¿Quién retiene a quién?
Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Literalmente: Y he aquí una mujer reteniente un espíritu de enfermedad, años dieciocho, y era encorvada [griego: sunkùpto] y no podía enderezarse hacia lo completo-absoluto [griego: èis tò pànteles].
¿Quién retiene a quién?
Según la traducción argentina de la Biblia es un espíritu que tiene, retiene en la enfermedad a esta mujer; en la traducción literal, por el contrario, es la mujer que retiene-posee un espíritu de enfermedad, y esto le impide estar derecha. Le impide estar derecha, suelta, libre, es decir le impide ser ella misma, en toda su dignidad y belleza y realizar todas las propias potencialidades y riquezas divinas. Le impide sobretodo elevarse hacia el Absoluto y glorificar a Dios. La liberación que Jesús ofrece a la mujer es completa, es sanación del cuerpo y liberación en el espíritu. Se deduce del hecho que la mujer, apenas curada, se endereza al instante, retoma su estatura psíquica y física, y se pone a glorificar a Dios, signo esto de su liberación espiritual interior.
Por un conjunto de heridas inferidas y recibidas, debilidades, miedos e ignorancia, el cautiverio de esta mujer había iniciado en el momento en el cual había iniciado a pensar mal de Dios, de la vida, de ella misma, y así a retener el espíritu contraído del rencor, los pesos del sentimiento de culpa, los tirantes de la venganza, las tracciones destrozadoras de la rabia. Es esta actitud interior de la mujer, de retener el mal, que permite a Satanás hacer de ella una presa suya, estrecharse a ella, tenerla amarrada y prisionera y doblarla y encorvarla a tierra en la mente, en el espíritu y en el cuerpo por dieciocho años. Jesús impone las manos y la mujer ha sanado, inmediatamente se endereza y glorifica a Dios. La sanación obrada por Jesús permite a la mujer ponerse nuevamente en eje consigo misma, con la vida, con Dios. Sanación que no ocurre de alguna manera en el corazón y en el espíritu del jefe de la sinagoga, que no está encorvado ni doblado en el cuerpo, pero está igualmente cautivo mentalmente en las cadenas de Satanás, porque retiene en sí el espíritu del mal. Es este interno necrótico retener el mal, pensar mal de Dios, que vuelve tan paralítica, encorvada y estúpida la mente del dirigente religioso tanto que, al máximo del esplendor de su expresión intelectual, reacciona a la potencia liberadora de Jesús con desdén incandescente cuan patético y ridículo. El dirigente religioso, al ápice de su perspicacia especulativa y teológica, llega a ordenar la hora y los días en los cuales la humanidad puede encontrar e implorar a Dios y Dios puede amar, sanar, liberar a la humanidad. La sanación o ocurre dentro o no ocurre en ninguna otra dimensión y está más allá de los calendarios, las leyes y las convenciones.