jesús de la orden de anunciar al mundo el evangelio, incluso con Jesús físicamente presente entre ellos, están ya enfermos, ya están afectados por la virosis, y su fiebre ya está alta, tan alta que provoca el delirio. La virosis es la ambición que causa en la mente de los hombres una fiebre, una fiebre altísima que lleva al delirio, a la desorientación total, al comportamiento incontrolado, a un estado de alucinación confusional que se manifiesta siempre a través de dos llagas psico-emotivas: la indispensabilidad de la competición y la indispensabilidad del conflicto. La virosis de la ambición obliga el contagiado a vivir psicoemotivamente, siempre y constantemente, en el estado de la suspensión porque está siempre en desafío, siempre en competición, siempre en la carrera, siempre tendido a proteger los propios resultados y a desacreditar los de los demás, transformando su propia vida en una despiada corrida contra la concurrencia. 
La virosis de la ambición obliga el contagiado a vivir espiritualmente, siempre y constantemente, en el estado de la separación de sí mismo, porque secretamente considera que su propio sí no esté nunca a la altura de la situación, y en el estado de la separación de los demás, porque el delirio provocado por la febbre causa en el enfermo la indispensabilidad de combatir, de combatir sin descanso siempre y de todas formas, y de generar continuamente unos enemigos. La virosis de la ambición obliga el contagiado a vivir físicamente, siempre y constantemente, en el estado de la tensión, porque no puede permetirse nunca comportamientos, actitudes, gestos, palabras que no sean de una cualquier manera amenezas, intimidaciones, provocaciones.
Ni siquiera Jesús puede evitar a sus discípulos el contagio de la virosis de la ambición, ni que la enfermedad se manifieste claramente en un delirio febricitante, que los lleva primero a discutir animadamente entre ellos sobre quien sea el más grande y luego a buscar enemigos en derredor, para tener algo a combatir sin descanso. Jesús, con infinita paciencia, intenta curar la fiebre delirante de los suyos con las propias palabras de paz, y luego les revela a ellos el antídoto a la virosis de la ambición, que es la humildad. La humildad del corazón, de la psique y del espíritu hace sanar de la virosis de la ambición y dona la paz adentro, la paz que nadie puede arrancar del corazón. La humildad no necesita la gara para sentirse victoriosa, no necesita combatir para sentirse importante, no necesita generar enemigos para sentirse en lo justo. La humildad no fuerza, no asedia, no busca espacios para sí, no enclava, no entra en conflicto, no ataca, no tranca, no elimina, no separa, no controla, non enmordaza, no domina, no posee, non rehusa, sobre todo, la humildad no combate, no combate nunca y, ante los ojos de Dios, gana siempre.